Me senté de golpe, con el corazón martillándome en el pecho y un sudor frío recorriendo mi espalda. La habitación estaba en silencio, solo se oía la respiración acompasada de Ricardo a mi lado. Era solo un sueño, me dije, solo mi mente paranoica jugándome una mala pasada. Pero la sensación de pavor no desapareció.
Al amanecer, incapaz de soportarlo más, tomé mi teléfono y llamé directamente a la casa de mis suegros. Contestó mi suegro, su voz sonaba somnolienta y un poco irritada.
«¿Ximena? ¿Sabes qué hora es?».
«Lo siento, necesito hablar con Luna».
Hubo una pausa. Pude escuchar un murmullo de fondo, la voz de mi suegra.
«Luna sigue durmiendo profundamente», dijo finalmente mi suegro. «Estaba muy cansada anoche después del parque. No querrás despertarla, ¿verdad?».
Su respuesta fue demasiado rápida, demasiado ensayada. Sonaba a una mentira bien construida.
«Pásamela, por favor. Solo quiero escuchar su voz».
«Ya te dije que está dormida. Hablamos más tarde».
Y colgó.
El clic de la línea cortada resonó en mis oídos como un disparo. Miré a Ricardo, que se había despertado por el ruido.
«¿Qué pasa ahora?», preguntó, frotándose los ojos.
La presa de contención que había construido durante todo el fin de semana finalmente se rompió. Las lágrimas de frustración y miedo brotaron de mis ojos.
«¡Me están mintiendo!», grité, mi voz temblando de rabia. «¡Tú y toda tu familia me están ocultando algo! ¡Hay algo mal, Ricardo, lo sé! ¡Quiero a mi hija de vuelta! ¡Quiero que me la traigas ahora mismo!».
Mi explosión solo pareció irritarlo más. Se levantó de la cama, su rostro una máscara de fría exasperación.
«¡Cálmate de una vez! ¡Estás haciendo un escándalo por absolutamente nada! Mis padres la adoran, ¿por qué le harían daño? Y deja de meter a Isabel en esto. Ella solo está ayudando, es una buena persona, a diferencia de otras que solo saben imaginar lo peor».
Sus palabras fueron como bofetadas. No solo me estaba invalidando, sino que estaba defendiendo a la otra mujer, poniéndola por encima de mí, la madre de su hija. Me sentí completamente sola, atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. El hombre que se suponía que debía ser mi compañero, mi apoyo, se había convertido en un extraño, un guardián de secretos que me excluían.
En un último y desesperado intento, busqué el número de mi suegra en mi teléfono y marqué. Necesitaba escuchar una voz, cualquier voz que me diera una pizca de tranquilidad, aunque fuera falsa.
«¿Hola?», contestó ella, su tono era cauteloso.
«Por favor», supliqué, mi voz apenas un susurro. «Solo déjenme hablar con ella. Solo un minuto».
Hubo un silencio largo y pesado.
«Hablaremos más tarde, Ximena. Adiós».
Colgó. La línea quedó muerta, igual que la pequeña esperanza que había albergado.
---