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Unos días después, el teléfono de la casa sonó. Era el gerente de "Au Pied de Cochon", uno de los restaurantes más exclusivos y caros de Polanco, abierto las 24 horas.
Mi padre, el gran productor Arturo Castillo, contestó. Su expresión pasó de la curiosidad a la incredulidad, y luego a una furia helada.
"¿Qué dice usted? ¿Una cuenta de ochenta mil pesos a nombre de mi familia? ¿Quién autorizó eso?"
Escuché en silencio desde el sofá, fingiendo leer una revista de moda. Sabía exactamente de qué se trataba.
Mi padre colgó el teléfono, con la mandíbula apretada.
"Scarlett, ¿sabes algo de esto? Un tal Máximo Lawrence está en el restaurante con una chica, diciendo que es mi 'hijo adoptivo' y tu futuro prometido. Han estado pidiendo botellas de tequila de reserva y platillos carísimos."
Levanté la vista de mi revista, con una expresión de perfecta inocencia.
"¿Máximo? ¿El hijo del chófer? Papá, ¿por qué iba yo a comprometerme con él? Lo despedí de la casa hace unos días por ser un insolente."
La cara de mi padre se ensombreció aún más.
"Ese miserable..."
"No te preocupes, papá", dije, poniéndome de pie y cogiendo mi bolso. "Yo me encargo. No podemos permitir que unos aprovechados manchen nuestro apellido."
Mi padre asintió, una chispa de orgullo en sus ojos.
"Así se habla, mi niña. Dales una lección."
Cuando llegué al restaurante, la escena era aún más ridícula de lo que imaginaba. Máximo y Luciana estaban en la mejor mesa, rodeados de platos a medio comer y varias botellas vacías. Máximo hablaba en voz alta, gesticulando con una copa de tequila en la mano, tratando de impresionar a la gente de las mesas cercanas.
"Sí, mi suegro, el señor Castillo, es como un padre para mí. Insiste en que no me preocupe por el dinero. Dice que mi talento es un tesoro que debe ser cuidado."
Luciana reía tontamente, bebiendo directamente de una botella.
"Ay, mi amor, eres tan increíble. Pronto, todos estos lugares serán nuestros."
El gerente se acercó a mí, con cara de alivio.
"Señorita Castillo, gracias a Dios que ha llegado. Estos... señores, se niegan a pagar. Insisten en que todo se cargue a su cuenta."
Caminé directamente hacia su mesa. El ruido de mis tacones sobre el mármol hizo que Máximo se girara. Su rostro se iluminó al verme, una sonrisa triunfante se dibujó en sus labios.
"¡Scarlett, mi amor! ¡Justo a tiempo! Dile a este buen hombre que se relaje. Estábamos celebrando nuestro futuro éxito."
Creía que había venido a pagar la cuenta, a salvarlo de la vergüenza. Qué iluso.
Ignoré los comentarios y me dirigí al gerente.
"Este hombre no tiene ninguna relación con mi familia", declaré, mi voz clara y firme, para que todos en el restaurante pudieran oír. "No lo conozco, y ciertamente no es mi prometido. Mi familia no pagará ni un solo peso de su cuenta."
El silencio cayó sobre el restaurante. Todos los ojos estaban puestos en nosotros. La sonrisa de Máximo se congeló.
"Scarlett, ¿qué estás diciendo? ¡Deja de hacer bromas!", siseó, su voz temblando de pánico.
"No es una broma. Es un fraude", dije, mirándolo con desprecio. "Y si no pagan su cuenta ahora mismo, el gerente tendrá todo el derecho de llamar a la policía."
Luciana se puso pálida.
"¡Máximo, haz algo!", gimió.
Máximo, desesperado, sacó su teléfono.
"¡Voy a llamar a mi padre! ¡Él se lo confirmará! ¡Él le dirá que soy parte de la familia!"
Marcó un número y puso el altavoz. La voz de su padre, nuestro ahora ex-chófer, llenó el aire.
"¿Máximo? ¿Qué pasa, hijo?"
"¡Papá! ¡Dile a esta gente! ¡Dile a Scarlett que soy como un hijo para el señor Castillo! ¡Dile que ella me ama!"
Hubo una pausa. Pude imaginar al chófer, un hombre servil y oportunista, calculando sus opciones. Probablemente todavía creía que yo estaba loca por su hijo, y que apoyarlo le ganaría el favor de mi padre.
"Sí... sí, es verdad", dijo finalmente el chófer. "Mi hijo Máximo es muy querido por la familia Castillo. La señorita Scarlett lo adora. Es... es como de la familia."
Máximo suspiró de alivio, una sonrisa arrogante regresando a su rostro.
Pero yo ya tenía mi teléfono en la mano, marcando el número de mi padre.
"Papá, estoy en el restaurante. El chófer acaba de confirmar la mentira de su hijo por teléfono. Creo que ya no necesitamos sus servicios. Y deberíamos denunciarlos a ambos por fraude."
Hubo un silencio en la línea de mi padre, seguido de una voz fría como el acero.
"Considera hecho. El jefe de seguridad ya va para allá con la policía. Que no se escapen."
Colgué y miré a Máximo.
"¿Escuchaste eso? Tu padre acaba de ser despedido. Y ambos están a punto de ser arrestados por fraude. Espero que la comida haya valido la pena."
El color desapareció por completo del rostro de Máximo. El teléfono se le cayó de la mano. Luciana empezó a sollozar.
Los guardias de seguridad del restaurante se acercaron, bloqueándoles la salida. Unos minutos después, la policía llegó, acompañada por el jefe de seguridad de mi padre.
Mientras se los llevaban esposados, Máximo me miró con una mezcla de odio e incredulidad.
"Esto no ha terminado, Scarlett. ¡No ha terminado!"
Me encogí de hombros, saqué una tarjeta de crédito de mi bolso y se la di al gerente.
"Cóbreme una botella de su mejor champagne. Quiero celebrar."
Me senté en la mesa que ellos habían ocupado, observé cómo se los llevaban y bebí una copa a mi nueva vida. Los comentarios dorados estaban en silencio. Por primera vez, parecían no tener nada que decir.