Sombras de un Amor Pasado
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Capítulo 4

El dolor era una bestia viva dentro de mí, arañando mis entrañas. Me quedé apoyada en la barra, intentando respirar, mientras el mundo a mi alrededor se convertía en un borrón de luces y sonidos. Nadie se acercó. Era invisible, una mancha incómoda en la brillante tela de la noche.

Logré salir del restaurante a rastras. Me senté en la banqueta, el aire frío de la noche pegado a mi piel sudorosa. Me tomó casi una hora reunir la fuerza para llamar a un taxi y volver a casa.

A la mañana siguiente, recibí un mensaje de Lupita.

"¡Xime! No sé cómo lo hiciste, pero el dinero está en la cuenta. Ya programaron la cirugía de mamá para hoy mismo. ¡Gracias, gracias, gracias!"

Leí el mensaje con una sensación extraña. Ricardo había cumplido su palabra. Era un monstruo, sí, pero un monstruo con un retorcido código de honor. Pagó el precio que me impuso. La idea no me trajo ningún consuelo, solo un sabor amargo en la boca.

Pasé los siguientes días en una neblina de dolor físico y agotamiento emocional. Cuidar de Mezcal era lo único que me mantenía en pie. Sus pequeños avances eran mis victorias. Ya no tosía tanto, había empezado a jugar con un trozo de estambre. Su vitalidad era un contraste brutal con mi propia decadencia.

Una noche, estaba en la cocina calentando un poco de leche para él cuando escuché la puerta principal abrirse.

Mi corazón dio un vuelco.

Ricardo entró en la casa como si todavía viviera allí. No lo había visto desde la noche del restaurante. Su presencia llenó el espacio, haciéndolo sentir pequeño y opresivo.

"¿Qué haces aquí?" , le pregunté, mi voz sonó frágil.

"Vine por unas cosas," dijo, sin mirarme. Caminó hacia el estudio, su estudio, y empezó a meter libros y premios en una caja.

En ese momento, Mezcal, atraído por el ruido, salió de mi habitación y se frotó contra mis piernas, maullando suavemente.

Ricardo se detuvo en seco. Su mirada se posó en el gato con una expresión de puro asco.

"¿Qué es esa cosa?"

"Es mi gato. Se llama Mezcal."

"¿Un gato callejero? ¿Metiste a un animal sarnoso en mi casa?" , su voz subió de tono. "Sácalo de aquí. Ahora."

Se movió hacia el gato, como si fuera a patearlo.

Me interpuse entre ellos, extendiendo los brazos para proteger al pequeño animal.

"No te atrevas a tocarlo."

Nunca me había enfrentado a él de esa manera. Siempre había sido la conciliadora, la que evitaba el conflicto. Pero ver su crueldad dirigida a esa criatura indefensa despertó algo en mí, una furia fría y protectora.

Él me miró, sorprendido por mi reacción. Por un momento, pareció que iba a discutir, a gritar. Pero luego su expresión cambió. Una máscara de falsa preocupación cubrió sus facciones.

"Ximena, cálmate," dijo, su voz ahora suave y condescendiente. "¿Estás bien? Te ves pálida. La otra noche en el restaurante... me preocupaste."

La hipocresía de sus palabras era tan descarada que casi me reí.

"¿Te preocupaste? Me dejaste tirada."

"Tenía que sacar a Sofía de allí," se defendió, como si fuera lo más lógico del mundo. "Se asustó mucho. Pensó que te ibas a desmayar o algo. Es muy sensible, sabes."

Ahí estaba. La verdadera razón. No era preocupación por mí. Era un informe de daños para su nueva dueña. Tenía que asegurarse de que la loca de su exesposa no le causara más problemas a la pobre e inocente Sofía.

"Ella está preocupada por ti," continuó, sin notar mi silencio helado. "Me pidió que viniera a ver cómo estabas, que me asegurara de que no hicieras ninguna tontería."

Así que ni siquiera fue su idea. Fue un encargo. Yo era una tarea en su lista de pendientes, un problema que resolver para mantener a su novia contenta.

"Dile a Sofía que no se preocupe," dije, mi voz plana, sin emoción. "Estoy bien. Y ahora, por favor, toma tus cosas y vete de mi casa."

Enfatice la palabra "mi" . Él me miró, abrió la boca para decir algo, pero la cerró. Tomó su caja y, sin una palabra más, salió por la puerta, cerrándola con un golpe seco que resonó en el silencio de la casa.

                         

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