La noche antes de las audiciones finales para el Concurso Nacional de Arte Flamenco era fría.
Mi novio Mateo me llevó a un viejo almacén de vinos de su familia.
Me dijo que tenía una sorpresa para mí, un vino especial para celebrar mi futuro éxito.
Confié en él.
Entré en el oscuro almacén, el aire olía a madera vieja y a vino fermentado.
La pesada puerta de roble se cerró detrás de mí con un sonido sordo y definitivo.
El cerrojo sonó.
Me giré, confundida.
"Mateo, ¿qué es esto? ¿Una broma?"
Su voz llegó desde el otro lado de la puerta, fría y sin emoción.
"Sofía, lo siento. Isabela necesita esta oportunidad más que tú."
Isabela. Su amiga de la infancia. Mi rival.
"¿Qué quieres decir? ¡Las audiciones son mañana por la mañana! ¡No puedes hacerme esto!"
Golpeé la puerta con mis puños, el pánico empezaba a subir por mi garganta.
"Tú ya eres una genio del flamenco, Sofía," dijo él, su tono era condescendiente, como si me estuviera haciendo un favor. "¿Qué más da esperar un año? Para Isabela, esto lo es todo."
"¡Es mi sueño, Mateo! ¡El sueño de mi abuela! ¡Abre la puerta!"
No hubo respuesta.
Grité hasta que mi garganta se sintió en carne viva. Golpeé la puerta hasta que mis nudillos sangraron.
Nadie vino.
Me quedé allí, en la oscuridad helada, hasta que el sol empezó a filtrarse por una pequeña rendija en el techo.
Cuando finalmente alguien me encontró, un viejo trabajador de la bodega, ya era demasiado tarde.
Llegué corriendo a las audiciones, sudorosa y desesperada, justo cuando anunciaban el último nombre.
Había perdido mi oportunidad.
Los jueces me miraron con una mezcla de lástima y decepción.
Pero entonces, uno de ellos, un maestro legendario que conocía la historia de mi abuela, se levantó.
"El duende de los Vargas no puede ser ignorado por un retraso," dijo con voz grave. "Le concederemos una plaza especial. No nos decepciones, niña."
Sentí un alivio tan intenso que casi me caigo.
Cuando vi a Mateo más tarde, me abrazó, fingiendo preocupación.
"Cariño, ¿dónde estabas? Estaba tan preocupado."
Lo aparté, el olor de su colonia cara me revolvía el estómago.
"Sé lo que hiciste, Mateo."
Él sonrió, una sonrisa encantadora y vacía.
"Pero mírate, lo has conseguido de todas formas. Siempre lo consigues todo, Sofía. Por eso te quiero."
Su mano rozó mi mejilla.
No sentí amor.
Sentí una advertencia.