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Miré a Cristina – ella ya estaba arrodillada en el suelo frente a otro chico y le chupaba el miembro, gimiendo con desagrado. Luego, por detrás, se le unió otro que la puso a cuatro patas, alzó su vestido y empezó a lamerle las agujeritos; en respuesta, Cristina menéo el culo.
Mientras tanto, el conductor se acercó a nosotras.
– Chicos, pongámoslas en posición de "perrito", que veamos bien qué tenemos aquí.
Asintió hacia una mesa de trabajo vacía junto a nosotras y los chicos nos tumbaron a Cristina y a mí boca abajo, cruzadas sobre ella, de modo que delante nos era cómodo chupar y detrás teníamos ambos agujeros al descubierto. Yo ya deseaba follar con tanta fuerza que no opuse resistencia.
Así nos quedamos, Cristina y yo, en posturas abiertas y depravadas; se veía que los chicos apenas se contenían, todos habían sacado ya de la bragueta sus erectos y firmes miembros. Yo me relamía mirando, imaginando cómo iban a follarme por todos los agujeros.
– ¡Mira cómo moja nuestra Anya! – exclamó el conductor y me dio una palmada en el culo.
Supe que todas las miradas estaban fijas en mi raja desnuda, hinchada y rezumante, y eso hizo que se fluyera aún más; me pareció que incluso una gota bajó por mi pierna.
– Parece, señores, que aquí está claro quién merece un miembro más – añadió el conductor.
– Cristina, no te ofendas, que esta noche aún probarás todos nuestros miembros en todos los agujeritos.
De pronto, delante de mí se plantó un moreno, Lesha, con un miembro largo pero no muy grueso, y yo rodeé su orgullo con la boca con gusto, empezando a succionarlo.
Lo más excitante era que ni siquiera sabía quién me penetraba por detrás con la cabeza caliente de su miembro en mi ansiosa raja, porque no podía girarme; solo sabía que no era Gosha, ya que Cristina lo estaba atendiendo a él con avidez, engulléndoselo.
Decidí imitar a mi amiga y me esforcé aún más por introducir en mi garganta el miembro de Lesha, aunque por ahora solo entraba un poco más de la mitad antes de que el reflejo de arcada me hiciera atragantar, pero no dejé de intentarlo.
Simultáneamente, acariciaba sus grandes bolas peludas y masturbaba la base de su miembro, cuando sentí que un miembro, al fin, me penetró de un empujón la raja.
No pude contener un chillido, y me llamaron buena perra y me dieron un par de nalgadas. El miembro era muy grueso y apenas abría mi agujero bien trabajado, así que supuse que era el del conductor.
Mi chillido no lo detuvo; al contrario, aceleró la embestida, hincando su miembro en mi vagina chorreante, que solo se inundó más con semejante ultraje.
Por fin entró en mí hasta el fondo, sus bolas me golpeaban el periné y yo ya lo había olvidado todo, solo lo gozaba con fuertes gemidos ahogados, porque mi boca seguía ocupada con el miembro de Lesha. Mi mediocre trabajo para Lesha claramente no le agradó, pues de pronto me agarró de la cabeza, enredó mi cabello en su mano y empezó a clavarme el miembro en la garganta tan profundo como pudo; yo solo intentaba abrir más los labios y no ahogarme. Sus bolas rozaban mi mentón, por el que resbalaba la saliva.
Corrí varias veces de forma explosiva, imaginando mi aspecto: una rubia desnuda y acalorada, siendo montada al mismo tiempo delante y por detrás hasta las bolas.
Al cabo de unos segundos, Lesha eyaculó con un fuerte gemido, hundiendo su miembro en mi garganta, disparando un chorro de semen tan caliente que empecé a atragantarme. Lesha sacó su miembro de mis labios manchados de semen y saliva, y puso la palma en mi boca, ordenándome que tragara todo y no derramara ni una gota de aquel líquido precioso.
Tragué todo lo que pude, luego lamí su mano como un perro hasta dejarla limpia, y después al miembro que me ofreció, hasta dejarlo reluciente; sin embargo, deseaba cada vez más semen, llenar todos mis agujeros, así que seguía relamiéndome.
