Capítulo 2 Primer día en la empresa

La mañana avanzaba lentamente, con una sensación de estirarse más allá de sus límites, como si cada minuto pesara más de lo habitual. Sofía mantenía los ojos fijos en la pantalla del ordenador, aunque en realidad no leía nada. Su cuerpo permanecía rígido, alerta, pendiente de cada sonido que emergía desde el despacho al otro lado de la puerta de cristal. El eco de unos pasos, el leve murmullo de una llamada, el cierre suave de un cajón. Todo lo procesaba como si fueran códigos ocultos.

La primera vez que sonó el teléfono, saltó del susto.

-¿Sí? -respondió con voz apresurada.

-Necesito el informe de gestión de inversiones del último trimestre. En físico. En menos de cinco minutos. -La voz de Victoria D'Alessio era firme, controlada, sin rastro de emoción.

-Sí, señora. De inmediato.

Colgó sin decir más. Sofía corrió hacia la carpeta correspondiente en el archivo digital, localizó el documento, lo imprimió en la copiadora más cercana y lo encuadernó como había visto en las indicaciones de estilo corporativo. Luego caminó hacia la puerta del despacho con el informe en mano. Dudó unos segundos, recordando la instrucción que le habían dado: "No entres sin ser llamada".

Pero la voz de Victoria había sido clara. Lo necesitaba ya.

Tocó dos veces.

-Pase -dijo desde dentro.

Abrió la puerta y dio un paso con cautela. El despacho era amplio, pero sobrio. La luz natural entraba por los enormes ventanales que daban vista a la ciudad. El mobiliario era minimalista, con una elegancia fría: escritorio de vidrio, estanterías negras, un sillón de cuero blanco detrás del cual estaba sentada la figura de Victoria, como una reina en su trono silencioso.

Sofía se acercó con el informe entre las manos, cuidando de no pisar la alfombra con los tacones. Dejó el documento sobre el escritorio sin decir palabra.

Victoria no levantó la vista. Hojeó el informe, pasando las páginas con una rapidez que hablaba de una mente entrenada para la eficiencia.

-No está completo. Faltan los datos de recuperación en Latinoamérica.

Sofía se quedó paralizada. Estaba segura de haber impreso el archivo completo.

-¿Desea que lo revise? -preguntó con cautela.

-Revíselo. Y la próxima vez, asegúrese de entregar solo información útil. No estamos aquí para perder el tiempo.

Sofía sintió cómo el calor subía por su cuello hasta sus mejillas. Asintió, tomó el documento y salió del despacho con el corazón tamborileando en sus costillas. Cerró la puerta con suavidad y volvió a su escritorio, donde se lanzó a revisar el archivo con los dedos temblorosos.

Y ahí estaba el error. Había seleccionado la versión anterior. El sistema tenía dos documentos con nombres similares, y ella, nerviosa, eligió el equivocado. Mordió su labio con frustración, mientras imprimía la versión correcta. No había excusas. Era su responsabilidad.

Cuando volvió a tocar la puerta del despacho y le entregó el informe corregido, Victoria la miró por primera vez. Directo a los ojos.

-¿Nombre? -preguntó.

-Sofía. Sofía Castañeda.

Victoria asintió despacio.

-Muy bien, Sofía. Primera advertencia. Solo una.

Y volvió a centrarse en su lectura.

Las horas siguientes fueron una coreografía silenciosa. Correos, llamadas, solicitudes urgentes. Los nombres comenzaban a mezclarse en su cabeza: vicepresidentes, jefes de departamento, asistentes de otros pisos. Todos parecían moverse con una sincronía perfecta, como piezas de una maquinaria invisible. Ella, en cambio, era una nota discordante. Una que no había aprendido todavía el ritmo de la música.

Al mediodía, una mujer del equipo de relaciones internas apareció con una bandeja.

-Esto es para la señora D'Alessio -le dijo-. Tú la llevas.

Sofía observó la bandeja: una sopa clara, una ensalada de hojas verdes, un vaso de agua con limón. Nada más. Apenas comida.

-¿Debo entrar directamente?

