Matrimonio Fingido A Verdadero
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Capítulo 3

A pesar de mi decisión, necesitaba recoger algunas pertenencias personales que aún quedaban en el penthouse de Ricardo, cosas de mi madre, recuerdos que no podía dejar atrás. Le avisé que pasaría por la tarde, esperando que no estuviera allí.

Cuando llegué, el portero me saludó con una familiaridad incómoda, como si no supiera si todavía era la señora de la casa o una simple visitante. El viaje en el ascensor privado se sintió eterno, un ascenso hacia un pasado que quería enterrar.

Abrí la puerta con mi vieja llave y un olor desconocido me recibió, un perfume caro y floral que no era el mío. El apartamento estaba en silencio, pero había una sensación de presencia.

Dejé mi bolso en la entrada y caminé hacia la recámara principal, en la puerta, me detuve en seco.

Ricardo no estaba solo, Elena estaba con él.

No estaban en una situación comprometedora en el sentido clásico, pero la intimidad era innegable. Ricardo estaba sentado en la cama, en pantalones de pijama, y Elena, de pie frente a él, le estaba ajustando la corbata de un traje que colgaba de un maniquí. Hablaban en voz baja, con la complicidad de dos personas que comparten un espacio y una vida.

Pero no fue eso lo que me paralizó, fue lo que Elena llevaba puesto.

Sobre su blusa de seda, llevaba el rebozo que mi madre tejió para mí en mi último cumpleaños, una pieza única, con hilos de plata y un patrón de colibríes que solo ella sabía hacer. Era mi tesoro más preciado, el último pedazo tangible de su amor.

Y Elena lo llevaba como si fuera un accesorio de moda cualquiera.

Una furia helada y pura recorrió mis venas, eclipsando el dolor y la tristeza. Di un paso dentro de la habitación, mi mirada fija en el rebozo.

"Quítate eso" , mi voz sonó extraña, profunda y peligrosa.

Ambos se giraron hacia mí, sorprendidos. Ricardo frunció el ceño, molesto por la interrupción. Elena, por otro lado, sonrió, una sonrisa triunfante y venenosa.

"Sofía, qué susto nos diste" , dijo con falsa dulzura. "No te oímos entrar."

"Dije que te lo quites" , repetí, dando otro paso hacia ella.

"¿De qué hablas?" , preguntó, fingiendo inocencia y acariciando la tela del rebozo. "Este chal es precioso, lo encontré en el armario y pensé que no te importaría..."

"Ese rebozo me lo hizo mi madre" , la interrumpí, mi voz temblaba de ira. "No tienes ningún derecho a tocarlo."

Vi un destello de malicia en sus ojos antes de que su rostro se compusiera en una máscara de preocupación.

"Oh, Dios mío, no lo sabía" , susurró, mirando a Ricardo. "Ricardo, dile algo, está muy alterada, creo que el duelo la está afectando."

Era una maestra de la manipulación, convirtiendo mi justa indignación en un síntoma de inestabilidad mental.

Miré a Ricardo, esperando, rezando por un destello de decencia, por un momento en que él viera la verdad. Pero lo que vi en su rostro me rompió el corazón de una manera nueva y definitiva.

"Sofía, ya basta" , dijo con voz dura. "Estás haciendo una escena por nada, Elena no sabía, fue un error inocente."

"¿Inocente?" , repliqué incrédula. "Ricardo, ella está usando algo que me pertenece, algo que mi madre hizo para mí, ¿y tú la defiendes?"

Señaló un pequeño detalle en la alfombra, junto a la cama. Había un par de aretes de perlas, los mismos que Elena siempre usaba, tirados descuidadamente.

"Y supongo que sus aretes también llegaron aquí por accidente" , dije, mi voz cargada de sarcasmo.

Ricardo miró los aretes y luego a Elena, su expresión no cambió. Se levantó de la cama y se paró frente a mí, su altura me intimidaba, como siempre.

"Elena es mi asistente y una amiga, se quedó a trabajar hasta tarde y se quedó a dormir en la habitación de huéspedes, no es lo que estás pensando" , dijo, su tono era condescendiente.

Pero la prueba definitiva estaba a la vista. La cama no estaba hecha, y había dos almohadas con hendiduras, no una.

"No me trates como si fuera estúpida, Ricardo."

Su rostro se endureció aún más.

"Pues estás actuando como una, estás avergonzándote a ti misma" , espetó. "Ahora, pídele una disculpa a Elena por tu comportamiento, ella no se merece esto."

Miré de su rostro impasible al de Elena, que me observaba con una sonrisa apenas disimulada. La traición era absoluta, completa. No solo me había engañado, sino que me exigía que me disculpara con la mujer con la que me estaba engañando, todo mientras ella profanaba la memoria de mi madre.

En ese momento, supe que el amor que una vez sentí por él se había convertido en cenizas.

            
            

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