De Esposa Suave a Reina
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Capítulo 1

El aire de la hacienda en México era denso y olía a polvo, muy diferente al aire limpio y fresco de mis montañas en los Andes. Yo, Isabella, la única heredera de las tierras de mi padre en Perú, llevaba ocho meses de embarazo en este lugar extraño. Mi matrimonio con Mateo era un puente entre el viejo dinero de mi familia y el nuevo poder sangriento del suyo. Para el mundo, éramos una pareja poderosa, una alianza perfecta. Para mí, era una jaula dorada.

Mis cuatro criadas, primas lejanas que traje conmigo desde Perú, eran mi único consuelo. Esperanza, la mayor, me cuidaba como una hermana. Soledad era lista y ambiciosa. Luz soñaba con lujos. Y Pilar, la más joven, era tímida y dulce. Ellas eran mi pedazo de hogar.

Esa noche, Mateo llegó tarde. Su ropa estaba desordenada y olía a alcohol barato y a miedo.

"Isabella, los rivales... me tendieron una trampa" .

Su voz sonaba rasposa.

"Me drogaron en una reunión, intentaron envenenarme" .

Lo miré, mi mano protectora sobre mi vientre abultado. No le creí del todo, pero el código de honor de mi familia me obligaba a apoyarlo.

"¿Qué necesitas, Mateo?" .

Él evitó mi mirada. Sus ojos se posaron en las cuatro criadas que estaban de pie, nerviosas, en un rincón de la habitación.

"Necesito purgar el veneno" .

Dijo la frase como si fuera una receta médica.

"No puedo molestarte a ti, en tu estado. Es peligroso para el bebé" .

Luego, se dirigió a mis primas.

"Ustedes me ayudarán" .

No fue una pregunta, fue una orden.

Las miré, esperando que se negaran, que me miraran pidiendo ayuda. Pero el miedo en sus ojos era más fuerte que cualquier lealtad. Soledad y Luz incluso mostraron un brillo extraño de anticipación. Solo Esperanza me miró con pena.

Esa noche, Mateo se acostó con mis cuatro criadas.

Al día siguiente, los hombres de Mateo y su madre, Doña Elvira, lo elogiaban.

"Qué hombre tan considerado" .

"No quiso arriesgar a su esposa embarazada" .

"Un verdadero líder, se sacrifica por su familia" .

Escuché los murmullos desde mi habitación, una prisión de seda y silencio. La humillación era un veneno mucho más potente que cualquiera que Mateo pudiera haber inventado. Me senté en mi cama, acariciando mi vientre, y sentí a mi hijo moverse. Por él, aguantaría. Por ahora.

            
            

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