-Toca. Si no responde, espera. Nunca entres sin su permiso -repitió la misma advertencia, como si todos se encargaran de recordarla constantemente.

Sofía lo hizo tal cual. Tocó, esperó.

-Pase.

Entró con la bandeja. Esta vez, Victoria no estaba en su escritorio, sino de pie junto a la ventana, mirando la ciudad como si se tratara de un tablero de ajedrez. Su silueta, recortada contra la luz del mediodía, parecía menos humana, más una escultura viva.

Sofía dejó la bandeja en la mesita auxiliar.

-¿Algo más, señora?

-¿Cuántos años tienes?

La pregunta fue tan sorpresiva que le tomó un momento reaccionar.

-Veinticuatro -respondió.

Victoria giró ligeramente el rostro, lo suficiente para observarla de perfil.

-Pareces más joven.

-Me lo dicen seguido.

Un silencio breve, incómodo. Victoria volvió la mirada a la ciudad.

-La juventud es un privilegio. Pero en esta empresa, también es una desventaja. Aquí no hay margen para la ingenuidad.

Sofía no supo si aquello era una advertencia o un consejo.

-Lo tendré en cuenta.

Victoria no dijo nada más. Sofía retrocedió lentamente y salió, cerrando la puerta sin ruido.

La tarde fue menos caótica, aunque igual de intensa. Recibió una llamada del jefe de seguridad pidiendo acceso al archivo confidencial, y otra del área de marketing solicitando confirmación para una campaña de último minuto. Tuvo que coordinar reuniones en tres zonas horarias distintas, reprogramar un almuerzo con un ministro extranjero y descifrar siglas internas que no estaban en ningún manual de bienvenida.

A las 5:42 p.m., cuando creyó que su día había terminado, sonó su teléfono interno.

-Sofía -dijo la voz de Victoria, esta vez más baja, más pausada-. Sube al piso 50.

-¿Piso 50?

-Es una instrucción. No una pregunta.

El ascensor privado que llevaba a los pisos superiores no tenía botones visibles. Solo una tarjeta especial, que alguien del equipo de seguridad le entregó sin decir palabra. Al llegar al piso 50, el ambiente cambió de inmediato. Era otro mundo. Luces suaves, arte contemporáneo en las paredes, y un silencio absoluto.

En el centro de una sala circular, una sola mesa de reuniones. Sobre ella, un proyector encendido y varias carpetas.

Victoria estaba allí.

-Cierra la puerta -le dijo sin mirarla-. Y siéntate.

Sofía obedeció, aunque sentía que le temblaban las rodillas.

-Quiero tu opinión sobre esto.

-¿Sobre qué?

Victoria le deslizó una carpeta con el título: Proyecto Arcadia.

Sofía la abrió. Diagramas técnicos, presupuestos millonarios, informes de viabilidad, referencias a tecnologías que apenas comprendía.

-No soy experta en esto, señora D'Alessio...

-No te pedí que fueras experta. Te pedí tu opinión.

Sofía respiró hondo. Leyó lo suficiente para entender la idea central: un sistema de análisis predictivo de datos, capaz de anticipar movimientos del mercado en tiempo real, incluso emociones de los consumidores. Algo... casi orwelliano.

-Es ambicioso -dijo-. Pero también inquietante. Si funciona como promete... podría predecir cosas demasiado personales. ¿No es riesgoso?

Victoria la observó. Sus ojos eran un campo minado. Difíciles de leer. Pero parecía interesada.

-Todos los avances lo son. El riesgo es la semilla del poder.

Luego, se levantó. Caminó alrededor de la mesa, lenta, sin perder contacto visual.

-Tienes algo. No sé qué es todavía. Pero lo sabré.

Sofía no se atrevió a moverse.

-Vuelve a tu puesto. Mañana hablaremos del proyecto.

La despidió con un gesto leve. Sofía regresó al piso 44 con la mente en llamas. No entendía por qué la había involucrado en algo tan confidencial desde el primer día. Ni por qué su presencia parecía despertar algo en aquella mujer tan inaccesible.

Solo sabía una cosa: su primer día en la empresa no había sido normal. Y lo que estaba por venir... tampoco lo sería.

            
            

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