Renacida En Mi Matrimonio Segundo
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Capítulo 5

"Arrodíllate."

Estaban de vuelta en el vestíbulo del hospital. La mayoría de los reporteros habían seguido a Isabella a una habitación más tranquila, pero unos pocos, los más carroñeros, se habían quedado, oliendo que el drama aún no había terminado. La orden de Mateo fue un susurro bajo y venenoso, pero resonó en los oídos de Sofía como un trueno.

"¿Qué?", preguntó ella, aunque lo había oído perfectamente.

"Dije que te arrodilles," repitió él, su rostro a centímetros del de ella, sus ojos ardiendo de furia. "Vas a salir ahí y vas a decirles a todos que mentiste. Que estás enferma, celosa, y que atacaste a Isabella. Y vas a rogarle perdón."

Un recuerdo vívido la golpeó. Ella, de rodillas en el palco de la plaza de toros, el dolor desgarrador, la sangre manchando su vestido. La humillación pública mientras perdía a su hijo. Y todo por un contrato, por el ego de este hombre.

"No," dijo ella, su voz temblando, pero no de miedo, sino de una rabia que finalmente se estaba descongelando.

"¿Qué has dicho?", siseó él.

"Dije que no. No voy a arrodillarme de nuevo por ti. Nunca más."

La sonrisa de Mateo fue aterradora. Sacó su teléfono y marcó un número.

"Hola, abuela," dijo con una voz falsamente dulce. "¿Cómo estás? Oh, yo estoy bien. Solo un poco preocupado por Sofía. Y por ti. Sabes, tu casa es un poco vieja. Sería una pena que ocurriera un... accidente. Un incendio, tal vez. Las instalaciones eléctricas viejas son tan impredecibles."

El color desapareció del rostro de Sofía. Su abuela. Su único refugio, su única familia. Este monstruo la estaba amenazando.

"Mateo, no te atrevas," susurró ella, el pánico apoderándose de su voz.

"Arrodíllate," dijo él simplemente, colgando el teléfono. "O la próxima llamada será al cuerpo de bomberos."

Las lágrimas brotaron de los ojos de Sofía. Lágrimas de impotencia, de rabia, de un dolor tan profundo que la ahogaba. Lentamente, como en una pesadilla, sus rodillas se doblaron. Cayó al suelo de mármol frío, frente a las cámaras que ya estaban grabando, sus flashes explotando en su rostro.

La humillación era total, absoluta. Era peor que la primera vez, porque ahora lo hacía con plena conciencia, sacrificando el último jirón de su dignidad para proteger a su abuela.

"Muy bien," dijo un reportero, acercando el micrófono. "Sofía, ¿tienes algo que decir?"

Sofía levantó la vista, sus ojos encontrando los de Mateo. Vio el triunfo en ellos. Y en ese momento, algo se rompió dentro de ella. O quizás, algo finalmente se soldó.

Miró directamente a la cámara.

"Sí," dijo, su voz sorprendentemente firme. "Tengo algo que decir."

Se puso de pie lentamente, con una dignidad que parecía imposible dadas las circunstancias.

"Me arrodillo, sí. Pero no para pedir perdón a Isabella."

Hizo una pausa, asegurándose de tener la atención de todos.

"¿Saben por qué Mateo está tan desesperado por proteger a Isabella?", continuó, su voz subiendo de volumen. "No es porque yo la 'ataqué'. Es porque son amantes. Lo han sido durante años. Incluso antes de que él y yo nos comprometiéramos."

Un murmullo de asombro recorrió a los periodistas. Mateo se quedó paralizado, su rostro pasando del triunfo al pánico en un instante.

"¡Cállate, Sofía! ¡Estás delirando!", gritó, tratando de agarrarla.

Pero ella lo esquivó.

"¿Estoy delirando? Pregúntenle por el viaje a Cancún hace dos años, cuando se suponía que estaba en un 'retiro de entrenamiento'. O por el collar de diamantes que le regaló en su cumpleaños, el mismo que me dijo que había 'perdido' jugando al póker."

Señaló a Mateo, su dedo temblando.

"Este hombre me hizo arrodillarme mientras estaba perdiendo a nuestro bebé para salvar un contrato. Y ahora me obliga a arrodillarme de nuevo para proteger a su amante."

Se rio, un sonido roto y terrible.

"Saben qué es lo más gracioso de todo esto? Todos hablan de Isabella como 'la otra mujer'. Pero están equivocados."

Se golpeó el pecho con el puño.

"Yo era la otra mujer. La tonta, la fachada, la que le daba una imagen respetable mientras él se revolcaba con ella. Yo era la tercera en mi propia relación."

El silencio en el vestíbulo era total. Los reporteros estaban demasiado atónitos para hacer preguntas.

Sofía respiró hondo, sintiendo un peso increíble levantarse de sus hombros.

"Pero ya se acabó. Pueden quedarse con su circo, su fama y su dinero sucio. Renuncio. A él, a esta vida, a todo. Ya no me importa nada."

Se dio la vuelta y caminó hacia la salida, sin mirar atrás. Dejó a Mateo allí, pálido y mudo, en medio de las ruinas de su mundo cuidadosamente construido.

Esa noche, Mateo esperó en la villa. Esperó a que Sofía volviera, como siempre lo hacía. Esperó a que llegara llorando, suplicando, lista para perdonar. Pero la casa permaneció en silencio y oscura. Y por primera vez en su vida, Mateo sintió miedo. Un miedo frío y profundo que se instaló en su pecho y no lo dejó ir.

                         

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