Cambio Esposo, Cambio Destino
img img Cambio Esposo, Cambio Destino img Capítulo 2
3
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

El silencio que siguió fue más pesado que la losa de una tumba.

Mi madre soltó un grito ahogado. Doña Elvira me miró fijamente, sus ojos oscuros entrecerrándose, calculando.

Pero antes de que pudiera hablar, una figura alta y delgada apareció en la puerta.

Ricardo.

Estaba más pálido y frágil de lo que recordaba en mis últimos días, apoyado en el marco de la puerta para sostenerse. Pero sus ojos ardían con una inteligencia fría y un odio que reconocí al instante.

"Así que esta es tu nueva estrategia", dijo, su voz un susurro rasposo. "Fingir desinterés para parecer más valiosa."

Me levanté lentamente, sacudiéndome el polvo de las rodillas.

Él también recordaba.

El conocimiento se asentó en mi pecho, frío y pesado. No era solo mi segunda oportunidad. También era la suya.

"Aléjate de mí", le dije, mi voz tan gélida como la suya. "Aléjate de mi familia."

"Y sobre todo", añadí, mirándolo directamente a los ojos, "aléjate de tu preciosa Isabela. No tengo ningún interés en ninguno de vosotros."

Su rostro se contrajo en una mueca de ira.

"No te atrevas a mencionar su nombre, bruja."

Se giró hacia su madre. "Madre, vámonos. Esta mujer es una farsante. No la necesitamos."

Doña Elvira dudó, su mirada yendo de mi rostro resuelto al de su hijo enfermo. Pero el amor por su único heredero, o quizás el miedo a desafiarlo, ganó. Asintió y se marcharon.

Pensé que había terminado. Estaba equivocada.

Al día siguiente, el pueblo era un hervidero de rumores.

Ricardo Montoya, para demostrar su lealtad inquebrantable a Isabela, había contado a todos la historia de una campesina mentirosa que inventó un poder mágico para intentar casarse con él.

Yo.

En la plaza del pueblo, mientras intentaba comprar pan, la gente empezó a susurrar. Los susurros se convirtieron en insultos.

"¡Embustera!"

"¡Cazafortunas!"

Un niño me tiró un tomate podrido que se estrelló contra mi vestido. Pronto, otros le siguieron. Fruta podrida, barro, piedras pequeñas.

Me quedé allí, inmóvil, mientras la humillación llovía sobre mí. Ricardo e Isabela observaban desde el balcón de la casa Montoya, él con una expresión de fría satisfacción, ella con una sonrisa delicada y triunfante.

No lloré. No les daría esa satisfacción.

Simplemente absorbí su odio, lo guardé dentro de mí. Era un combustible diferente al de mi vida pasada. Ya no era amor anhelante, sino una fría y paciente sed de venganza.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022