Mi mirada estaba fija en la puerta, buscando... no sabía exactamente qué. ¿Un rostro familiar? ¿Una versión en miniatura de Ricardo?
El timbre sonó, un ruido estridente que me hizo dar un respingo. Las puertas se abrieron y un torrente de niños con uniformes salió corriendo, gritando y riendo, buscando a sus padres en la multitud.
Mi corazón se aceleró. Escaneé cada rostro infantil, cada grupito familiar.
Y entonces lo vi.
Un niño de cabello oscuro y ojos grandes, tan parecidos a los de Ricardo que me quedé sin aliento. Se movía con la misma confianza, la misma energía. Se detuvo cerca de la puerta, esperando.
Sentí que el aire me faltaba. Era él. Tenía que ser él.
Segundos después, una mujer se acercó al niño y le revolvió el cabello con cariño.
"¡Ricardito, mi amor! ¿Cómo te fue hoy?", escuché su voz, clara y melódica.
La mujer era delgada, vestida con un elegante vestido de verano. Su cabello estaba perfectamente peinado y su maquillaje era impecable. Irradiaba una fragilidad controlada, como una muñeca de porcelana que sabía que podía romperse, pero que no lo permitiría.
Se agachó y el niño la abrazó con fuerza. Se veían como la imagen perfecta de una madre y su hijo.
Mi sangre se convirtió en hielo. Respiré hondo, abrí la puerta del auto y crucé la calle. Mi cuerpo se movía por sí solo, impulsado por una mezcla de rabia y una necesidad desesperada de respuestas.
Me paré frente a ellos. La mujer levantó la vista, su sonrisa se desvaneció al ver mi expresión.
"Disculpa", dije, mi voz sonando más firme de lo que me sentía. "¿Tú eres la madre de Ricardo Velasco Jr.?".
Ella me miró de arriba abajo, su mirada evaluadora deteniéndose en mis jeans y mi rostro sin maquillaje. Una pequeña sonrisa de desdén se dibujó en sus labios.
"Sí, soy yo", respondió, su tono ahora frío y a la defensiva. "¿Y tú quién eres?".
"Mi nombre es Sofía. Hubo un problema con la inscripción de mi sobrina. Me dijeron que el cupo de mi domicilio lo está usando tu hijo".
Traté de mantener la calma, de presentar la situación como un problema burocrático. Pero el temblor en mis manos me delataba.
La mujer, Elena, soltó una risa corta y sin alegría.
"¿Tu domicilio?", repitió, como si la palabra le pareciera ridícula. "No sé de qué hablas. Esta es la dirección que mi esposo y yo registramos para nuestro hijo. Si tienes un problema, háblalo con la dirección de la escuela, no conmigo".
Se dio la vuelta, tomando la mano del niño para irse.
"Tu esposo", la detuve, mi voz subiendo de tono. "¿Tu esposo es Ricardo Velasco?".
Elena se giró bruscamente, sus ojos brillando con furia. "¡Claro que mi esposo es Ricardo Velasco! ¿Acaso eres sorda? Ahora, si me disculpas, estamos ocupados".
"No, no te disculpo", insistí, plantándome frente a ella. "Porque Ricardo Velasco es mi prometido".
La palabra "prometido" quedó flotando en el aire entre nosotras. La expresión de Elena se endureció, su fragilidad desapareció y fue reemplazada por una hostilidad pura.
"¿Prometido?", se burló, su voz ahora estridente. "No seas ridícula. Ricardo es mi esposo. Llevamos siete años casados. Eres una mentirosa o una estúpida".
Su insulto me golpeó como una bofetada. La gente a nuestro alrededor comenzaba a detenerse, sus conversaciones se apagaban mientras nos miraban con curiosidad.
"¡La mentirosa eres tú!", grité, perdiendo el control. "¡Vivimos juntos, estamos comprometidos, nos vamos a casar!".
"¡Ah, ya entiendo!", exclamó ella, hablando ahora para el público que se había formado. "Eres la otra. La amante. La zorra que intenta destruir a mi familia". Me empujó con fuerza en el pecho. "¡Lárgate de aquí, cualquiera! ¡No te acerques a mi hijo!".
El empujón me hizo trastabillar hacia atrás. El shock y la humillación me quemaban la cara. Estaba siendo públicamente acusada de ser la amante, la destructora de hogares, cuando hasta hace unas horas yo creía tener una vida perfecta.
La multitud nos rodeaba, susurrando, juzgando. Me sentí desnuda, expuesta, atrapada en la peor pesadilla imaginable. Y en medio de todo, el niño, Ricardo Jr., nos miraba con sus grandes ojos, los mismos ojos de Ricardo, llenos de confusión y miedo.