El teléfono sonó una sola vez antes de que él respondiera. Su voz, profunda y resonante, no había cambiado.
"Isabella."
No era una pregunta. Era una afirmación. Sabía que era yo.
"Javier," mi voz se quebró. "Necesito tu ayuda."
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Podía imaginarlo, sentado en su despacho, rodeado de poder y oscuridad. El hombre al que había rechazado por Mateo.
"¿Ayuda?" repitió, y había un rastro de amargura en su tono. "¿La mujer que bailó sobre cactus para dejar a su familia ahora pide ayuda?"
El recuerdo de ese día me quemó la piel. El dolor en mis pies, la sangre manchando la tierra, todo para ser libre. Libre para esto.
"Haré lo que quieras," dije, mi voz firme a pesar del nudo en mi garganta. "Pagaré cualquier precio."
"¿Incluso casarte conmigo?"
La pregunta flotó en el aire, fría y directa. Era el precio que siempre había querido cobrar.
Cerré los ojos. La imagen del rostro sonriente de Mateo, la cicatriz en el pecho de mi padre, la traición de Carmen. Todo se arremolinó en mi mente.
"Sí," respondí. "Me casaré contigo."
"¿Por qué?" su voz era dura. "¿Qué te ha hecho ese torero para que vuelvas arrastrándote hacia mí?"
Le conté todo. La cicatriz, la donación, el bebé, la humillación. Hablé con una calma gélida, sin lágrimas, solo con los hechos desnudos y brutales.
Cuando terminé, el silencio fue aún más pesado.
"Sabía que era un error," dijo finalmente Javier, y su voz era una mezcla de furia y un dolor antiguo. "Sabía que te destruiría. Te he estado observando estos seis años, Isabella. Esperando que te dieras cuenta."
"Me he dado cuenta," susurré. "Ahora quiero venganza."
"Tendrás tu venganza," prometió. "Y yo tendré a mi esposa. Prepara tus cosas. La boda será pronto."
Colgó. Me quedé en la oscuridad de la habitación de mi padre, el pacto sellado. Había vendido mi futuro para vengar mi pasado. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí una chispa de poder en medio de la desesperación.