El plan de su padre, Don Alejandro Montero, era simple. Él, Santiago, el único heredero del imperio vinícola Bodegas Montero, debía elegir a una de estas huérfanas brillantes como su esposa. Una compañera digna para la dinastía.
Santiago ya había elegido.
Pero su elección parecía odiarlo.
Esa noche, un presentimiento lo guio hacia la biblioteca. La puerta estaba entreabierta. Dentro, las voces de las protegidas sonaban claras y crueles.
"¿Vieron la cara de Santiago cuando Sofía ni siquiera lo miró en la cena?"
Era Carmen, la bailaora de flamenco, su voz llena de burla.
"Pobre idiota. Cree que todas morimos por él."
"Shhh, no digan eso," dijo Lucía Vega, la más astuta de todas, aunque su tono no tenía nada de sincero. "Tenemos que seguir fingiendo. Por Marco."
El nombre lo golpeó. Marco. El supuesto "hermano" que Sofía trajo del orfanato.
"Exacto," continuó Carmen. "El plan es perfecto. Todas actuamos de la forma que más le desagrada a Santiago. Así ninguna es elegida. Y podemos competir libremente por Marco."
"Y Sofía," añadió otra voz, "al no hacer nada, al ser simplemente ella misma, se convirtió en el objetivo. Es nuestro escudo. Mientras Santiago está obsesionado con la reina de hielo, nosotras podemos estar cerca de nuestro amor."
"Un sacrificio necesario," concluyó Lucía con una risa fría. "Ella mantiene ocupado al heredero, y nosotras mantenemos a Marco."
Santiago se apoyó contra la pared. El mundo se sentía inestable.
Todo era una mentira.
Su adoración, su obsesión, todo construido sobre un engaño. Ellas no lo amaban. Lo despreciaban. Usaban su afecto como una herramienta.
Sintió un temblor en las manos, una rabia fría que le recorrió el cuerpo.
Recordó cómo su padre las había traído a la mansión. Siete niñas huérfanas, llenas de talento pero sin nada. Don Alejandro les dio todo: educación, lujos, una familia.
Y Sofía, la más orgullosa, solo aceptó con una condición.
"Marco viene conmigo. No es negociable."
Su padre aceptó. Marco, un chico sin ningún talento especial, fue acogido también.
Y desde ese día, fue el centro del universo de las siete estrellas.
Santiago recordó las innumerables veces que lo habían reprendido.
"Santiago, no seas celoso de Marco. Él no ha tenido tus privilegios."
"Santiago, compártele tus cosas a Marco. Sé generoso."
"Santiago, eres mezquino."
Ahora entendía. No era mezquindad. Era instinto. Ellas lo habían manipulado, lo habían hecho sentir culpable por ver la verdad.
Se movió silenciosamente hacia una puerta lateral que daba al jardín. Desde allí, podía ver a Sofía y a Marco junto a la fuente.
"¿Estás seguro de que ninguna sospecha de lo nuestro?" susurró Marco.
Sofía le acarició la mejilla. "No. Todas creen que compito por ti como ellas. Y Santiago... él cree que lo odio."
"¿Y si te elige a ti? ¿Si su padre lo obliga?"
La voz de Sofía se volvió gélida. "Me casaré con él. Cumpliré mi deber con Don Alejandro. Pero nunca lo tocaré. Mi cuerpo y mi corazón son solo tuyos, Marco. Siempre."
Santiago cerró los ojos. El dolor fue agudo, definitivo.
La traición era total.
Se dio la vuelta y se marchó, dejando atrás el sonido de sus risas y el murmullo del agua de la fuente.
Su ingenuidad había muerto esa noche.