Adiós, Mi Esposa Cruél
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Capítulo 2

La habitación de Elías, que alguna vez fue su único refugio, se había transformado en una celda.

Estaba desnudo, acurrucado en un rincón del frío suelo de mármol, temblando no tanto por la falta de ropa como por la inmensidad de la humillación.

Entonces, notó algo.

La gran pintura que colgaba en la pared frente a su cama parecía ligeramente desalineada.

Un escalofrío recorrió su espalda, uno que no tenía nada que ver con la temperatura.

Se levantó, moviéndose con lentitud, y se acercó a la pared.

Al mirar de cerca, vio un pequeño punto oscuro en el centro de uno de los ojos pintados del retrato.

Una lente.

Una cámara.

Y luego escuchó las risas.

Venían del otro lado de la pared, ahogadas pero inconfundibles.

Eran las amigas de Sofía.

"¡Mírenlo! Es más flaco de lo que pensaba" , dijo una voz chillona.

"Pero tiene potencial. Miren esas piernas. ¿Creen que grite mucho?" , contestó otra, seguida de más risas lascivas.

"Sofía es una genio. ¡Esto es mejor que ir de compras!"

Elías retrocedió de golpe, como si la pared lo hubiera quemado.

Se cubrió el cuerpo con los brazos, una reacción inútil pero instintiva.

Lo estaban observando.

Lo estaban comentando como si fuera un trozo de carne en un escaparate.

La vergüenza era tan abrumadora que se convirtió en un dolor físico, una presión en el pecho que le impedía respirar.

Se dejó caer al suelo, haciéndose un ovillo, tratando de desaparecer.

Cerró los ojos con fuerza, pero las voces seguían filtrándose, cada palabra una nueva herida.

"¿Cuánto creen que paguen por él?"

"No sé, pero la experiencia será única. La virginidad de un Mendoza. ¡Qué exótico!"

"Ricardo debe estar gozando esto. Siempre dijo que Elías era un gusano."

Elías apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula.

El dolor era lo único que lo mantenía anclado, lo único que le impedía disolverse en la pura miseria.

Su mente se vació.

No había ira, no había tristeza, solo un vacío inmenso y helado.

Se quedó así, inmóvil, durante lo que parecieron horas.

El sonido de las risas se desvaneció, reemplazado por el eco de sus propios latidos en sus oídos.

Abajo, podía escuchar la voz de Sofía, clara y animada, mezclada con la risa grave de Ricardo.

"Te dije que le encantaría la sorpresa" , decía ella. "Ver su cara de estúpido no tiene precio. Es tan patético, tan fácil de romper."

"Eres mala, Sofi" , respondió Ricardo, con un tono que no ocultaba su diversión. "Pero por eso te quiero. Nadie sabe cómo humillar a la gente como tú."

Sus risas se unieron, un sonido grotesco que subía por el suelo y apuñalaba el silencio de la habitación.

Elías no se movió.

Era como si su cuerpo hubiera decidido desconectarse para proteger su mente.

Estaba allí, pero no estaba.

Existía, pero no sentía.

Mucho más tarde, la llave giró en la cerradura y la puerta se abrió.

Sofía entró, arrugando la nariz al verlo en el suelo.

"Levántate, qué asco" , dijo, lanzándole un juego de ropa al suelo. "Ponte esto. Y date una ducha rápida. Hueles a desesperación."

Su tono era el de una dueña hablándole a un perro desobediente.

Frío, distante, lleno de un desprecio casual.

Elías se levantó sin mirarla, sus movimientos rígidos y mecánicos.

Tomó la ropa y se dirigió al baño.

Mientras el agua caliente caía sobre su piel, no sintió nada.

Era solo agua.

Cuando salió, Sofía estaba revisando su celular, impaciente.

"Date prisa. La gente está llegando" , dijo sin levantar la vista.

Luego, murmuró para sí misma, aunque Elías la escuchó perfectamente.

"Qué raro, mi abuela no contesta. Dijo que venía para acá, pero no ha llegado. Espero que no venga a arruinar la diversión."

Una pequeña chispa se encendió en el vacío interior de Elías.

Doña Elena.

La abuela venía.

Quizás... quizás todavía había una salida.

Se aferró a ese pensamiento, a esa mínima posibilidad, mientras Sofía lo agarraba del brazo y lo arrastraba fuera de la habitación, hacia la pesadilla que lo esperaba abajo.

            
            

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