Yo observaba todo desde la distancia, disfrutando del espectáculo. Mi embarazo avanzaba sin problemas, y la tranquilidad de mi ala del palacio era un marcado contraste con la tensión que se respiraba en los aposentos de Alejandro.
Un día, estaba sentada en mi jardín privado cuando un sirviente anunció una visita. Era mi madre, la Duquesa, y venía con Valentina. La cara de mi madre estaba tensa, y Valentina parecía haber estado llorando. Sabía que esto se acercaba.
"¡Sofía!", exclamó mi madre en cuanto me vio, sin molestarse con las formalidades. Su voz era aguda y acusadora. "¿Cómo puedes permitir esto? ¡Tu propia hermana está siendo humillada en tu casa!"
Levanté la vista de mi bordado, fingiendo una calma confusa. "Madre, no sé de qué hablas".
"¡No te hagas la tonta!", intervino Valentina, con la voz temblorosa de ira. "¡Esa mujer, Laura! ¡El príncipe pasa todo su tiempo con ella! ¡Se ríe de mí a mis espaldas! ¡Y tú no haces nada!"
Me encogí de hombros con delicadeza. "Alejandro es el príncipe. Es libre de buscar la compañía que desee. No es mi lugar decirle con quién puede o no puede hablar".
"¡Es tu esposo!", gritó mi madre. "¡Deberías estar luchando por su atención, no sentada aquí como una estatua! ¡Estás avergonzando a nuestra familia!"
"Mi deber es darle un heredero al príncipe", respondí con frialdad, mi mano descansando sobre mi vientre. "Y eso es exactamente lo que estoy haciendo. Mi salud y la del bebé son mi prioridad. Las pequeñas disputas por el afecto de un hombre no me conciernen".
Valentina me miró con puro veneno en los ojos. "Pequeñas disputas... ¡Tú me trajiste aquí! ¿Fue para reírte de mí?"
"Te traje aquí porque estabas triste, hermana. Quería ayudarte", dije, mi voz llena de una falsa sinceridad que las enfureció aún más. "¿Dónde está ahora el príncipe, por cierto? ¿Está con Laura?"
La pregunta fue como echar sal en la herida.
"No", espetó mi madre. "Está en sus aposentos. Valentina fue a llevarle un poco de sopa para ayudarlo con su dolor de cabeza, por pura bondad de su corazón, y esa mujerzuela de Laura la echó, ¡diciendo que el príncipe estaba descansando!"
Ah, la sopa. En mi vida anterior, Valentina me había llevado innumerables tazones de "sopa nutritiva". Ahora entendía que probablemente estaban llenos de hierbas para debilitarme. Recordé su rostro, tan lleno de falsa preocupación y "bondad".
En mi vida anterior, Valentina era la única rival. Era fácil para ella manipular a todos porque solo tenía que concentrarse en mí. Pero ahora, con Laura y Elena en la mezcla, el campo de juego era diferente. Valentina no estaba acostumbrada a la competencia.
"Qué desafortunado", dije, con un tono neutro. "Quizás el príncipe realmente necesitaba descansar".
Justo cuando Valentina iba a estallar en otra rabieta, se escuchó un alboroto fuera del jardín. Unos guardias entraron arrastrando a una figura que luchaba.
Era Valentina. Estaba despeinada, su vestido estaba rasgado en el hombro y tenía un arañazo en la mejilla. Detrás de ella, dos doncellas la seguían, una de ellas llorando.
"¡Suéltenme! ¡No saben quién soy!", gritaba Valentina.
Mi madre y yo nos pusimos de pie, sorprendidas por la interrupción. ¿Qué había pasado? En mi plan, la confrontación se suponía que sería verbal, no física. Esto era un giro inesperado.
Un guardia se adelantó, hizo una reverencia y dijo: "Su Alteza, encontramos a la señorita Valentina forcejeando con una de las doncellas de la señorita Laura cerca de los aposentos del príncipe. La doncella afirma que la señorita Valentina intentó entrar a la fuerza y la agredió cuando se lo impidió".
Valentina se quedó helada. Mi madre palideció.
Yo, por dentro, sonreí. El caos que había sembrado estaba dando frutos más rápido y más espectaculares de lo que había imaginado.