Sofía no respondió, se quedó de pie, con la espalda recta, las manos a los costados, su expresión tranquila era una máscara de serenidad que había tardado años en perfeccionar.
Finalmente, Mateo suspiró, se recostó en su silla de piel y la miró, una sonrisa perezosa en sus labios.
"Valentina volvió a México, ¿verdad?"
No era una pregunta, era una afirmación.
Sofía asintió levemente, sin emoción en el gesto.
"Sí."
"Bueno," dijo él, encogiéndose de hombros, "ya sabes cómo es esto, mi amor, es solo por un tiempo, en cuanto arregle sus cosas y se vaya, yo mismo iré a buscarte para que volvamos a casarnos."
La promesa, que antes la habría hecho llorar de alivio y aferrarse a una esperanza dolorosa, ahora no le provocaba nada, era como escuchar el pronóstico del tiempo, un ruido de fondo sin importancia.
El silencio de Sofía pareció, por primera vez, incomodar a Mateo, él frunció el ceño.
"¿No vas a decir nada?, antes, al menos llorabas o me gritabas."
Sofía lo miró directamente a los ojos, y por un instante, Mateo sintió un escalofrío, la mirada de ella era como un pozo profundo, oscuro y en calma, sin el fuego que él conocía.
"No hay nada que decir, Mateo," su voz era plana, "iré a casa a empacar mis cosas, cuando vuelvas, ya no estaré."
Se dio la vuelta para irse.
"¡Espera!"
La voz de Mateo sonó más fuerte, con un toque de irritación, no le gustaba esta nueva actitud, esta calma anormal.
"¿Qué te pasa?, ¿por qué actúas tan raro?"
Sofía se detuvo junto a la puerta pero no se giró para mirarlo.
"No actúo raro, Mateo, simplemente me he vuelto eficiente."
"¿Eficiente?"
"Sí," continuó ella, "hemos hecho esto siete veces, ya me sé el procedimiento de memoria, es como un contrato de negocios que se renueva y se cancela periódicamente, tú eres la Parte A, yo soy la Parte B, y Valentina es la cláusula de rescisión, es muy simple."
Mateo se levantó de su silla, molesto.
"No hables así, Sofía, no es un negocio, es nuestro matrimonio."
Ella soltó una risa corta y sin alegría.
"¿Nuestro matrimonio?, ¿el que pausas cada vez que tu amor de la infancia chasquea los dedos?, ¿el que me ha costado siete humillaciones públicas, siete rondas de susurros a mis espaldas, siete colecciones de actas de divorcio que ya parecen una colección de cromos?"
Recordó el color de cada una, el papel oficial que certificaba su fracaso repetido, el peso de la firma de Mateo que siempre llegaba sin una pizca de remordimiento.
Recordó las cenas familiares canceladas, las vacaciones arruinadas, los proyectos de vida desechados porque Valentina había decidido volver.
Recordó cómo había sacrificado su propia carrera como diseñadora de moda, una que prometía ser brillante, para ser la esposa perfecta de Mateo Vargas, una esposa que él desechaba como un pañuelo usado cuando le convenía.
"Valentina es diferente," murmuró Mateo, como si eso lo explicara todo.
"Lo sé," dijo Sofía, y esta vez su voz tenía un filo helado, "por eso esta vez, haré las cosas diferentes yo también."
"¿A qué te refieres?"
"Me refiero a que no tienes que preocuparte," dijo ella, finalmente girándose para mirarlo, una sonrisa vacía en su rostro, "no te llamaré, no te buscaré, no te molestaré mientras estés con ella, disfruta tu reencuentro."
Mateo la estudió, confundido y receloso, esta no era la Sofía que conocía, la Sofía que lo amaba con una devoción ciega y desesperada, la que siempre lo perdonaba, la que siempre estaba ahí cuando él decidía volver.
Una parte de él se sintió aliviada, no habría drama esta vez, pero otra parte, una parte que no quiso admitir, se sintió extrañamente vacía, como si le hubieran quitado algo que daba por sentado.
"Bien," dijo él, intentando recuperar el control, "entonces, nos vemos en tres meses, como siempre, para la boda."
Sofía inclinó la cabeza, su sonrisa se amplió un poco más.
"Claro, Mateo, en tres meses."
Pero en su mente, un plan completamente diferente ya estaba en marcha, uno que no incluía ninguna boda, ninguna reconciliación, y sobre todo, no lo incluía a él.
Salió de la oficina y cerró la puerta suavemente detrás de ella, por última vez.