Capítulo 5 Error Número Uno

El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Valeria abrió los ojos, una mezcla de nervios y determinación apoderándose de ella. Era su primer día como secretaria personal de Alejandro León, y aunque llevaba semanas preparándose para ese momento, nada podía quitarle la sensación de estar al borde de un precipicio invisible. Sabía que el más mínimo error podía ser fatal, que ese puesto no admitía segundas oportunidades, y que la mirada de "El Tiburón" estaría sobre ella desde el primer instante.

Se vistió con cuidado, escogiendo un traje sobrio que imitaba el estilo impecable de Vanessa. Cada detalle contaba: los zapatos, el peinado, hasta el aroma que debía desprender. En el espejo, su reflejo parecía otra persona, alguien con un propósito claro y una fachada inquebrantable. Respiró profundo y salió rumbo al imponente edificio de León Corporativo, que ya comenzaba a despertar con la actividad frenética de ejecutivos y empleados.

Al entrar, fue recibida con una mezcla de curiosidad y reservas por parte del personal. Algunos la saludaron con una sonrisa amable; otros la observaron con el ceño fruncido, como cuestionando si realmente podía ocupar el lugar de Vanessa. Valeria sabía que ese juicio silencioso era parte de la batalla que debía librar día tras día.

Su primer encuentro con Alejandro fue rápido y directo, sin demasiadas palabras. Él no era un hombre de florituras, y esperaba eficiencia absoluta. Desde ese momento, ella se sumergió en una rutina intensa: revisar agendas, coordinar reuniones, responder llamadas y anticipar las necesidades del CEO. La presión era constante, y la sensación de estar siempre bajo escrutinio se hacía más pesada con cada minuto.

Pero fue al mediodía cuando ocurrió el error que marcaría el inicio de un camino difícil.

Alejandro tenía una reunión crucial con un cliente importante, una alianza que podría cambiar el rumbo de la empresa. Valeria, siguiendo la agenda que había estudiado cuidadosamente, debía asegurarse de que todo estuviera listo: documentos impresos, presentación preparada y sala equipada.

Sin embargo, en medio del caos y el nerviosismo, cometió un error fatal: confundió la hora de la reunión y envió un mensaje a Alejandro informándole que la cita era media hora más tarde de lo que realmente era. La confusión provocó que él llegara tarde, y lo peor, sin la documentación completa que esperaba.

La tensión en la sala de juntas fue inmediata. El cliente, un hombre de negocios severo y poco paciente, mostró su descontento con una mirada fría y un tono cortante. Alejandro, visiblemente molesto, cortó la reunión abruptamente y salió con pasos firmes, dejando a Valeria paralizada en la puerta.

Los minutos siguientes fueron un tormento. Alejandro no dijo una palabra, pero su expresión lo dijo todo: decepción y frustración. Cuando finalmente se dirigió a ella, su voz fue dura, casi implacable.

-Error número uno -dijo, clavando sus ojos en los de Valeria-. No puedo permitirme eso. No puedo permitir que alguien bajo mi mando cometa fallas así. Aquí no hay margen para equivocaciones, y menos en algo tan importante.

Valeria sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Quiso disculparse, explicar que fue un error involuntario, pero las palabras se atascaban en su garganta. En lugar de eso, se limitó a asentir con la cabeza, aceptando la reprimenda.

-Lo entiendo -respondió finalmente-. No volverá a suceder.

Alejandro la observó un momento más, luego se giró y salió de la sala sin añadir nada más. Valeria quedó sola, sintiendo el peso de la responsabilidad más fuerte que nunca.

En la privacidad de su oficina, dejó caer la carpeta que llevaba en las manos y cerró los ojos, tratando de calmar la tormenta interna. La presión, el miedo, la ansiedad se mezclaban en un cóctel insoportable. ¿Cómo podía recomponerse después de ese tropiezo? ¿Cómo demostrar que merecía estar ahí?

Laura, la recepcionista, apareció silenciosamente en la puerta y le habló con voz suave.

-Todos cometemos errores, Valeria -dijo-. Lo importante es cómo te levantas después. No dejes que eso te defina.

Sus palabras fueron un bálsamo para ella, pero la realidad seguía siendo dura. Tenía que aprender rápido, porque el Tiburón no perdonaba.

Durante el resto de la tarde, Valeria redobló esfuerzos. Revisó minuciosamente cada detalle, anticipó cada necesidad y se mantuvo alerta a cualquier señal. Se acercó a los empleados, preguntó, tomó notas y empezó a construir una red de apoyo dentro de la empresa.

A medida que las horas pasaban, comenzó a entender que ser la secretaria de Alejandro no era solo un trabajo, sino una batalla constante. Cada decisión, cada movimiento, podía ser observado, analizado y juzgado.

Al final del día, cuando el edificio ya estaba casi vacío, Valeria se sentó frente a su escritorio, agotada pero decidida. Sacó una libreta donde empezó a anotar cada error cometido y cómo podría evitarlo en el futuro. Sabía que no podía permitirse más fallos, que debía transformarse rápido si quería sobrevivir en ese mundo implacable.

Antes de salir, revisó una última vez la agenda del día siguiente y, con una mezcla de nervios y esperanza, apagó la luz de la oficina.

Mientras caminaba hacia la salida, su teléfono vibró con un mensaje de texto. Era de un número desconocido. Lo abrió con cautela y leyó las palabras que cambiaron su noche:

"Estás entrando en aguas peligrosas. No confíes en nadie."

El mensaje la heló por un instante. Sabía que no estaba sola en esa guerra, y que los verdaderos desafíos apenas comenzaban.

Con el corazón latiendo rápido, Valeria apretó el teléfono contra su pecho y prometió no rendirse, no importa lo que viniera.

                         

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