Pasé los siguientes días evitándolo como a la plaga. Cambié mi ruta para ir a la cafetería, me sentaba en la última fila del salón y salía corriendo en cuanto sonaba la campana. Pero la escuela no era tan grande.
Una noche, me quedé hasta tarde en la biblioteca, estudiando para un examen de física. Era la única persona en la sección de ciencias. El silencio era casi total, solo interrumpido por el pasar de las páginas de mi libro.
"Sofía".
La voz me hizo saltar. Era él. Diego estaba parado al final del pasillo de libros, solo.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Una mezcla de miedo y una estúpida esperanza.
"¿Qué quieres?", pregunté, sin levantar la vista de mi libro.
Se acercó lentamente. "Te estaba buscando".
"Pues ya me encontraste. ¿Qué necesitas?". Mi voz sonaba más dura de lo que pretendía.
Llegó hasta mi mesa y se quedó de pie. "Quería... quería hablar de lo del otro día. Lo del... flan".
"No hay nada de qué hablar", dije, empezando a guardar mis cosas. "Ya te pedí perdón. Si quieres te pago la camisa. Solo dime cuánto es y te lo doy el lunes".
"No, no es por la camisa", me interrumpió. "Eso no importa. Quería... pedirte una disculpa por Valeria. Ella... a veces es muy impulsiva. No quiso decir eso".
Me detuve. Lo miré por primera vez. Su cara mostraba una expresión seria. Pero algo no cuadraba. ¿Por qué se disculpaba él por ella?
"¿Tú le pides disculpas a ella?", pregunté, confundida y herida. "¿Por qué? ¿Es tu novia o algo así?".
"No, no es mi novia", dijo rápidamente. "Es... es complicado. Somos amigos desde niños. Su papá es... importante para mi familia".
"Ah", dije, y de repente todo tuvo sentido. La complicidad, la forma en que él la dejaba tratarme como basura. No era amistad. Era conveniencia. Era miedo. "Entiendo".
"No, no entiendes", dijo él, y por primera vez escuché una nota de frustración en su voz.
"Claro que entiendo", insistí, poniéndome de pie y enfrentándolo. "Ella es rica e importante. Yo soy la hija de unos taqueros. Mi mamá hizo ese flan con sus propias manos para agradecerle a una maestra. Y tu amiga lo llamó 'porquería'. Y a ti no te importó. Así que no, no necesito tus disculpas. Especialmente si no son tuyas".
Su cara se contrajo. Pude ver la lucha en sus ojos. Pude sentir su incomodidad.
Y entonces, escuché su pensamiento, débil pero claro. Mierda. ¿Por qué no puede simplemente aceptar la disculpa y ya? Ahora estoy quedando como un idiota.
Esa fue la última gota.
"Sabes qué, Diego", dije, mi voz sonando sorprendentemente firme. "Quédate con tu disculpa y con tu amiga. Estamos a mano. Yo te manché la camisa, tú me rompiste... algo. Ya no nos debemos nada".
La palabra "corazón" se quedó atorada en mi garganta. No iba a darle esa satisfacción.
Di la vuelta y caminé hacia la salida de la biblioteca. Sentí su mirada en mi espalda, pero no me detuve. Al salir al aire frío de la noche, sentí como si algo dentro de mí se hubiera derrumbado por completo. Las ruinas de mi amor platónico. Ya no quedaba nada que salvar. Solo un montón de escombros y la certeza de que estaba completamente sola en esto. Corrí hacia mi dormitorio, sin mirar atrás.