Antes de que la falsa Martha pudiera protestar, él ya estaba fuera del coche, caminando a paso rápido hacia el café.
Fue entonces cuando lo vi. Sentado en una de las mesas de afuera, con una taza de café y un periódico, estaba Ricardo.
Ricardo. El mejor amigo de Miguel.
Mi corazón dio un vuelco. Ricardo había crecido con nosotros, era como otro hermano. Vino a Estados Unidos un año antes que Miguel, y fue él quien iba a recibirlo cuando cruzara. Después de la desaparición de Miguel, Ricardo me ayudó a buscarlo, hicimos llamadas, visitamos refugios. Luego, cuando me mudé con los Thompson, perdimos el contacto.
Verlo ahí, en ese preciso momento, no podía ser una coincidencia. Era una señal. Una oportunidad.
Nuestros ojos se encontraron a través del cristal del coche. Su expresión cambió de la sorpresa al reconocimiento, y luego a la preocupación al ver mi cara de pánico y a la mujer sentada a mi lado.
La falsa Martha notó mi mirada y se giró. Vio a Ricardo. Por una fracción de segundo, su rostro se contrajo en una mueca de... ¿reconocimiento? ¿O era ira? Fue tan rápido que casi dudé de haberlo visto. Inmediatamente, compuso su rostro en una sonrisa amable.
"Oh, mira quién está ahí", dijo ella, su voz falsamente alegre.
Sabía que no podía hablar. Tenía que actuar. Mis ojos se clavaron en los de Ricardo, tratando de transmitirle toda mi desesperación. Moví mis labios sin hacer sonido, formando una sola palabra: "Ayúdame".
Luego, discretamente, con la mano que la impostora no podía ver, levanté dos dedos, y luego los bajé, señalando a la mujer a mi lado y luego hacia el asiento del conductor vacío. Dos. Dos de ellos.
Ricardo, bendito sea Ricardo, lo entendió. Su rostro se puso serio. Dejó el periódico sobre la mesa y se levantó, caminando hacia el coche con una sonrisa relajada, como si el encuentro fuera casual.
"¡Sofía! ¡Qué sorpresa!", dijo en voz alta, acercándose a mi ventanilla. "¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo has estado?".
La falsa Martha bajó la ventanilla, manteniendo su papel de madre amable.
"Ricardo, qué gusto verte. Sofía y yo íbamos de camino a una cita muy importante".
"Ah, claro, claro, no quiero interrumpir", dijo Ricardo, su mirada yendo de ella a mí. "Solo quería saludar. Oye, Sofía, ¿te acuerdas de aquella vez que Miguel intentó arreglar la bicicleta y terminó pintando al perro de azul? Siempre me acuerdo de eso y me muero de la risa".
Era una historia nuestra, un código. Solo nosotros tres sabíamos los detalles. Era su forma de decirme: "Soy yo, el verdadero Ricardo. Confía en mí".
Luego, se giró hacia la falsa Martha. "Disculpe, señora, ¿me podría regalar un segundo? Es que mi coche no arranca y veo que su esposo sabe de mecánica", dijo, señalando al falso David que justo salía del café. "Tal vez podría echarme una mano".
Era una excusa perfecta. El falso David se acercó, y Ricardo lo interceptó, llevándoselo hacia un coche aparcado a unos metros, hablándole con urgencia.
La falsa Martha los observó, claramente molesta por el retraso. Su atención estaba dividida.
Era mi momento.
"Voy a bajar a saludarlo bien", le dije a la impostora, mi voz firme.
"No te muevas de aquí, Sofía".
"Solo será un segundo", insistí, y sin esperar su respuesta, abrí la puerta y salí del coche.
Ella hizo un movimiento para detenerme, pero el hecho de que Ricardo y el falso David estuvieran a solo unos metros, mirándonos, la frenó. No podía hacer una escena. Tenía que mantener las apariencias.
"Está bien", dijo entre dientes, con una sonrisa forzada en el rostro. "Pero no tardes".
Caminé hacia Ricardo, mi corazón latiendo con fuerza. Me sentía libre por primera vez en horas.
"Gracias", le susurré en cuanto estuve a su lado.
"No hay tiempo", respondió él en voz baja, sin dejar de sonreír como si estuviéramos charlando amistosamente. "Tenemos que sacarte de aquí. ¿Qué está pasando?".
"No son ellos, Ricardo. No son los Thompson. Y Miguel... me mandó un mensaje. Dijo que estoy en peligro".
Saqué mi teléfono para enseñárselo, para mostrarle la prueba.
Pero justo en ese momento, mi teléfono vibró. Un nuevo mensaje. Del número de Miguel.
Lo abrí con manos temblorosas, Ricardo mirando por encima de mi hombro.
"RICARDO MIENTE. NO CONFÍES EN ÉL. ¡¡CORRE AHORA!!".
Levanté la vista del teléfono, confundida y aterrorizada, y miré a Ricardo.
La sonrisa había desaparecido de su rostro.
En su lugar, había una expresión fría, calculadora, una mirada que nunca le había visto antes. La misma mirada vacía que había visto en los ojos de los falsos Thompson.
Y en ese instante, lo supe.
Había saltado de la jaula directamente a la boca del lobo.