"Quería saber cómo estabas," dijo él, su tono cambiando a uno más serio, "Laura me dijo que renunciaste a tu puesto en la casa de modas, ¿por qué hiciste eso?"
Sofía sintió una oleada de enojo, él no tenía derecho a cuestionar sus decisiones, no después de haberla desechado.
"Mis decisiones profesionales ya no te conciernen."
"Claro que me conciernen, Sofía, sigues siendo mi..."
"¿Tu qué, Mateo?," lo interrumpió ella, "yo no soy nada tuyo en este momento, ¿no deberías estar ocupado con Valentina?, ¿o ya se aburrió de ti y se fue?"
La pregunta era sarcástica, pero una parte de ella sintió una estúpida punzada de esperanza, que rápidamente aplastó.
"¡No hables así de ella!," la defendió Mateo de inmediato, y eso fue todo lo que Sofía necesitó escuchar.
"Entonces no me llames," dijo fríamente.
"Espera, espera," la voz de Mateo sonó apresurada, "no te enojes, es solo que... Valentina puede ser complicada, ya sabes, a veces es demandante, por eso nos divorciamos, para que ella no se sienta presionada y no piense que la estoy engañando contigo."
La lógica retorcida de Mateo era tan absurda que Sofía casi se ríe. Él se divorciaba de su esposa para no serle "infiel" con su amante.
"Qué considerado de tu parte," dijo ella con un sarcasmo mordaz.
"Sé que es difícil de entender," continuó él, ignorando su tono, "pero quiero compensártelo, ¿recuerdas esa banda que te encanta?, vienen a la ciudad el próximo mes, conseguí boletos en primera fila, para ti y para mí."
La oferta la golpeó, esa banda era "su" banda, la que escuchaban en su primera cita, la que sonó en su primera boda, era un intento descarado y manipulador de jugar con su nostalgia.
La antigua Sofía habría aceptado sin dudar, feliz por esa migaja de atención.
La nueva Sofía sintió náuseas.
Estaba a punto de decirle exactamente dónde podía meterse sus boletos, cuando escuchó una voz femenina de fondo en la llamada de Mateo.
"Mateo, cariño, ¿con quién hablas tanto?, ven a la cama."
Era la voz de Valentina, somnolienta y posesiva.
El mundo de Sofía se detuvo por un segundo, él la estaba llamando para invitarla a salir, para hablarle de "compensarla", mientras estaba en la cama con la mujer por la que la había dejado.
La desfachatez era monumental.
Un silencio pesado cayó en la línea.
Mateo no dijo nada, no había nada que pudiera decir.
Sofía no gritó, no lloró, no lo insultó.
Simplemente, con una calma aterradora, colgó el teléfono.
Luego, se levantó, caminó hacia la sala donde Laura estaba viendo una película y se sentó a su lado con un tazón de palomitas.
"¿Quién era?" preguntó Laura, sin quitar los ojos de la pantalla.
"Número equivocado," respondió Sofía, metiéndose un puñado de palomitas en la boca.
Y por primera vez en mucho tiempo, el sabor era a libertad, no a cenizas.