Corrí tras Mateo, agarrando su brazo con desesperación.
"¡Sácala de ahí, por favor! ¡Es solo una niña, Mateo! ¡Tendrá miedo!"
Él se zafó de mi agarre con violencia.
"Que aprenda. Es hora de que alguien le quite la arrogancia que ha heredado de ti."
Isabella se acercó, poniéndose a su lado, una sonrisa triunfante en sus labios.
"Ana, querida, no seas tan dramática. Solo es una noche. Le vendrá bien para reflexionar."
La miré, el odio creciendo en mi interior.
"Tú lo has provocado todo."
Ella se encogió de hombros.
"Quizás. Pero él me cree a mí."
Mateo me acorraló contra la pared, su rostro a centímetros del mío. Su aliento olía a vino caro y a crueldad.
"¿Sabes cuál es tu problema, Ana? Que sigues pensando que tienes algún derecho aquí. Nunca olvides por qué te casaste conmigo."
Su voz bajó a un susurro venenoso.
"Usaste a esa niña para atraparme, para tener acceso a mi pago, a mis viñedos centenarios. Creíste que un embarazo te convertiría en la señora de la casa."
Isabella añadió leña al fuego.
"La verdad es que fui yo quien tiró el vino. Me tropecé. Pero tu hija me miró mal. Me llamó 'la mujer mala que roba a papá'. Alguien tenía que ponerla en su sitio."
El descaro me dejó sin aliento. La maldad era tan abierta, tan desnuda.
Sentí una náusea profunda.
"Quiero el divorcio," dije, mi voz temblando pero firme. "Déjame llevarme a Lucía y te daré el divorcio. No quiero nada tuyo."
La cara de Mateo se transformó. La ira pura reemplazó su desprecio.
Sus manos se cerraron alrededor de mi cuello.
No apretó fuerte, solo lo suficiente para que sintiera su poder, su control absoluto.
"¿Divorcio? ¿Tú me pides el divorcio a mí?" siseó. "Tú no decides cuándo se acaba este juego. Lo decido yo. Y ahora mismo, me estoy divirtiendo."
Me soltó y me caí al suelo, tosiendo, buscando aire.
Él e Isabella se alejaron riendo, dejándome sola en el pasillo, con el eco de sus pasos y el llanto ahogado de mi hija en mi cabeza.
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