"Mateo, te recuerdo que renuncié. Ya no trabajo para ti."
Hubo un silencio al otro lado.
Luego, la risa condescendiente de Mateo.
"Vamos, Sofi, no seas así. Sé que estás enfadada por alguna tontería. Pero esto es importante. La viña te necesita. Yo te necesito."
Su voz se suavizó, intentando ser encantador.
"Mira, cuando todo esto de... bueno, cuando las cosas se calmen un poco, te prometo ese puesto directivo. Serás la subgerente general. ¿Qué te parece?"
Promesas vacías. Otra vez.
"No, gracias, Mateo. Ya tengo otros planes."
Colgó antes de que él pudiera responder.
La ceguera de Mateo era asombrosa. O quizás, su arrogancia.
Realmente creía que ella no podía vivir sin él, sin la viña.
Al día siguiente, Sofía fue a una boutique de novias en el centro de Córdoba.
Había encargado un vestido sencillo pero elegante para su boda con Alejandro.
Nada ostentoso, nada que ver con los sueños de princesa que alguna vez tuvo.
Este vestido representaba su nueva vida: auténtica, serena, real.
Mientras esperaba que le trajeran su vestido, la puerta de la boutique se abrió.
Entró Isabella, seguida de dos amigas que la adulaban.
"¡Quiero el vestido más espectacular que tengan!" anunció Isabella a la vendedora. "No me importa el precio. Es para mi boda con Mateo Vargas, de Viñedos Montenegro."
Sofía se encogió un poco, esperando no ser vista.
Pero Isabella la vio.
Sus ojos se entrecerraron.
"Vaya, vaya. Sofía Ramirez. ¿Qué haces tú en un lugar como este?"
Su tono era burlón.
"Vengo a recoger un encargo," dijo Sofía, tranquilamente.
Justo en ese momento, la vendedora trajo el vestido de Sofía.
Sencillo, de líneas puras, en un tono marfil.
Isabella lo miró con desdén.
"Qué... simple."
Luego se giró hacia la vendedora.
"Yo quiero algo así," dijo, señalando un vestido enorme, lleno de encajes, pedrería y con una cola larguísima. "Y lo necesito para el siete del próximo mes."
La vendedora palideció.
"Señorita, ese vestido requiere al menos dos meses de trabajo. Y el siete del próximo mes... es imposible."
"No me importa," dijo Isabella, con arrogancia. "Soy Isabella Fuentes, la futura señora de Vargas. Ustedes verán cómo lo hacen."
La vendedora miró a Sofía, que ya había pagado el anticipo de su vestido hacía semanas.
"Lo siento, señorita Fuentes, pero ese día ya tenemos una entrega programada para la señora... para la señorita Ramirez."
Isabella miró a Sofía con furia.
"¿Tú? ¿Te casas el siete?"
Sofía asintió.
"Sí."
"¡No puedes! ¡Ese es mi día!" chilló Isabella.
"Lo siento, pero yo lo reservé primero," dijo Sofía, tomando su vestido. "Con permiso."
Salió de la boutique, dejando a Isabella echando chispas.
La coincidencia era casi cómica.
Poco después, el teléfono de Sofía vibró.
Un mensaje de Isabella.
"Eres una resentida y una mosquita muerta. ¿Crees que casándote el mismo día que yo vas a arruinar mi felicidad? Patética. Mateo nunca se fijaría en alguien como tú."
Otro mensaje.
"Aléjate de él. Es mío."
Sofía no respondió.
Apagó el teléfono.
No iba a permitir que la amargura de Isabella la afectara.
Mientras tanto, Mateo seguía llamándola, exigiéndole informes, planes, soluciones.
"Sofía, los inversores alemanes llegan la próxima semana. Necesito la carpeta completa con las proyecciones financieras."
"Sofía, el vino de la barrica 32 tiene un problema de acidez. Revísalo."
Ella respondía con monosílabos o simplemente no contestaba.
Él no entendía. O no quería entender.
En su mente, ella seguía siendo su empleada, su "tonta útil".
Una tarde, mientras Sofía terminaba de guardar la última caja en el baúl de su viejo auto, Mateo apareció.
Se apoyó en el marco de la puerta del pequeño departamento, ahora casi vacío.
"¿Qué estás haciendo? ¿Te mudas?"
Su tono era de genuina sorpresa.
"Sí, Mateo. Me voy."
"¿Pero por qué? ¿Adónde vas?"
"Eso no te incumbe."
Él la miró, confundido.
"Sofi, no entiendo. ¿Es por lo del puesto directivo? Te dije que te lo daría. Solo necesito un poco de tiempo."
Ella lo miró a los ojos.
"Mateo, ¿recuerdas nuestra promesa? Si a los treinta no me habías pedido matrimonio, te dejaba ir."
Él pareció recordar. Una sombra de incomodidad cruzó su rostro.
"Ah, eso... era una broma, Sofi. Cosas de chicos."
"Para mí no lo era," dijo ella. "Mi cumpleaños es en dos días. El siete."
"Sí, lo sé," dijo él, desviando la mirada. "Escucha, sobre eso..."
"No te preocupes, Mateo," lo interrumpió Sofía. "Ya tomé mi decisión."
Cerró el baúl del auto.
"Adiós, Mateo."
Se subió al auto y arrancó, sin mirar atrás.
Él se quedó allí, parado, viendo cómo se alejaba el auto que se llevaba doce años de su vida.
Por primera vez, una extraña sensación de inquietud comenzó a crecer en su interior.
Pero la desechó rápidamente.
Sofía volvería. Siempre lo hacía.