Recuerdo cómo conocí a Mateo.
Fue en una feria, yo estaba bailando en una pequeña caseta. Él era el heredero de las bodegas, rico, guapo, encantador.
Me dijo que mi baile tenía "duende", que nunca había visto nada igual.
Me enamoré de la forma en que me miraba, como si yo fuera una obra de arte.
Pero siempre hubo algo más.
Los celos cuando hablaba con otros hombres. La forma en que despreciaba mis orígenes humildes, disfrazándolo de bromas.
"Una bailaora de Triana con un bodeguero de Jerez," decía riendo. "Qué exótico."
Una vez, casi rompí con él. Mi abuela había empeorado, necesitaba cuidados caros.
Él pagó todas las facturas sin que yo se lo pidiera.
"Ves, Sofía," me dijo, acariciando mi pelo. "No puedes vivir sin mí. Yo cuido de ti y de tu familia."
Me quedé. Me sentí atrapada por su "generosidad".
Ahora, tumbada en el suelo del patio, recordé ese momento.
No fue generosidad. Fue control.
"Ojalá te hubiera dejado ahogarte," murmuré en la oscuridad, recordando una vez que lo salvé de una corriente fuerte en la playa cuando éramos más jóvenes.
Me arrepentí de haberle salvado la vida.
Lo último que recuerdo es el sonido de las sirenas a lo lejos, antes de que el dolor y la oscuridad me tragaran por completo.
Desperté en una cama de hospital.
Mi pierna estaba escayolada, elevada sobre almohadas.
Mateo estaba sentado en una silla junto a la cama, mirando su teléfono.
Levantó la vista, su expresión era tensa, nerviosa.
"Sofía, estás despierta."
Un miedo frío me recorrió. Su nerviosismo no era por mí. Era por algo más.
"¿Dónde está mi abuela?" pregunté, mi voz era un graznido. "Le dije a la enfermera que la llamara. ¿Está bien?"
Mateo no respondió. Evitó mi mirada.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió.
Era Isabela.
Tenía una sonrisa cruel en sus labios.
"Tu novio es demasiado cobarde para decírtelo," dijo, su voz goteaba veneno. "Así que lo haré yo."
"¿Decirme qué?"
"Tu abuela está muerta," dijo Isabela, saboreando cada palabra. "Fui a verla. Le conté con todo detalle cómo Mateo te rompió el tobillo. Incluso le enseñé el vídeo."
Sacó su teléfono.
"Le dije que nunca más volverías a bailar. Que su precioso legado se había acabado. Su corazón no lo soportó. Tuvo un infarto allí mismo."
El mundo se detuvo.
El aire se volvió espeso, pesado. No podía respirar.
Sentí un sabor metálico en mi boca. Sangre. Me había mordido el labio.
"Tú... monstruo."
Me lancé fuera de la cama, ignorando el dolor agudo en mi tobillo. Mi único pensamiento era borrar esa sonrisa de su cara.
Mis manos se cerraron alrededor de su cuello.
"¡Te mataré!"
"¡Sofía, para! ¡Te estás volviendo loca!"
Mateo me arrancó de ella. En el forcejeo, me empujó.
Caí hacia atrás, y mi cabeza golpeó el borde metálico de la mesita de noche.
Un dolor agudo explotó en mi cráneo.
Lo último que vi fue a Mateo abrazando a una Isabela que sollozaba falsamente, mientras la sangre empezaba a correr por mi cara.