El Silencio de mi Adiós:  No Hay Regreso
img img El Silencio de mi Adiós: No Hay Regreso img Capítulo 2
3
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

Desperté en una cama de hospital.

La habitación era blanca y silenciosa.

Mi vientre estaba plano.

Una enfermera entró con una expresión de compasión.

"Lo siento mucho, señora", dijo en voz baja. "El bebé... no sobrevivió. Nació prematuro por el trauma y sufrió asfixia".

Mi corazón se detuvo. No lloré. No grité. Solo sentí un vacío inmenso, un frío que me helaba los huesos.

Mi hijo estaba muerto.

En ese momento, mi teléfono sonó. Era el hospital de mi abuela.

"¿Señora Elena?", dijo una voz nerviosa. "Su abuela... ha sufrido un ataque fulminante. Vimos las noticias del accidente... la pérdida del bebé... No pudo soportarlo. Lo sentimos mucho".

Colgué.

Mi hijo. Mi abuela.

Todo lo que me quedaba en el mundo, todo por lo que había soportado diez años de infierno, se había ido en un solo día.

Me quedé mirando el techo, entumecida.

No tenía nada.

Ya no tenía por qué seguir luchando.

Cuando Don Alejandro, el abuelo de Javier, entró en la habitación, yo ya había tomado una decisión.

"Elena, hija mía, me he enterado de lo que ha pasado...", comenzó, su rostro severo mostraba una rara expresión de dolor.

"Quiero el divorcio", lo interrumpí, mi voz era hueca, sin emoción. "He pagado mi deuda. La he pagado con la sangre de mi hijo y la vida de mi abuela".

Don Alejandro se quedó sin palabras.

"¿Qué quieres decir con 'pagado con sangre'?", preguntó, confundido.

Saqué mi teléfono. Le mostré el vídeo que una cámara de seguridad de la calle había grabado.

La imagen era clara: el coche de Javier, Isabela al volante, la sonrisa, el impacto, la súplica, su indiferencia.

Luego le mostré los mensajes que Isabela me había enviado mientras yo yacía en el suelo.

"¿Disfrutando del asfalto, perra? Javier dice que te ves ridícula".

"Por cierto, el vestido blanco no te favorece, te hace parecer aún más gorda".

"Espero que tu bastardo muera contigo".

La cara de Don Alejandro se transformó. La confusión se convirtió en horror, y luego en una furia helada.

"Esa... esa bestia", murmuró, sus manos temblaban.

"Libéreme, Don Alejandro", repetí. "Quiero mi libertad".

Él me miró, sus ojos llenos de una culpa insoportable. Asintió lentamente.

"Haré que mis abogados preparen los papeles de inmediato", dijo con voz ronca. "Lo siento, Elena. Lo siento de verdad".

"El bebé será enterrado en el panteón de su familia. Es un Montero", dije con frialdad. "Pero las cenizas de mi abuela... esas me las llevo yo".

Él solo pudo asentir, demasiado avergonzado para hablar.

Yo ya no sentía nada. Ni amor, ni odio. Solo un inmenso y agotador vacío.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022