Para mantenerla a salvo allí dentro, le daba dinero a un guardia corrupto, cada peso que ganaba lavando platos en la cocina de un restaurante lujoso, un trabajo que me rompía la espalda por un sueldo miserable.
Pero el dinero se acabó, mis manos estaban vacías y el guardia me exigía más.
Fue entonces cuando mi hermano Patrick, de solo diecisiete años, hizo lo impensable.
"Hermano, conseguí el dinero para la fianza de Sasha", me dijo un día, con los ojos brillantes pero con una palidez que no me gustó nada.
"¿Cómo?", le pregunté, desconfiado.
"Un trabajito, no te preocupes, León. Lo importante es que Sasha salga de ahí".
No le creí del todo, pero la desesperación me cegó, necesitaba creerle.
Tomé el fajo de billetes que me entregó, sintiendo un frío extraño al tocarlos.
Fui corriendo a la prisión, ansioso por darle la buena noticia al guardia, por decirle que por fin podía proteger a Sasha.
Pero al llegar a la reja, me detuve, una voz familiar me heló la sangre.
Era Sasha.
Y no estaba sola.
"Máximo, mi amor, no te preocupes por ese campesino", decía ella, su voz no era la de la mujer asustada que yo conocía, era fría, calculadora.
"Ya vendió la finca, no le queda nada, pronto se cansará y me dejará en paz".
Me asomé por una rendija, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
Sasha estaba allí, con un vestido caro, abrazada a un hombre alto y arrogante, su vientre ligeramente abultado.
No parecía una prisionera.
"¿Y qué hay de él y su hermanito?", preguntó el hombre, Máximo.
"Les dejaremos vivir, León cuidó bien de mí", respondió Sasha con una risa cruel. "Pero solo nuestro hijo, Máximo, heredará el imperio Ramírez, que lo tenga claro".
El imperio Ramírez.
El nombre me golpeó con la fuerza de un puñetazo.
Sasha Ramírez, la hija del magnate inmobiliario más poderoso de México.
Todo había sido una mentira.
Su pobreza, su deuda, su encarcelamiento.
Una farsa para deshacerse de mí.
El dinero en mi mano de repente pesaba una tonelada.
El "trabajito" de Patrick.
Corrí de vuelta a nuestro pequeño cuarto alquilado, un mal presentimiento creciendo en mi interior.
Encontré a Patrick en su cama.
Estaba muerto.