Sombras de un Amor Pasado
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Capítulo 3

La palabra "secreto" me persiguió todo el camino a casa. ¿Éramos un secreto? Repasé nuestros diez años juntos. Nunca habíamos hecho grandes anuncios públicos, no teníamos miles de fotos en redes sociales. Ricardo siempre decía que prefería mantener nuestra vida privada, bueno, privada. Que lo real no necesitaba exhibirse.

Ahora entendía que su "privacidad" era solo una forma de mantenerme oculta, de tener una salida fácil. Yo era su ancla, su refugio seguro, mientras él buscaba tormentas en otros mares. Y ahora que el barco se hundía, él ya estaba a salvo en otro puerto.

El dolor en mi abdomen regresó, más agudo esta vez. Me acosté en el sofá, abrazando a Mezcal, cuyo pequeño cuerpo cálido era mi único consuelo. El teléfono sonó, sacándome de mi miseria. Era mi hermana, Lupita. Su voz era un manojo de pánico.

"Ximena, es mamá. Tuvo una caída muy fea. Está en el hospital, necesitan operarla de la cadera de urgencia, pero el seguro no lo cubre todo. Necesitamos cien mil pesos para mañana."

Cien mil pesos.

Era una cantidad imposible. Mis ahorros se habían ido en los estudios médicos. El adelanto del mural estaba ahora en el aire. Solo había una persona que conocía que podía tener esa cantidad de dinero disponible.

Ricardo.

El pensamiento de llamarlo me revolvió el estómago. Pedirle ayuda después de la humillación en el hotel era tragarme mi último gramo de orgullo. Pero era mi madre. No había opción.

Marqué su número con manos temblorosas.

"¿Ahora qué?" , contestó, su voz cargada de fastidio.

Le expliqué la situación de mi madre, tratando de mantener mi voz estable, de no sonar como la mendiga en que me había convertido.

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea.

"Está bien," dijo finalmente. "Te daré el dinero."

Un suspiro de alivio se me escapó. Por un segundo, un estúpido y diminuto segundo, pensé que quizás quedaba algo del hombre del que me enamoré.

Pero entonces continuó.

"Con una condición."

Esperé.

"Quiero que vengas a mi restaurante mañana por la noche. Y quiero que te disculpes con Sofía. Delante de todos. La hiciste sentir muy incómoda hoy. Fuiste agresiva y poco profesional."

El aire se me fue de los pulmones.

"¿Qué? Yo no hice nada. Ella..."

"Esa es mi condición, Ximena. Tómala o déjala. La salud de tu madre está en tus manos."

Y colgó.

Me quedé mirando el teléfono, sintiendo una oleada de rabia y desesperación tan fuerte que me mareó. Me estaba pidiendo que me arrodillara, que me humillara públicamente ante su amante, a cambio de la salud de mi madre. Era cruel. Era sádico.

Era Ricardo.

A la noche siguiente, me puse el vestido más sencillo que tenía, uno negro que me hacía ver aún más pálida y delgada. Entré en "Fuego" , el restaurante de Ricardo. Estaba lleno, un hervidero de gente guapa y adinerada. La música era alta, las risas estridentes.

Los vi en la barra. Ricardo rodeaba a Sofía con su brazo, riendo de algo que ella le decía al oído. Se veían perfectos, la pareja dorada.

Caminé hacia ellos, sintiendo cada paso como si caminara sobre vidrios rotos. Todas las miradas se giraron hacia mí. El murmullo de la multitud bajó de volumen.

Ricardo me vio y su sonrisa se tensó.

"Sofía, querida," dije, mi voz apenas un susurro. "Quería disculparme por mi comportamiento de ayer. Fui... inapropiada."

Sofía me miró con sus grandes ojos inocentes, una actriz consumada.

"Oh, no te preocupes," dijo, su voz lo suficientemente alta para que todos la oyeran. "Entiendo que estés pasando por un momento difícil. Debe ser duro ver a Ricardo tan feliz con alguien más."

La humillación me quemó la cara. Sentí las miradas de pena y de burla de la gente a mi alrededor. Ricardo observaba la escena con una expresión de fría satisfacción. Había conseguido lo que quería. Su trofeo.

Justo en ese momento, el dolor en mi abdomen explotó. No fue una punzada, fue una detonación. Un fuego líquido que me recorrió por dentro. Me quedé sin aire, una arcada seca subió por mi garganta. Me doblé, apoyando una mano en la barra para no caer.

Levanté la vista, buscando los ojos de Ricardo, una súplica silenciosa.

Él me vio. Vio mi rostro contraído por el dolor, vio el sudor frío en mi frente. Por un instante, vi un destello de pánico en su mirada, un eco del hombre que una vez me cuidó.

Pero fue solo un instante.

Sofía tiró de su brazo.

"Vámonos, amor. Me estás poniendo nerviosa."

Y él, sin una palabra más, se dio la vuelta, rodeó a Sofía con su brazo y la guio hacia la salida, dejándome allí, sola, doblada de dolor en medio de su restaurante lleno de gente, rota en más pedazos de los que creía posible.

            
            

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