Cadenas de Dolor, Lazos de Amor
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Capítulo 3

El mecánico, un hombre de confianza de nuestra familia llamado Don Pepe, llegó en menos de media hora. Era un hombre mayor, con las manos manchadas de grasa y una mirada honesta. Ricardo lo recibió con una impaciencia apenas disimulada.

"Pepe, qué bueno que llegaste. La niña aquí presente dice que escuchó un ruido en los frenos. Dale una revisada rápida, que ya nos vamos."

Don Pepe asintió y se dirigió al coche, una camioneta de lujo que mi padre había comprado recientemente. Mi madre y yo observábamos desde la puerta de la cochera. Yo mantenía una calma forzada, mientras que mi madre parecía genuinamente avergonzada por mi insistencia.

"Verás que no es nada, Sofía. Ahora hicimos venir a Don Pepe para nada," susurró.

No respondí. Solo observaba.

Don Pepe se metió debajo del coche. Pasaron unos minutos de silencio, solo interrumpidos por el sonido de sus herramientas. De repente, el ruido cesó. Don Pepe se deslizó hacia afuera lentamente, su rostro pálido y sus ojos muy abiertos. Se limpió las manos en un trapo, pero su mirada estaba fija en mi padre.

"Señor Romero..." dijo, su voz sonaba extraña, tensa. "No fue un ruido lo que su hija escuchó. Es un milagro que este coche no se haya estrellado ya."

Mi madre ahogó un grito. Ricardo frunció el ceño.

"¿De qué estás hablando, Pepe? Ve al grano."

"La línea del líquido de frenos... fue cortada. De manera intencional. Un corte limpio. Con un par de frenadas más, se habrían quedado sin frenos por completo. A la velocidad de la autopista... no habrían tenido ninguna oportunidad."

El silencio que siguió fue pesado, asfixiante. Mi madre se llevó una mano a la boca, sus ojos llenos de horror y confusión. Miró a mi padre, buscando una explicación, una negación.

"¡Pero eso es imposible! ¿Quién haría algo tan terrible?" exclamó.

Ricardo parecía genuinamente sorprendido, o al menos, era un actor magnífico.

"¡Maldita sea! ¿Algún enemigo de los negocios? Esto es un intento de asesinato."

Fue mi momento. Con una voz que sonaba inocentemente curiosa, dejé caer la primera pieza del rompecabezas.

"Qué extraño... sobre todo ahora," dije, como si pensara en voz alta. "Papá, ¿no acabas de aumentar nuestros seguros de vida la semana pasada? Recuerdo haber firmado unos papeles contigo y mamá. Dijiste que era una fortuna, por si algo nos pasaba."

La cabeza de mi madre giró bruscamente para mirarme, y luego a Ricardo. La conexión, imposible y monstruosa, comenzó a formarse en su mente. Vi el terror dar paso a una duda incipiente, una pequeña grieta en el pedestal donde siempre había tenido a su marido.

La cara de Ricardo perdió un poco de su color.

"Sofía, eso no tiene nada que ver. Es una precaución estándar," dijo, su voz un poco demasiado aguda.

Pero la semilla ya estaba plantada. Mi madre lo miraba fijamente, sus ojos buscando la verdad en el rostro del hombre con el que había compartido su vida.

"Ricardo... ¿por qué harías eso justo ahora?" preguntó, su voz un temblor.

"Elena, por favor, no empieces con las ideas de Sofía. ¡Alguien intentó matarnos! Deberíamos estar llamando a la policía, no acusándonos entre nosotros," espetó él, tratando de desviar la atención.

Cogió su teléfono, pero sus manos temblaban ligeramente. No marcó a la policía. Vi que buscaba un contacto en su agenda. Carla.

Mi madre lo vio. Vio la duda, el temblor en sus manos, el nombre en la pantalla del teléfono antes de que él lo apagara rápidamente. Se apartó de él, un pequeño paso, pero que significaba un abismo.

"Voy a... voy a tomar un vaso de agua," murmuró, y entró a la casa, dejándonos a los tres en un silencio tenso.

Yo la seguí con la mirada. Una pequeña victoria, pero la más importante hasta ahora. Había roto el hechizo. Ahora, mi madre empezaba a ver.

Mientras Ricardo seguía fingiendo indignación con Don Pepe, me acerqué a mi madre en la cocina. Estaba apoyada en la encimera, respirando profundamente.

"Mamá..." empecé suavemente.

Ella levantó la vista, sus ojos llenos de una confusión dolorosa.

"No entiendo nada, Sofía."

"Mamá, hay cosas de tu familia de las que nunca hemos hablado. De tus padres, de tus hermanos... ¿Por qué?"

Era un cambio de tema abrupto, pero lo necesitaba. Necesitaba saber si tenía aliados.

Ella pareció sorprendida por la pregunta.

"Tu padre... no se llevaba bien con ellos. Especialmente con mi hermano Miguel. Decía que eran... gente rústica. Mariachis. Que no estaban a nuestra altura."

Miguel. El nombre de la llamada en mi vida anterior. El líder de una poderosa dinastía de mariachis. La justicia. La lealtad familiar.

"¿Dónde está él ahora, mamá? ¿El tío Miguel?"

Ella dudó, como si estuviera a punto de traicionar un viejo pacto.

"En Guadalajara. Dirige el Mariachi Vargas... bueno, una versión de él, la de nuestra familia. Es... un hombre muy influyente. Tu padre me hizo prometer que nunca más los contactaría."

Una sonrisa se dibujó en mis labios.

"Creo que es hora de romper esa promesa, mamá."

Justo en ese momento, un coche negro y de aspecto siniestro se detuvo bruscamente frente a nuestra casa. La puerta del conductor se abrió. No era la policía. Era uno de los hombres de seguridad de mi padre, un tipo con cara de pocos amigos al que siempre veía en su destilería.

Mi padre, que había salido a la calle, le estaba dando instrucciones en voz baja y urgente. Mi sangre se heló. El plan había cambiado.

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