Capítulo 5 Un error imperdonable

La madrugada cubría la ciudad con una neblina espesa cuando Sofía llegó al edificio de D'Alessio Technologies. Apenas pasaban de las cinco, y ni siquiera los guardias de seguridad en la entrada parecían del todo despiertos. El frío le calaba los huesos, pero no tanto como el peso que cargaba en el estómago: una mezcla corrosiva de ansiedad, adrenalina... y ambición.

Se había acostado a la una de la mañana, después de leer la carpeta del proyecto HÉLIX hasta que las palabras comenzaban a bailar frente a sus ojos. Aún no comprendía todas las implicaciones de lo que estaba ahí dentro, pero sí sabía una cosa: si alguien usaba esa herramienta malintencionadamente, el impacto no solo sería empresarial... sería social, humano, global. Y de algún modo, ahora ella estaba involucrada.

Tomó el ascensor privado con la tarjeta que Victoria le había entregado en un sobre sellado la tarde anterior. El piso 50 se abría con un leve zumbido, revelando un espacio más parecido a un observatorio que a una oficina: ventanales de piso a techo, una larga mesa blanca, pantallas encendidas mostrando códigos, mapas, y datos en tiempo real.

Victoria ya estaba ahí.

Llevaba un conjunto gris oscuro, sin una sola arruga. El cabello recogido con la misma perfección milimétrica de siempre. En sus manos, una tablet. Ni una mirada para Sofía cuando entró.

-Estás dos minutos tarde.

Sofía bajó la vista.

-Lo siento.

-Los errores pequeños son los que se vuelven grandes cuando nadie los corrige. Espero que esto no se repita.

Asintió en silencio, mientras tomaba asiento frente a ella.

-¿Leíste todo?

-Sí.

-¿Y?

-Lo entiendo en parte. Pero no todo. Es mucho más avanzado que cualquier sistema de predicción conocido.

Victoria alzó una ceja.

-Entonces reconoce lo que no sabes. Bien. Eso te puede salvar.

Con un gesto, proyectó sobre la pared una simulación: una línea de tiempo de decisiones de usuario, cruzadas con patrones emocionales. HÉLIX podía predecir no solo qué iba a comprar una persona, sino cuándo iba a dejar una relación, cuándo renunciaría a su trabajo, cuándo sería vulnerable a una propuesta riesgosa.

-¿Te asusta? -preguntó Victoria.

-Sí -respondió Sofía sin titubear.

-Perfecto. El miedo bien dirigido mantiene las manos firmes.

La CEO se giró hacia ella y le extendió una carpeta física con documentos que no había visto antes.

-Quiero que los escanees, los clasifiques y los subas al sistema privado. Usa el canal encriptado que ya configuré en tu perfil. Nada de WiFi público. No compartas esta carpeta con nadie.

Sofía asintió, tomó los documentos y bajó al piso 44, sintiendo el pulso acelerado.

Las siguientes horas fueron un torbellino. Trabajó en una sala aislada, sin interrupciones, clasificando archivos confidenciales bajo la instrucción directa de Victoria. Estaba concentrada, meticulosa, y por momentos se sentía incluso poderosa. Era parte de algo importante. Crucial. Estaba aprendiendo a navegar entre los códigos, los informes, las claves ocultas. Lo hacía todo según lo indicado.

Hasta que no lo hizo.

A las 10:42 a.m., mientras enviaba el último archivo cifrado al sistema interno, seleccionó por error un canal equivocado. Uno que no era privado. Un acceso administrativo estándar. Ni siquiera lo notó al principio. La interfaz no mostraba una alerta evidente. Pero lo que Sofía había hecho, sin saberlo, fue abrir la puerta de los datos más sensibles del Proyecto HÉLIX a cualquier supervisor con acceso de nivel medio.

Un error técnico. Un clic mal dado. Un segundo de distracción. Eso fue todo.

A las 10:48, recibió una notificación en rojo: "Transferencia insegura detectada. Seguridad ha sido notificada."

Sofía se congeló.

-No... no, no -murmuró, sus dedos temblando sobre el teclado.

Intentó revertirlo. Pero el daño estaba hecho.

A las 11:07, Victoria entró en la sala.

No golpeó. No habló.

Cerró la puerta detrás de ella con un gesto tan controlado que fue más aterrador que un grito.

-¿Qué hiciste?

Sofía se puso de pie.

-Yo... fue un error. Estaba subiendo los archivos, todo encriptado, pero... presioné la ruta equivocada. No me di cuenta. Apenas lo vi, intenté cancelar, pero ya estaba en el sistema.

Victoria se acercó, su rostro imperturbable.

-¿Sabes lo que has comprometido?

-Lo sé -respondió-. Y lo lamento profundamente. Haré lo que sea para corregirlo.

-¿Lo que sea?

La mirada de Victoria era tan cortante como un bisturí. Sofía bajó la vista, pero no retrocedió.

-Sí.

Silencio.

-Te di acceso a un proyecto que podría cambiar la estructura de la sociedad -dijo Victoria con voz contenida-. Confié en ti, a pesar de todas las advertencias. Y tú, en menos de veinticuatro horas, cometiste un error que compromete esa información.

Sofía no supo qué decir. Sentía la garganta seca, las manos frías.

-Esto no es un juego de oficina, Sofía. No es enviar correos y ordenar reuniones. Aquí, los errores no se olvidan. Se pagan.

Un largo silencio las envolvió.

-¿Vas a despedirme? -preguntó finalmente, en un hilo de voz.

Victoria no respondió de inmediato.

-No.

Sofía parpadeó, sorprendida.

-Pero no porque no quiera -continuó Victoria-. Sino porque hacerlo me costaría más tiempo que arreglar tu error. Y en este mundo, el tiempo vale más que la culpa.

Sofía asintió lentamente, sin saber si sentirse aliviada o aún más aterrada.

-Volverás a clasificar los archivos desde cero. Bajo supervisión. Y vas a explicar al jefe de seguridad lo ocurrido. No cubriré tu error. Te lo ganarás de nuevo... o te hundirás tú sola.

Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.

-Ah, y Sofía...

-¿Sí?

Victoria la miró por encima del hombro, con una expresión glacial.

-A partir de hoy, ya no eres invisible. No hay margen de error para los visibles.

Y salió.

El resto del día transcurrió con un peso silencioso sobre Sofía. El jefe de seguridad, un hombre de pocas palabras, le hizo preguntas rápidas, precisas, como quien evalúa daños tras una explosión. Nadie la consoló. Nadie la miró. Pero esta vez, no porque no la vieran, sino porque sabían.

Había cruzado una línea. Y no había marcha atrás.

Al final del día, cuando por fin quedó sola en la oficina, volvió a revisar cada uno de sus pasos. Cada clic. Cada archivo. Se obligó a memorizar protocolos, rutas, claves. Lo que ayer había sido un desafío, ahora era una prueba de supervivencia.

Y sin embargo, algo dentro de ella también se encendió.

Una determinación.

Podía haber fallado, sí. Pero también estaba aprendiendo a moverse en un mundo donde nadie se salvaba sin mancharse las manos. Si quería sobrevivir, tendría que ser más lista. Más rápida. Más dura.

Miró hacia la puerta del despacho de Victoria. Sabía que detrás de ese cristal había alguien que también había cometido errores, aunque nadie se atreviera a decirlo. Y quizá por eso no la había despedido.

Porque en el fondo... se parecían más de lo que ambas querían admitir.

                         

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