Mi vida era arte y sol en un apartamento florentino, un lienzo de tranquilidad y promesas.
Una llamada de México detonó la explosión de mi mundo.
"Sofía, es Clara. Hubo un incidente. Está en el hospital. En coma."
Abandoné mis estudios, mi vida artística, todo, y veinticuatro horas después estaba en Ciudad de México.
Allí, mi Clara, la bailarina folclórica llena de vida y de talento, yacía pálida e inmóvil, prisionera de un laberinto de tubos.
La versión oficial hablaba de un intento de suicidio, de una difamación que la destrozó.
Pero yo sabía lo que todos ignoraban.
Sabía la verdad.
Detrás de esa tragedia, detrás de cada calumnia y cada lágrima de Clara, estaba Valeria.
La misma víbora que juró destruir a mi mejor amiga, la que lo consiguió.
Una furia fría se apoderó de mí, más intensa que el dolor.
Ver a Clara así, la mujer que amaba la danza más que a su propia vida, era una injusticia que clamaba venganza.
Mi corazón dejó de llorar por un instante para empezar a calcular.
Sabía que la única forma de llegar a Valeria, de desmantelar su vida pieza por pieza como ella había hecho con Clara, era a través de Mateo, el peón.
Él, el exnovio ignorante, la llave a su círculo.
Así fue como, dos semanas después, en la bulliciosa estación del metro Balderas, Sofía la estudiante de arte se transformó en la inocente becaria que apenas llegaba a fin de mes.
Mi plan de venganza había comenzado.