"Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí, Sofía, la pobrecita".
La voz burlona pertenecía a una de las seguidoras de Camila, una chica que la miraba con un desprecio evidente, examinando el puesto de tacos con una mueca de asco.
"En un lugar como este, las bacterias deben estar por las nubes, ¿no te vas a enfermar? Pero claro, a ti no te importaría morir, ¿verdad? Seguro que te encantaría estafarle a tu familia un buen dinero del seguro".
La familia de Sofía había sufrido una tragedia años atrás, un tío fue asesinado por presumir de su riqueza, así que desde entonces, sus padres le enseñaron a ser extremadamente discreta, a nunca alardear de su fortuna.
En la escuela, a excepción de Camila, que había visitado su casa, todos pensaban que su familia era muy pobre. A esta edad, llena de vanidad y egoísmo, sus compañeros se sentían con el derecho de hablarle sin ningún tipo de filtro o respeto.
Sofía levantó la vista del cuaderno, una sonrisa fría en sus labios.
"Camila, ¿qué piensas de lo que dicen tus amigas?".
Camila, que había permanecido en silencio hasta entonces, parpadeó y esbozó una sonrisa condescendiente.
"Somos compañeras, Sofía, no seas tan quisquillosa, solo bromean".
Luego, miró a sus amigas con un gesto de superioridad.
"No importa, déjenla, que siga estudiando, que repase algunos errores más, nosotras nos vamos a cenar al lado".
"Al lado" era un restaurante de cinco estrellas, un lugar exclusivo con un consumo promedio de más de tres mil pesos por persona. Camila era realmente atrevida, gastando el dinero que, Sofía sospechaba, provenía de su hermano Ricardo.
Sofía no se molestó en discutir con ellas, las vio alejarse entre risas y se concentró de nuevo en sus notas, repasando algunas ideas para la resolución de los problemas de la prueba de la tarde.
Después de la segunda audición, como era de esperar, los pasillos volvieron a llenarse de lamentos y frustración.
La prueba había sido aún más difícil.
Un chico, desesperado, golpeó un vidrio de una vitrina hasta romperlo, con los nudillos ensangrentados.
"¡Maldita sea, este grupo de jueces! ¿Quieren acabar con nosotros los aspirantes?! ¡Esto es inhumano!".
Camila, una vez más, estaba rodeada por su grupo de admiradores, quienes se quejaban amargamente de cómo se habían derrumbado desde las preguntas de opción múltiple.
"Ay, no importa, es solo canto", dijo Camila, incapaz de ocultar el orgullo en su voz, como si ella fuera inmune a la dificultad que había devastado a todos los demás. "Para compensar, los invito a todos a una gran cena esta noche".
"¡Camila, eres la mejor! ¡Ojalá después de esta cena pueda recuperarme para el examen de mañana!".
"¡Qué generosa es Camila! ¡Quiero comer y luego volver a intentarlo, estoy segura de que lo que yo no sé, mis rivales tampoco lo saben!".
Mientras Camila se iba con su séquito de aduladores, Sofía vio una figura familiar saliendo del baño de hombres, tosiendo y tratando de disipar el humo de un cigarrillo.
Era Lucía.
Se arreglaba el collar que Sofía le había dado, sus ojos brillando con la alegría tonta de una chica enamorada, completamente ajena a la trampa en la que había caído.
Sofía la admiró con una pizca de ironía, a pesar de no saber absolutamente nada de teoría musical, logró llenar toda su hoja de respuestas, dándole a Camila la falsa ilusión de que había recibido las respuestas correctas.
Alguien se le acercó a Lucía.
"Lucía, ¿cantaste muy bien esta vez? Parece que lo llenaste todo".
Lucía ni siquiera levantó la vista, todavía ocupada con su collar.
"Ay, lo escribí al azar, al entregarme me di cuenta de que escribí el número de pregunta equivocado en las preguntas grandes, me equivoqué de sección. Solo veremos cuánto me dan por las de opción múltiple y las de rellenar".
Sofía, escondida en un rincón, escuchó todo y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no reírse a carcajadas.
El castillo de naipes de Camila estaba a punto de derrumbarse.