Venganza Implacable de La Heredera
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Capítulo 1

La carta con el sello del Palazzo Pitti de Florencia pesaba en mi mano, pero mi corazón se sentía ligero.

Era una beca, mi sueño. Una oportunidad para restaurar obras maestras, para respirar el aire que olía a historia y arte.

Alejandro de la Torre, mi prometido, entró en mi pequeño estudio en la Fundación Albaicín.

Su sonrisa era perfecta, como siempre.

Me rodeó con sus brazos, su barbilla apoyada en mi cabeza.

"Felicidades, mi amor. Sabía que lo conseguirías."

Su voz era cálida, pero sus ojos se desviaron hacia la carta.

Le sonreí, llena de una felicidad que quería compartir con él.

"¿Puedes creerlo, Alejandro? ¡Florencia!"

Él asintió, pero su sonrisa no llegaba a sus ojos. Se apartó un poco, su expresión se volvió seria.

"Elena, tenemos que hablar de algo."

Mi felicidad se desvaneció un poco.

"¿Qué pasa?"

"Es sobre Sofía."

Sofía Mendoza. Su amor de la infancia. La chica que había regresado a Granada, rota y sin un céntimo, después de que su familia aristocrática lo perdiera todo.

Sentí un nudo en el estómago.

"¿Qué pasa con ella?"

"Está destrozada, Elena. La ruina de su familia la ha hundido en una depresión terrible. Apenas sale de casa."

Escuché en silencio, sabiendo a dónde se dirigía esto.

"Ella también es restauradora de arte, ¿sabes? Siempre fue su pasión, pero tuvo que dejarlo todo. Esta beca... para ella, sería un salvavidas. Una forma de recuperar su vida, su prestigio."

Lo miré, incrédula.

"¿Qué estás sugiriendo, Alejandro?"

Me tomó las manos. Su tacto era suave, pero su petición era dura.

"Cédesela. Dale tu beca a Sofía."

Las palabras me golpearon. Miré la carta, mi sueño hecho papel.

"Pero... es mi sueño. He trabajado toda mi vida para esto."

"Lo sé, mi amor, y eres increíblemente talentosa. Por eso mismo puedes permitírtelo. Tú tendrás mil oportunidades más. Para ella... esta es la única."

Su lógica era retorcida, pero la presentaba como un acto de generosidad.

"Piénsalo, Elena. Sería un gesto increíble por tu parte. Demostrarías la clase de mujer que eres. Compasiva, fuerte."

Me estaba manipulando, vistiéndolo de halagos.

Miré sus ojos, buscando al Alejandro del que me había enamorado. El chico que me había protegido cuando llegué a la casa de los Roldán, huérfana y asustada.

Pero solo vi al heredero ambicioso, al hombre que veía mi sacrificio como una herramienta.

A pesar de todo, lo amaba. Y ese amor era mi mayor debilidad.

Con el corazón hecho pedazos, asentí lentamente.

"Está bien. Lo haré."

La sonrisa de Alejandro volvió, esta vez radiante y genuina. Me besó la frente.

"Sabía que entenderías. Eres la mejor, Elena."

Se fue, dejándome sola con mi sueño roto.

El frío en la habitación no tenía nada que ver con el aire acondicionado.

Era la fría indiferencia en su petición, la facilidad con la que me pidió que renunciara a todo por otra mujer.

Estábamos prometidos. Habíamos crecido juntos. Él era mi todo.

Pero en ese momento, me di cuenta de que para él, yo no era nada.

Un flashback rápido me llevó a mis diez años. El olor a humo, las sirenas, el vacío. Mis padres, artesanos que trabajaban la madera para la familia Roldán, se habían ido en el incendio de su taller.

Los Roldán me acogieron. Pilar, la matriarca, nunca me miró con cariño. Para ella, yo era un recordatorio de la clase trabajadora, una mancha en su pedigrí. Su hijo, Marcos, me veía como una usurpadora, celoso de la atención y del talento que yo mostraba para el arte.

Alejandro fue mi única luz. El hijo de los socios de los Roldán. Me defendía de Marcos, me escuchaba. Me enamoré de él con la desesperación de quien no tiene a nadie más.

Nuestro compromiso fue un acuerdo de negocios entre las familias De la Torre y Roldán. Para mí, fue la formalización de mi amor. Para él, ahora lo veía, era solo una pieza más en su tablero.

La puerta de mi estudio se abrió de nuevo.

No era Alejandro.

Era Marcos.

"¿Qué cara es esa? ¿Te ha dejado el novio?"

"No es de tu incumbencia, Marcos."

Se rió.

"He oído que Sofía se va a Florencia. Qué casualidad, justo la beca que tú querías. Tienes que admitir que es buena. Siempre lo ha sido."

La mención de Sofía fue como sal en la herida.

Su regreso a Granada había cambiado todo.

La dinámica entre Alejandro y yo se había vuelto tensa, frágil.

Alejandro intentó suavizar el golpe más tarde, esa misma noche.

"He pensado en algo para compensarte. El Premio de Patrimonio de Andalucía. La Fundación Albaicín presentará un proyecto este año. Podrías liderarlo tú."

La oferta era tentadora, un premio de gran prestigio.

Pero olía a Sofía.

"¿Es para mí, o es para que yo haga el trabajo y ella ponga el nombre?" pregunté, con una amargura que no pude ocultar.

Alejandro frunció el ceño.

"No seas así, Elena. Claro que es para ti. Pero Sofía podría ayudarte. Sería bueno para ella tener la mente ocupada."

Su respuesta confirmó mis sospechas.

No me sentía bien. Un dolor agudo me recorrió el estómago.

"¿Estás bien? Estás pálida."

Por un instante, vi una chispa de preocupación en sus ojos. Fue breve, superficial.

"Me duele el estómago."

"Tómate algo. Seguro que es el estrés."

Justo en ese momento, su teléfono sonó.

Vio el nombre en la pantalla. Sofía.

Su expresión cambió por completo. La preocupación por mí se evaporó.

"Tengo que cogerlo", dijo, ya levantándose.

Se alejó unos pasos para contestar.

"Sofía, ¿qué pasa? ¿Estás bien?... Tranquila, voy para allá. No te muevas."

Colgó y se giró hacia mí, ya en la puerta.

"Sofía ha tenido un ataque de pánico. Tengo que ir."

Me dejó allí, doblada de dolor, sin una segunda mirada.

La cruda verdad me golpeó con la fuerza de un vendaval. Mi amor, mi compromiso, mi vida entera construida alrededor de este hombre, era una mentira.

Él nunca me había amado.

En mi momento de vulnerabilidad, con el dolor físico y emocional consumiéndome, tomé una decisión.

Ya no podía seguir así.

Mi teléfono sonó. Era un número desconocido, de Francia. Dudé, pero contesté.

"¿Señorita Elena Vargas?"

"Sí, soy yo."

"Mi nombre es Luc Dubois. Mi padre, Jean-Pierre Dubois, era un perfumista. Le escribo desde Grasse. Creo que tengo algo que le pertenece. Un legado de su padre."

La voz era amable, profesional.

Por primera vez en mucho tiempo, un pequeño rayo de esperanza se abrió paso en mi oscuridad.

Un nuevo comienzo. Lejos de aquí.

Lejos de ellos.

¿Despedirme de los Roldán? ¿Para qué?

¿Para recibir más desprecio de Pilar? ¿Más burlas de Marcos?

No.

Mi partida sería silenciosa. Definitiva.

Tenía un plan.

            
            

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