Adiós, Mi Esposa Cruél
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Capítulo 1

Elías Mendoza llevaba cinco años casado, cinco años en los que no había conocido el calor de un abrazo de su esposa, ni una sola caricia, ni una palabra de afecto.

Su matrimonio con Sofía Del Valle era un desierto helado.

Cada día era una repetición del anterior, una rutina de humillaciones silenciosas y desprecios abiertos.

Elías se movía por la enorme mansión como una sombra, un sirviente más cuyo único propósito era no molestar.

Hoy, como todas las mañanas, se levantó antes que nadie para preparar el desayuno de Sofía, un ritual que ella exigía pero que rara vez agradecía.

Mientras colocaba con cuidado la fruta cortada en el plato, el olor a desinfectante impregnaba el aire.

Sofía tenía una obsesión con la limpieza, o más bien, con la supuesta suciedad que Elías representaba para ella.

"Asegúrate de lavarte las manos tres veces antes de tocar mi comida" , le había dicho una vez, con una mueca de asco.

Él lo hacía.

Se lavaba las manos hasta que la piel se le resecaba y agrietaba, todo con la esperanza de recibir una mirada que no fuera de repulsión.

Sofía bajó las escaleras, envuelta en una bata de seda que acentuaba su figura perfecta.

Pasó junto a él sin mirarlo, como si fuera un mueble más en la habitación.

Se sentó a la mesa y examinó el plato con ojo crítico.

"¿Usaste guantes?" , preguntó, con la voz fría.

"Sí, Sofía" , respondió Elías, su propia voz apenas un susurro.

Ella tomó un trozo de melón con un tenedor de plata, lo masticó lentamente y luego lo dejó caer de nuevo en el plato.

"No tengo hambre" , dijo, apartándolo.

Elías sintió una opresión familiar en el pecho, la misma que sentía cada vez que ella lo rechazaba.

Durante cinco años, había perdido peso, su rostro se había afilado y sus ojos habían perdido el brillo que alguna vez tuvieron.

Se sentía como un cascarón vacío, un hombre cuya autoestima había sido sistemáticamente demolida.

A veces, por la noche, se preguntaba por qué seguía allí.

La respuesta siempre era la misma: Doña Elena, la abuela de Sofía.

La matriarca de la familia Del Valle le había pedido que tuviera paciencia, que Sofía era joven y caprichosa, pero que con el tiempo aprendería a valorarlo.

Elías se aferraba a esa promesa como un náufrago a una tabla.

Más tarde ese día, mientras limpiaba el estudio, escuchó la voz de Sofía al teléfono en el jardín.

Su tono era completamente diferente, dulce y meloso, un tono que Elías nunca había escuchado dirigido a él.

Se acercó a la ventana, escondiéndose detrás de las pesadas cortinas.

"Sí, mi amor... Ricardo, claro que te extraño" , decía ella, con una risita coqueta. "Te tengo una sorpresa para la fiesta de esta noche, algo que te va a encantar. Será nuestro pequeño juego."

El corazón de Elías se detuvo.

Ricardo Montemayor.

El supuesto "mejor amigo" de la familia, un hombre que siempre estaba cerca, siempre con una sonrisa condescendiente para Elías.

La sorpresa. El juego.

Una náusea amarga le subió por la garganta.

No podía ser.

Cuando Sofía entró de nuevo en la casa, Elías la confrontó. Era la primera vez en años que se atrevía a hacerlo.

"¿Con quién hablabas?" , preguntó, tratando de mantener la voz firme.

Sofía lo miró con sorpresa, que rápidamente se convirtió en desdén.

"¿Desde cuándo te interesa mi vida, Elías?" , se burló ella. "¿Acaso el perrito faldero aprendió a ladrar?"

"Escuché el nombre de Ricardo" , insistió él. "Y hablaste de una sorpresa."

Sofía soltó una carcajada, una risa cruel que resonó en el silencioso vestíbulo.

Se acercó a él, rodeándolo como un depredador a su presa.

"¿Quieres saber la sorpresa?" , susurró, su aliento frío cerca de su oído. "La sorpresa eres tú, querido."

Elías no entendía.

"Esta noche, en la gala benéfica, voy a hacer algo muy especial" , continuó ella, disfrutando de su confusión. "Mis amigas y yo hemos estado hablando de lo... puro que eres. Cinco años de matrimonio y sigues sin tocar. Es casi una rareza en nuestro círculo."

La sangre se le heló en las venas.

"Voy a subastar tu virginidad, Elías" , dijo finalmente, con una sonrisa triunfante. "Ricardo está fascinado con la idea. Dice que es la máxima humillación para un hombre. Y yo... yo estoy de acuerdo. Es el regalo perfecto para él y una forma divertida de deshacerme de mi aversión por ti."

Elías se quedó sin palabras, el impacto de la revelación lo dejó paralizado.

Subastarlo.

Como un objeto.

Como un animal.

"Tú... tú no puedes..." , balbuceó.

"Oh, claro que puedo" , dijo ella, su rostro endureciéndose. "Eres mi esposo. Eres de mi propiedad. Y haré contigo lo que me plazca."

Recordó el día de su boda, la promesa que le hizo a Doña Elena.

"Cuídala, Elías. Dale tiempo."

Había aguantado cinco años de desprecio, de soledad, de un dolor sordo que se había convertido en su compañero constante.

Pero esto... esto era diferente.

Esto era la aniquilación de su dignidad, de lo poco que le quedaba como ser humano.

Con manos temblorosas, sacó su celular y marcó un número que no había usado en mucho tiempo.

Necesitaba una salida.

Necesitaba ayuda.

"Abuela" , dijo cuando Doña Elena contestó, su voz quebrándose. "Soy Elías. Ya no puedo más. Por favor... quiero el divorcio."

Hubo un silencio al otro lado de la línea, y luego la voz firme de la matriarca.

"Entendido, Elías. Sabía que este día podría llegar. No te preocupes. Yo me encargo."

Justo cuando colgaba, Sofía volvió a entrar en la habitación.

Su actitud había cambiado de nuevo. Ahora intentaba ser seductora, una máscara que no le quedaba bien.

"Vamos, Eli, no te enojes" , dijo, tratando de tocar su brazo. "Solo es una broma pesada entre amigos."

Él retrocedió como si su contacto quemara.

"No me toques" , dijo, su voz llena de un asco que reflejaba el de ella.

La máscara de Sofía se cayó, revelando la furia que había debajo.

"¿Te atreves a rechazarme?" , siseó. "¡Después de todo lo que he soportado!"

Chasqueó los dedos y dos guardias de seguridad entraron en la habitación.

"Llévenselo a su cuarto. Quítenle la ropa y el celular. Asegúrense de que no salga de ahí hasta que yo lo diga."

Los hombres lo sujetaron con fuerza.

Elías no luchó.

Se sentía vacío, derrotado.

Mientras lo arrastraban por el pasillo, escuchó la última orden de Sofía, cargada de veneno.

"Y asegúrense de que esté limpio para esta noche. No quiero que ninguna compradora se queje de la mercancía."

La puerta de su habitación se cerró con un golpe seco, y el sonido de la llave girando en la cerradura fue el punto final de su esperanza.

Estaba solo, desnudo y atrapado.

La subasta era real.

Y él era el premio.

            
            

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