Bajé las escaleras con el corazón martillando contra mis costillas, cada paso era un eco de la determinación que sentía. En el comedor, la escena era dolorosamente normal, una cruel parodia de una familia feliz. Mi madre, Elena, tarareaba una canción mientras colocaba los platos en la mesa, su rostro iluminado por la emoción del viaje que planeábamos hacer hoy, un viaje a un pueblo mágico que, en mi otra vida, nunca terminamos.
Mi padre, Ricardo, estaba sentado a la cabeza de la mesa, leyendo el periódico financiero. Levantó la vista cuando entré, y una sonrisa falsa se dibujó en su rostro.
"Buenos días, mija. ¿Lista para nuestro viaje? Será un gran día."
Su voz, la misma voz que había escuchado en mi lecho de muerte discutiendo el precio de mis órganos, ahora me hablaba con una cordialidad paternal que me revolvió el estómago. Sentí una oleada de asco tan intensa que tuve que apretar los puños para no gritarle la verdad en la cara.
"Sí, papá. Lista," respondí, forzando una sonrisa que se sentía como una máscara de yeso.
Me senté y evité su mirada, concentrándome en mi madre. Ella me sirvió un plato de chilaquiles, su comida favorita, y me acarició la mejilla.
"Te ves un poco pálida, mi amor. ¿Dormiste bien?"
"Sí, mamá. Solo... tuve un sueño extraño," dije, eligiendo mis palabras con cuidado.
Ricardo dobló su periódico y lo dejó a un lado, su atención ahora completamente en nosotras.
"Bueno, espero que este viaje te quite cualquier mal sueño. Un poco de aire fresco nos hará bien a todos. Saldremos en una hora."
Esa era mi señal. El tiempo corría.
"Papá," empecé, mi voz un poco más firme de lo que esperaba. "Antes de irnos... ¿podríamos llevar el coche a revisar? Ayer, cuando lo usé, me pareció escuchar un ruido raro en los frenos."
Fue una mentira, pero una necesaria. En mi vida anterior, no había notado nada. Había confiado ciegamente, como mi madre.
Ricardo frunció el ceño, una sombra de molestia cruzando su rostro.
"No digas tonterías, Sofía. El coche está perfectamente. Le hice servicio la semana pasada."
"Por favor, papá. Solo para estar seguros. No me sentiré tranquila si no lo hacemos."
Mi madre intervino, con su habitual tono apaciguador.
"Ay, Sofía, no molestes a tu padre. Él sabe lo que hace. Siempre se encarga de que todo esté en orden."
La miré, y por primera vez, sentí una punzada de frustración hacia ella. Su amor ciego era el escudo que Ricardo usaba para esconder su maldad.
"Mamá, por favor. Es solo una revisión rápida. ¿Qué perdemos? Más vale prevenir," insistí, manteniendo mi tono lo más calmado posible, aunque por dentro estaba gritando.
Ricardo suspiró, un sonido teatral de exasperación.
"Está bien, está bien. Si eso te hace feliz. Pero que sea rápido. No quiero que se nos haga tarde por tus caprichos."
Se levantó de la mesa, cogió su teléfono y salió al patio para hacer la llamada. Vi su silueta a través de la ventana, y una sonrisa fría se dibujó en mi rostro. No sabía que con esa llamada, estaba empezando a desmantelar su propio plan. Cada segundo que ganaba, cada obstáculo que ponía en su camino, era una pequeña victoria en esta guerra que él ni siquiera sabía que estábamos librando.
Mi madre me miró, con una mezcla de confusión y reproche.
"No sé qué te pasa últimamente, Sofía. Estás muy rara."
"Solo quiero que estemos seguras, mamá," respondí, tomando su mano. "Solo quiero protegerte."
Ella me sonrió, sin entender el verdadero peso de mis palabras, y me devolvió el apretón. Su mano era cálida, viva. Y yo iba a hacer todo lo que estuviera en mi poder para que siguiera así.
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