Mi Familia Quiso Matarme
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Capítulo 2

Mi padre me silenció con un gesto. Se adentró en la casa y regresó con una pequeña caja de madera, una que yo reconocía. Era la caja donde guardaba sus medallas de juventud. La abrió frente a mí. Dentro, sobre un lecho de terciopelo raído, había dos balas.

"Una es de fogueo, la otra es real", dijo con una frialdad que me partió el alma. "Juega a la ruleta rusa. Si vives, te largas a la selva y no vuelves nunca más. Si mueres, nos harás un último favor".

Me quedé mirándolo, incrédulo. ¿Un favor? ¿Mi muerte era un favor?

"Es por el bien de la familia", suplicó mi madre, las lágrimas corriendo por sus mejillas. "Por tu sobrino, el nieto que viene en camino. Tu sombra no puede destruir su futuro".

La palabra "sobrino" resonó en el silencio. Me negué a tocar la caja.

"Luché para que pudieran dormir en paz. Para que este pueblo fuera seguro. El gobierno me va a condecorar. Soy un héroe".

Iván soltó una carcajada amarga y cruel. "¡Un héroe! ¿Tú? Eres un cobarde. Un matón que huyó y nos dejó con tus problemas. Si no te mataron tus enemigos, lo haremos nosotros para proteger lo nuestro".

Algo en su tono, en la mirada de mi padre, me hizo dudar. Sentí que algo estaba terriblemente mal. Con un movimiento rápido, pateé la caja. Las balas cayeron al suelo de tierra con un sonido metálico.

No rodaron. Cayeron pesadas. Las recogí. Ambas eran reales. No había fogueo. No había elección. Querían matarme desde el principio.

"Maldito seas", gruñó Iván, su rostro contorsionado por la furia de ser descubierto. "¡Eres una amenaza! ¡Arruinarás todo lo que he construido!".

"¿Construido sobre qué, Iván? ¿Sobre mentiras? ¿Sobre mi supuesta muerte?".

"¡Tú no sabes nada!", gritó. "Tengo una posición. El señor Ramírez, el político, confía en mí. Tu regreso lo complica todo".

El político local. Un hombre conocido por sus conexiones turbias. Ahora entendía. La corrupción que yo había jurado destruir tenía sus tentáculos aquí, en mi propia casa, en mi propio hermano.

"Esa información que tengo", dije, mirándolos a todos, "la que puede derribar a gente como Ramírez, traerá seguridad y prosperidad a este pueblo. A ustedes".

"¡Delirios!", gritó mi padre. "¡Mentiras! Si fueras un héroe, ¿por qué volverías solo, como un perro callejero, sin nadie que te reciba?".

Estaba harto. El dolor era tan profundo que se había convertido en un vacío helado. Di media vuelta para marcharme. No había nada que salvar aquí.

"No te irás a ninguna parte", dijo Iván.

En ese instante, las sombras del callejón cobraron vida. Varios hombres armados, sicarios, salieron de la oscuridad. Iván los había llamado. Había alertado al político corrupto.

La pelea fue brutal y corta. Mi entrenamiento se impuso. Esquivé, golpeé, desarmé. Pero eran demasiados. Mientras me defendía de uno, otro se deslizó por mi flanco. Sentí un dolor agudo y ardiente en el brazo. Un cuchillo.

Miré hacia abajo. La hoja estaba untada con una sustancia oscura y pegajosa. Reconocí el veneno al instante. Una toxina de acción lenta, una de las favoritas de los cárteles. Iván lo había planeado todo para que pareciera un ajuste de cuentas.

Mi visión empezó a nublarse. La fuerza abandonó mis piernas. Lo último que vi antes de que la oscuridad me tragara fue el rostro triunfante de mi hermano.

            
            

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