La Tristeza Del Fantasma
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Capítulo 3

A la mañana siguiente, el jardinero encuentra a Tango. No se mueve.

El hombre, con el rostro sombrío, toca la puerta de la cocina. Isabella abre, con una taza de café en la mano.

"Señora... es el perro. Tango... no despertó".

Isabella lo mira sin expresión. No hay sorpresa, no hay tristeza. Solo un breve parpadeo.

"Entiendo", dice fríamente. "Deshazte de él. Discretamente".

Se vuelve hacia adentro, como si le hubieran informado que hay que podar un rosal. Yo floto sobre el cuerpo inmóvil de mi fiel amigo, una rabia helada y una tristeza infinita llenando mi ser etéreo. Lo envenenaron. Ricardo o ella, o ambos. No necesitaban llevarlo a la perrera, eso hubiera dejado un rastro. Una solución más simple, más silenciosa. Más cruel.

Más tarde, veo a Isabella en su estudio, mirando su teléfono. Parece inquieta. Busca mi número y escribe un mensaje.

"Miguel, sé que estás ahí fuera. Ya fue suficiente de este juego. Vuelve a casa. Lo hablaremos todo. Te echo de menos".

Una lágrima falsa rueda por su mejilla. Es una actuación, incluso para sí misma. No me echa de menos a mí, echa de menos la tranquilidad de saber que su mentira está segura. El descubrimiento de los huesos la ha puesto nerviosa. Este mensaje es su coartada, por si acaso. Si alguien revisara su teléfono, vería a una esposa preocupada, no a una asesina.

La ironía es devastadora. Me escribe un mensaje que nunca leeré, pidiéndome que vuelva de un lugar del que es imposible regresar, un lugar al que ella me envió.

Ricardo entra en la habitación y la ve.

"¿Todavía pensando en eso?", pregunta, su voz con un matiz de impaciencia.

"Es solo que... todo esto me pone nerviosa", responde ella. "La policía, esa chica, Sofía... Y ahora el perro...".

Ricardo se acerca y la toma por los hombros. Suelta una pequeña risa.

"¿El perro? Cariño, te hice un favor. Ese animal era un lastre, un recordatorio constante. Ahora podemos empezar de cero, de verdad".

La forma casual en que admite haber matado a Tango me revuelve el estómago. Isabella no protesta. Simplemente asiente, aceptando su lógica retorcida.

"Tienes razón", dice. "Solo quiero que todo esto termine".

"Y terminará", asegura Ricardo. "De hecho, tengo una idea para asegurarnos un futuro sin fantasmas del pasado".

Se arrodilla frente a ella, sacando una pequeña caja de terciopelo de su bolsillo.

"Isabella, mi amor. Cásate conmigo. Hagámoslo oficial. Seamos una familia ante los ojos de todos. Una vez que seas mi esposa, nadie se atreverá a cuestionarte. Serás la señora de Ricardo Vargas, y el nombre de Miguel se desvanecerá para siempre".

Isabella mira el enorme anillo de diamantes. Sus ojos brillan con codicia, pero por primera vez, veo una sombra de duda genuina en su rostro. Una vacilación.

"Pero... es muy pronto", tartamudea. "La gente hablará. Y Miguel... si se entera, se enfadará mucho".

La mención de mi nombre, la idea de mi enfado, me sorprende. ¿Aún le importa? ¿O es solo un miedo supersticioso? ¿El temor a que, de alguna manera, yo pueda volver y arruinar su perfecta vida?

"¿Miguel?", Ricardo se ríe, una risa cruel y sonora. "¿Enfadarse? ¿Y qué? ¿Qué va a hacer? ¿Zapatear hasta que se canse? Isabella, él te abandonó. Te mereces ser feliz. Dilo, di que sí".

La presiona, su encanto se vuelve una fuerza opresiva. Isabella mira el anillo, luego a la puerta, como si esperara que yo entrara en cualquier momento para detenerla.

"Yo... no lo sé, Ricardo. Necesito tiempo".

Su vacilación enfurece a Ricardo. Su sonrisa desaparece.

"No tenemos tiempo, Isabella. Esa bailarina está husmeando. La policía encontró unos huesos. Necesitamos cerrar este capítulo. Ahora".

Mientras discuten, mi mente fantasmal conecta las piezas. La reacción de Isabella, la crueldad calculada de Ricardo, la muerte de Tango, el conocimiento preciso de Carlos sobre mi muerte...

Me doy cuenta de algo terrible. Esto no fue solo un crimen pasional, un abandono impulsivo en un momento de pánico. Fue planeado. Ricardo y ella, y probablemente Carlos, lo planearon todo. El "accidente" no fue un accidente. Fue un intento de asesinato que dejaron que la naturaleza terminara por ellos.

Y Sofía... ella es la única que intuye la verdad. Ella es la única amenaza real para ellos.

De repente, la puerta se abre. Es Sofía de nuevo. Esta vez, no viene sola. La acompaña un hombre mayor, un viejo guitarrista que solía tocar para mí, un hombre llamado Mateo.

"Isabella", dice Mateo, su voz grave y respetuosa, pero firme. "Perdona la interrupción. Sofía y yo hemos estado hablando. Estamos organizando un homenaje a Miguel. Queremos celebrar su arte, su legado. Y nos gustaría que dijeras unas palabras".

La propuesta es una bofetada para Isabella y Ricardo. Un homenaje. Mantener mi nombre vivo. Justo lo que más temen.

Isabella palidece. Ricardo da un paso al frente, protector y amenazante.

"Creo que no es un buen momento", dice Ricardo. "Isabella todavía está de luto por su abandono".

Sofía lo mira directamente a los ojos.

"No creemos que la abandonara. Creemos que algo le pasó. Y vamos a averiguar qué".

La batalla está declarada. Ya no es solo mi alma contra ellos. Ahora hay voces en el mundo de los vivos dispuestas a luchar por mí. Y por primera vez desde mi muerte, siento un destello de esperanza. La música, el baile, el arte que me fue arrebatado, ahora podría ser el arma que traiga la justicia.

            
            

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