No Soy Ella
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Capítulo 4

Los días siguientes me sumergí en el trabajo y en mis clases de español argentino. Cada palabra que aprendía era un paso más lejos de él.

Mi proyecto final en Sevilla, un complejo de oficinas de vanguardia, recibió un premio de arquitectura. Mis colegas organizaron una pequeña celebración en un bar del centro.

"¡Por Lina! ¡La arquitecta estrella que nos abandona por el tango!", brindó mi jefe.

Todos reímos. Bebí más de la cuenta, sintiendo una mezcla de euforia y tristeza.

Un colega, Carlos, se sentó a mi lado. "¿Estás bien, Lina? Pareces... a punto de romper a llorar o de conquistar el mundo".

"Quizás ambas cosas", admití con una sonrisa borracha.

En ese momento, mi teléfono sonó. Era Máximo. Lo ignoré.

Volvió a sonar. Carlos, preocupado, cogió el teléfono.

"¿Hola?". Hizo una pausa. "Sí, está aquí. ¿Quién pregunta?". Su cara cambió. "Ah. Entiendo".

Me pasó el teléfono. "Es tu novio. No sabía que tenías novio".

"Ya no lo es", murmuré, pero cogí el teléfono.

La voz de Máximo era dura. "¿Dónde estás? ¿Por qué no contestas?".

"Estoy con mis compañeros de trabajo", respondí, arrastrando las palabras.

"Voy para allá". Y colgó.

Quince minutos después, apareció en el bar. Su cara era una máscara de desaprobación.

"Lina, estás borracha. Vámonos a casa".

Me agarró del brazo, pero yo estaba demasiado mareada para protestar. Me despedí torpemente de mis colegas y lo seguí.

En el coche, el silencio era denso.

Cuando llegamos a casa, me ayudó a salir. Su mano en mi espalda era firme.

Miró mi atuendo, un sencillo vestido negro y tacones. "Este estilo te queda mejor. Más elegante".

Claro. Porque era más parecido al de Sofía.

Una vez dentro, el alcohol y el dolor se mezclaron en una peligrosa poción. Me volví hacia él y lo besé.

Fue un beso desesperado, hambriento. Un último intento de sentir algo, cualquier cosa.

Él respondió, sorprendido al principio, pero luego con la misma intensidad. Me levantó y me llevó a la habitación.

Justo cuando sus manos empezaban a desabrochar mi vestido, su teléfono sonó en la mesita de noche.

Era un sonido estridente que rompió el momento.

Lo ignoró. Pero volvió a sonar, insistente.

Con un gruñido, lo cogió. "¡¿Qué?!".

Escuché la voz de Sofía, aguda y llena de pánico. "¡Máximo! ¡Ayúdame! ¡Se ha roto una tubería en mi apartamento y se está inundando todo!".

Él se levantó de la cama de un salto, sin dudarlo un segundo.

"Voy para allá".

Se vistió a toda prisa. "Lina, lo siento. Es una emergencia".

Lo miré desde la cama, sintiéndome vacía, usada. "¿Una emergencia?".

"Sí, Sofía me necesita".

Y con eso, se fue. Me abandonó a mitad de un acto íntimo por una tubería rota.

Mi teléfono vibró en la mesita. Era un número desconocido.

Contesté.

Era Sofía. Su voz ya no era de pánico, sino de un triunfo cruel.

"Hola, Lina. Solo quería que supieras que Máximo viene hacia aquí. Acaba de decirme que todavía me ama. Que siempre me ha amado".

                         

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