Desperté en mi propia cama, el sol de La Rioja se filtraba por las persianas.
Por un momento, todo pareció normal, el olor a madera vieja y a tierra húmeda de la bodega familiar llenaba el aire.
Pero entonces lo sentí, un frío que no venía de la mañana, sino de un recuerdo.
Un recuerdo de estar atrapada en un cuerpo diminuto y peludo, ladrando sin que nadie entendiera mis gritos.
Un recuerdo de ver mi propio rostro, o el cuerpo que había sido mío, sonriendo mientras el veterinario me ponía la inyección letal en una perrera fría y maloliente.
Vi a Carmen, la esposa de mi hermanastro, habitando mi cuerpo, celebrando con una copa de nuestro mejor reserva. A su lado, mi prometido Javier y mi hermanastro Mateo, sus cómplices.
Habían intercambiado nuestras almas. Todo por la herencia, por la bodega que mi padre me había prometido como dote.
Miré mis manos, eran mis manos, no las patas de un cachorro.
Toqué mi cara, era mi piel, no el pelaje de un Bichón Frisé.
Había renacido.
Estaba de vuelta en el día de mi compromiso, el día en que todo comenzó.
Unos golpes suaves en la puerta me sacaron de mi trance.
"Sofía, ¿estás despierta? Te he traído un regalo de compromiso."
Era la voz de Mateo, falsamente cariñosa.
Se abrió la puerta y entró, sonriendo. Detrás de él, Javier, mi prometido, con esa mirada de adoración que ahora sabía que era una mentira.
En los brazos de Mateo había un cachorro blanco, un Bichón Frisé de un color muy cotizado, exactamente el mismo perro.
"Felicidades, hermanita. Para celebrar tu compromiso con Javier."
En mi vida pasada, lloré de alegría y abracé al cachorro, sin saber que el alma de Carmen ya estaba dentro, esperando el momento de robarme la vida.
Esta vez, mi rostro no mostró ninguna emoción.
"No lo quiero."
Mi voz fue tan fría que la sonrisa de Mateo se congeló. Javier parpadeó, confundido.
"¿Qué? Pero si es precioso, Sofía. Siempre quisiste uno."
"Dije que no lo quiero," repetí, mirándolo directamente a los ojos. "Sácalo de mi habitación."
Sentí un placer oscuro al ver el pánico cruzar sus ojos por una fracción de segundo.
Mateo se recuperó rápidamente, forzando una risa.
"Vaya, qué carácter. Deben ser los nervios de la boda. Bueno, no te preocupes. Lo dejaremos en la casa por ahora, solo temporalmente. Ya te encariñarás con él."
Se fue, dejando al cachorro en el pasillo.
Sabía que no podía forzar la situación, no todavía. Necesitaban que yo aceptara al perro, que aceptara el amuleto de azabache que Javier me daría esa noche.
Tenía que jugar su juego, pero esta vez, yo pondría las reglas.