El Regreso de Heredero
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Capítulo 1

Aterricé en Logroño y el olor a tierra húmeda y a vino fermentado me golpeó al instante, el olor de mi hogar y mi jaula. Seis meses en Ibiza, rodeado de ruido, sol y cuerpos anónimos, no habían logrado borrarlo de mi memoria.

Mi abuelo me dejó todo, el imperio vinícola de los Valdegracia, cada viñedo, cada barrica, cada secreto. Lo hizo para protegerme, pero solo me encadenó más a esta familia.

Mi padre, Arturo, siempre oliendo a colonia cara y a resentimiento, nunca me perdonó ser el elegido. Mi madre, Isabel, con sus rosarios y su devoción fingida, era igual de venenosa. Ambos infieles, ambos calculadores, unidos solo por la codicia.

Sabía que mi regreso no sería tranquilo, Don Miguel, el capataz de mi abuelo, mi único aliado real, ya me había advertido por teléfono.

"El señorito Mateo, la casa ya no es la misma."

Su voz sonaba grave, preocupada.

Al llegar a la finca, el silencio era antinatural. Los trabajadores más antiguos, los hombres de mi abuelo, me saludaron con una inclinación de cabeza, sus ojos llenos de lealtad y advertencia.

Dentro, la tensión se podía cortar con un cuchillo.

Mi padre estaba en el salón, con una copa de nuestro mejor reserva en la mano. A su lado, una joven de pelo oscuro y ojos asustados. Sofía. La hija de su amante, la que acaba de morir.

"Mateo, has vuelto."

Dijo mi padre, sin una pizca de afecto.

"Ella es Sofía, se quedará con nosotros. Ha perdido a su madre."

Una excusa patética. Lo que quería eran sus olivares, la herencia que la chica traía consigo.

Del otro lado del salón, mi madre tomaba el té. Junto a ella, dos jóvenes arrogantes que me miraban con desprecio. Javier y Carlos, sus hijos secretos con un torero retirado. Mis "hermanastros".

"Así que el playboy ha vuelto de sus vacaciones," dijo Javier, con una sonrisa burlona.

"A gastar el dinero que no te has ganado," añadió Carlos.

Ignoré sus provocaciones. Mi fachada de idiota despreocupado era mi mejor arma, una que había perfeccionado durante años.

"Qué bien," dije, con una sonrisa vacía. "Más familia. La casa se sentía muy sola."

La cena esa noche en el patio fue un campo de batalla silencioso.

El aire estaba cargado. Cada uno movía sus piezas en el tablero.

Mi madre hablaba de la iglesia, mi padre de negocios que no controlaba, y mis hermanastros no dejaban de mirarme, esperando una reacción.

Sofía permanecía en silencio, con la cabeza gacha, jugando el papel de la huérfana asustada a la perfección.

"Padre," dijo Javier de repente, "Carlos y yo hemos estado pensando. Creemos que es hora de que asumamos un papel más activo en la bodega."

"Puestos directivos," soltó Carlos. "Y una parte de los beneficios, por supuesto. Somos familia."

Mi padre asintió lentamente, mirando de reojo a mi madre. Estaban todos de acuerdo. Era un ataque coordinado.

Todos me miraron, esperando que explotara, que me negara, que demostrara mi "incompetencia".

En lugar de eso, sonreí.

"Claro," dije, bebiendo un sorbo de vino. "Pero tengo una idea mejor para unir a la familia y las tierras."

Hice una pausa, disfrutando del suspense.

"He decidido que me voy a casar con Sofía."

El silencio fue absoluto.

Mi padre se puso pálido. La copa de vino tembló en su mano.

"¿Qué has dicho?"

"Que nos casaremos," repetí, mirando a Sofía, que levantó la cabeza por primera vez, sus ojos abiertos de par en par por la sorpresa. "Sus olivares y nuestros viñedos. Una unión perfecta, ¿no crees, padre?"

Javier se levantó de golpe, tirando su silla hacia atrás. Su cara estaba roja de ira.

"¡No te atrevas a tocarla! ¡Estás loco!"

Ahí estaba. La verdad. El arrogante hermanastro estaba enamorado de la ingenua huérfana. Qué predecible.

La fachada de todos se había roto. La guerra había comenzado.

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