Fui Isabella, una bailaora de flamenco aclamada.
Perdoné a mi esposo Mateo 99 veces por sus infidelidades, siempre corriendo tras él cuando amenazaba con saltar de un puente.
La prensa me apodó "La Santa de los Cuernos".
Pero la infidelidad número 100 fue diferente.
Mateo me anunció que una cantante de reggaeton era su nueva "musa definitiva", tachando mi flamenco de "arte moribundo".
Enfurecido, me empujó violentamente, rompiéndome el tobillo y destrozando mi carrera profesional para siempre.
En el hospital, la sentencia fue cruel: no volvería a bailar.
Mi identidad como bailaora murió.
Mateo, simplemente, me abandonó en el suelo.
La humillación pública fue total: me reemplazó con su amante al frente de mi tablao y ambos destruyeron mi legado con su vulgar "Flamencotón".
¿Cómo pude vivir en esa farsa?
La "santa" finalmente se hartó.
Cuando Mateo intentó su patética táctica de chantaje con un falso suicidio, creyendo que volvería, no sentí ni miedo ni compasión.
La última chispa de todo lo que fuimos se extinguió, revelando una indiferencia absoluta.
Con una calma gélida, le entregué los papeles del divorcio ya firmados, sellando su sentencia.
Con esa libertad y la indemnización, abrí mi "Escuela de Flamenco Isabella", renaciendo.
Él, en cambio, se sumergió en la ruina.
Hoy, mi verdadera victoria no es el odio, sino la más pura indiferencia.