El golpe en la cara todavía me ardía, un dolor punzante que era insignificante comparado con el que sentía en el corazón. Mientras el mundo se desvanecía, un pensamiento helado se abrió paso en mi mente confundida.
La sonrisa de Eva. Esa sonrisa de triunfo. No era solo la sonrisa de una manipuladora que había logrado su objetivo. Era algo más. Era una sonrisa de reconocimiento, de complicidad en una guerra que solo nosotros dos conocíamos.
Eva también recordaba.
Esa revelación me golpeó con la fuerza de un huracán. No estaba luchando contra una simple mujer malvada, estaba luchando contra un monstruo que conocía cada uno de mis movimientos, que había regresado del más allá con el mismo propósito que yo, pero para destruirme. La desesperación me ahogó. ¿Qué oportunidad tenía ahora?
La voz de Alejandro, llena de furia, fue lo último que escuché.
"¿Ves lo que provocas? ¡Eva está embarazada, y tú la alteras con tus locuras y tus gritos! ¿Es que no te importa nadie más que tú misma?"
Sus palabras eran absurdas, crueles. Eva no estaba embarazada. Era yo quien llevaba a sus hijos, a los hijos que él ahora creía que yo quería lastimar. Era una mentira más, una red tejida por Eva para atraparlo, y él había caído de nuevo, como un tonto.
"Alejandro, no... no es verdad," logré susurrar, pero mi lengua se sentía pesada, torpe por la anestesia que empezaba a hacer efecto. "Ella miente..."
"¡Cállate!" me gritó, su rostro contorsionado por la ira. "No quiero oír ni una palabra más de tu boca. Has hecho suficiente daño."
Se inclinó sobre mí, su aliento olía a alcohol y a un perfume caro que no era el mío. Era el de Eva.
"Escúchame bien, Sofía," dijo, su voz baja y amenazante. "Vas a tener a estos bebés. Y después, te largarás de mi vida. Renunciarás a todos tus derechos sobre ellos. Se los darás a Eva para que los críe. Ella será su madre, una madre de verdad, no una loca egoísta como tú."
El aire se escapó de mis pulmones. No podía ser. No podía estar pasando otra vez.
"No... son mis hijos..."
"¡Eran tus hijos!" corrigió, su voz subiendo de tono. "Pero perdiste ese privilegio. O haces lo que te digo, o me aseguraré de que tu querido hermanito, que tanto te preocupa, se quede sin trabajo y sin futuro en esta ciudad. Y sabes que puedo hacerlo. Puedo destruir su vida con un chasquido de dedos."
Mi hermano. Mi pequeño hermano, Luis. Él era mi única familia, la única razón por la que había seguido adelante después de la muerte de nuestros padres. Alejandro lo sabía. Sabía que era mi punto débil.
El terror, puro y absoluto, me paralizó. Estaba atrapada. De nuevo.