– Libera la boca, Lesha, que me toca a mí – dijo alguien sobre mi cabeza; ni siquiera supe quién. De inmediato abrí la boca y engullí con placer un miembro grueso y algo más corto que el de Lesha, lo lamí un poco y luego me la tragué hasta lo más hondo.
El chico empezó enseguida a darme duro en la boca, y yo no opuse resistencia; como buena prostituta, corrí de nuevo, recibiendo dos miembros.
El conductor ya me estaba follando sin impedimentos en mi agujero dilatado, embistiendo a tope; sentía mis jugos deslizarse por mis piernas y solo arqueaba las caderas con más fuerza. Al fin, sacó su arma de mi interior y eyaculó directamente en mi culo; percibí el calor resbalar hacia mis piernas, por mi ano y por mi raja.
– Es una lástima que se pierda el semen; ni una gota debe desperdiciarse, ¿entendieron, perras? – dijo aquel chico.
Durante los siguientes diez minutos, los chicos follaron solo a Cristina, y a mí solo me utilizaban con la boca.
Sentí cierta frustración de no recibir penetración, así que cuando unos labios rozaron mi culo, arqueé las nalgas y gemí, ganándome comentarios aprobatorios de los chicos.
Alguien por detrás ya me lamía el culo con fruición, acercándose a mis agujeros; por los sonidos, parecía disfrutar acariciarme con la boca.
Por fin, trazó la lengua a lo largo de mi entrepierna destrozada y de mi ano aún apretado, recogiendo los últimos restos de semen y de mis fluidos. Aquello lo excitó tanto que empezó a lamerme en serio, follándome con la lengua primero en un agujero, luego en el otro. Me excitó al máximo; no esperaba semejante catarata de sexo aquella noche y me entregué por completo.
Casi al mismo tiempo, el chico que me daba sexo oral eyaculó; yo tragué sin derramar nada y él limpió su miembro en mi cabello. Luego lamí otra vez su miembro y sus bolas; no sé cómo alguno evitó atragantarse con mis jugos, porque yo no podía saciarme de aquella depravación y aquel polvo.
Volvimos a casa ya de madrugada. Me daba vergüenza admitir lo mucho que me había gustado nuestra aventura nocturna.
Por la mañana, Valera nos gastó bromas sobre lo bien que nos habían dado la paliza. Se acercó a mí y empezó a manosearme.
– Valera, déjame en paz, estoy tan cansada... – gemí, porque solo quería un café. Tras el maratón de ayer, todos mis agujeros dolían y no tenía ganas de sexo, aunque la cercanía de Valera me resultaba agradable.
El familiar de Cristina me atraía mucho; era realmente guapo. Me gustaba, pero sabía que un pijo como él jamás me prestaría atención en serio. Solo para una follada rápida.
Al día siguiente todo cambió repentinamente. El cielo, ayer claro y luminoso, se cubrió de nubes grises. Pronto comenzó a llover, y no paró durante dos días seguidos. Yo me senté junto a la ventana, abrazando las rodillas, y observé cómo las gotas golpeaban rítmicamente el techo y resbalaban por el cristal.
La piscina, que normalmente brillaba al sol como un espejo, ahora estaba vacía y melancólica. El agua parecía fría y sombría, como si la lluvia se hubiera llevado todo su calor. Las gotas caían en la piscina con un chapoteo suave pero perceptible, y sentía que cada una reflejaba mi propio estado de ánimo. Una tras otra rompían la superficie lisa, dejando círculos que se expandían lentamente antes de desvanecerse.
Miraba a través del cristal aquel silencioso baile de gotas y sentía crecer la tristeza dentro de mí. Todo el mundo afuera permanecía inmóvil en esa expectación melancólica, y yo me quedé atrapada también en ese estado. Tenía la impresión de que el tiempo se había detenido. Solo el sonido de la lluvia rompía el silencio, y era el único ruido que llegaba hasta mí. Penetraba en mi conciencia, sumergiéndome en una sensación de nostalgia espesa como la miel.