Renacida: Mi Revancha Ahora
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Capítulo 1

Desperté con el sudor frío pegado a la frente.

El techo blanco y desconocido del hospital me recibió con una indiferencia helada, el pitido rítmico de una máquina a mi lado era el único sonido que rompía el silencio.

Lo último que recordaba era el rechinido de los neumáticos sobre el asfalto mojado, el impacto brutal del metal contra el metal y el rostro de Daniela, mi "mejor amiga", mirándome desde el otro lado de la calle con una sonrisa extraña, casi triunfante, mientras mi coche se precipitaba hacia el barranco.

Había muerto. Estaba segura de ello.

Pero ahora estaba aquí, viva.

Un dolor agudo me atravesó la cabeza y los recuerdos de mi vida pasada se agolparon en mi mente como una avalancha.

Recuerdo la universidad.

Pasé semanas sin dormir, alimentándome de café y ansiedad, para perfeccionar mi tesis. Era un proyecto brillante, mi profesor lo había dicho, un trabajo que me aseguraría una beca para el posgrado y el reconocimiento que tanto anhelaba.

El día de la presentación, mi nombre fue llamado, pero los resultados fueron un desastre. Un rotundo fracaso. La tesis fue calificada como plagiada y mediocre.

Mientras yo me hundía en la vergüenza, Daniela, que apenas había asistido a clases y cuyo trabajo era un desastre de último minuto, recibió los más altos honores.

Todos la aplaudían, la felicitaban por su "genio innato". Ella me abrazó, susurrando palabras de consuelo que sonaban falsas, vacías.

"No te preocupes, Sofi, a veces la suerte no está de nuestro lado", me dijo, pero sus ojos brillaban de una manera que no supe interpretar en ese momento.

Luego vino el trabajo.

Conseguí un puesto de becaria en una prestigiosa firma de arquitectura. Trabajé el doble que los demás, presenté un proyecto innovador que podría revolucionar el diseño de espacios sostenibles.

Mi jefe me prometió un contrato fijo, un ascenso.

Una semana después, el proyecto fue presentado en la junta directiva, pero no por mí.

Fue Daniela quien se paró frente a todos, explicando mis ideas como si fueran suyas. Recibió una ovación, y con ella, el puesto que me habían prometido.

Yo fui despedida por "falta de iniciativa".

Y luego estaba Ricardo.

Ricardo, con su sonrisa amable y su mirada sincera. Era el primer hombre que me hacía sentir vista, valorada por quien era. Nuestro amor era tranquilo, sólido, lleno de planes y futuros compartidos.

Hasta que Daniela empezó a pasar más tiempo con nosotros.

Poco a poco, Ricardo cambió. Se volvió distante, crítico. Empezó a compararme con Daniela, a alabar su "espíritu libre" y su "encanto natural".

Una tarde, lo encontré besándola en el mismo café donde tuvimos nuestra primera cita.

Mi mundo se derrumbó.

Caí en una espiral de desesperación, mi confianza destrozada, mi valor personal por los suelos. Todo lo que tocaba, todo por lo que luchaba, se convertía en cenizas en mis manos, mientras Daniela florecía sobre mis ruinas.

No entendía por qué. No hasta el final.

Después del accidente, mi alma, o lo que fuera, flotó fuera de mi cuerpo destrozado. Fui un espectador invisible de mi propia tragedia. Vi a Daniela acercarse a los restos de mi coche.

No había lágrimas en su rostro, solo una fría satisfacción.

La escuché susurrar al aire, a la nada.

"Sistema, el intercambio fue un éxito", dijo con una voz que nunca le había escuchado, una voz llena de una codicia oscura. "Te entregué su desesperación final y su vida. Ahora, dame todo lo que ella pudo haber tenido. Su futuro, su éxito, su felicidad. Todo".

Una luz tenue y enfermiza la envolvió por un instante.

Y entonces lo entendí todo.

No era mala suerte. No era el destino.

Era ella. Siempre fue ella.

Con un sistema de intercambio, un poder parasitario que le permitía robarme mis esfuerzos, mis logros, mi amor, mi vida entera.

La ira, un odio tan puro y caliente que quemaba incluso en mi estado etéreo, me consumió. El deseo de justicia, de venganza, fue tan intenso que sentí cómo el universo se doblaba a mi voluntad.

Y entonces, desperté.

Miré a mi alrededor. No era un hospital. Era mi antigua habitación, la de la casa de mis padres. Las paredes estaban cubiertas con los pósters de mis bandas favoritas de la preparatoria.

Busqué mi teléfono con manos temblorosas. La fecha en la pantalla me dejó sin aliento.

Había retrocedido en el tiempo. Diez años.

Estaba a solo dos semanas del examen final de la preparatoria, el mismo examen cuyo resultado Daniela me robó para conseguir un lugar en la mejor universidad, el primer gran robo que marcó el inicio de mi caída.

Una segunda oportunidad.

Una sonrisa, la primera sonrisa genuina en mucho tiempo, se dibujó en mis labios. No era una sonrisa de alegría, sino de una fría y calculadora determinación.

Esta vez, las cosas serían diferentes.

Esta vez, yo conocía las reglas del juego.

Y esta vez, Daniela, te haré probar el sabor amargo de la derrota. Te haré sentir lo que es ser insignificante. Te devolveré, con intereses, cada lágrima y cada gramo de desesperación que me hiciste tragar.

El juego ha comenzado de nuevo, pero ahora, yo tengo el control.

            
            

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