Al día siguiente, Isabela me llamó a su despacho.
Sobre la mesa había una funda de guitarra de lujo.
"Mateo tuvo un accidente," dijo, sin mirarme a los ojos. "Llevó tu medalla a un joyero para que la limpiara como un favor, pero hubo una confusión... la fundieron por error."
No mostró ninguna emoción.
"Me dijo que lo siente mucho."
Me quedé en silencio, el dolor era una piedra fría en mi pecho.
Esa medalla era mi única conexión con mi familia, con mi pasado.
Isabela pareció incómoda con mi silencio.
Abrió la funda de la guitarra.
"Pero te he conseguido esto para compensarte. Es una guitarra de Conde Hermanos, hecha a medida. Vale una fortuna. Más de lo que valía esa medalla."
Miré la guitarra. Era una obra de arte, un instrumento que cualquier músico soñaría con tener.
Para mí, no era más que un insulto.
Un pago por un recuerdo destruido.
Asentí lentamente.
"Gracias, Isabela."
Tomé la guitarra y salí del despacho.
En mi camerino, abrí mi cuaderno y tracé la línea número 97.
La medalla fundida.
Luego, hice otra marca. La número 98.
La guitarra como pago.
Dos deudas saldadas en un solo golpe.
Solo quedaba una.
La idea de la libertad era tan cercana que casi podía saborearla.
Esa noche, durante el ensayo, Mateo se acercó a mí.
"He oído lo de tu medalla," dijo, con una falsa expresión de pena. "Qué terrible accidente. Espero que la guitarra te consuele."
Su sonrisa era venenosa.
"Isabela es tan generosa, ¿verdad? Siempre cuidando de nosotros."
Apreté los puños, pero mantuve la cara impasible.
"Sí," respondí. "Lo es."
Me di la vuelta y empecé a calentar, ignorándolo.
El ensayo fue una tortura.
Mateo cometía errores a propósito, desafinaba, perdía el compás, y luego me culpaba a mí, diciendo que mi baile era demasiado agresivo y lo distraía.
"Javier, por favor, un poco más suave," decía Isabela, con el ceño fruncido. "Estás opacando a Mateo. Él necesita espacio para brillar."
Cada palabra era un pequeño corte.
Yo solo asentía y me movía más al fondo del escenario, reduciendo mis movimientos hasta que apenas era una sombra.
Al final del ensayo, estaba agotado, no por el esfuerzo físico, sino por el emocional.
Mientras guardaba mis cosas, Isabela se acercó.
"Javier, sé que no es fácil. Pero ten paciencia. Una vez que Mateo se asiente, volverás a tener tu momento. Lo prometo."
Era una promesa vacía, y ambos lo sabíamos.
Asentí, como siempre.
"Mañana será el estreno," dijo ella, con un brillo en los ojos. "Será una noche mágica."
Yo sabía que sería mi última noche.
La número 99.
La última deuda.