Estaba sentada en el asiento del conductor, con las manos en el volante como si fuera dueña del mundo. Alejandro estaba de pie afuera, inclinado sobre la ventana del pasajero. La vi reír, y luego él se inclinó y la besó, un beso largo y apasionado, justo ahí, a la vista de todos.
Me quedé paralizada, sintiendo cómo la humillación me quemaba las mejillas.
Valeria me vio. Su sonrisa se volvió aún más maliciosa. Bajó la ventanilla.
"Hola de nuevo, Sofía. Mira qué bien se siente este coche. Alejandro dice que me queda perfecto."
Arrancó el motor, y el rugido del coche pareció una burla. Dio una vuelta rápida por la entrada antes de acelerar y salir a la calle, dejándome envuelta en una nube de gases de escape que olía a derrota.
Alejandro se enderezó y finalmente se dignó a mirarme. Su expresión era de puro fastidio.
"¿Qué sigues haciendo aquí? Te dije que te llevaras tus cosas."
Tragué saliva, tratando de encontrar mi voz. "Valeria dijo que tenía una hora."
"Pues tu tiempo casi se acaba", dijo, mirando su reloj de lujo.
Entré a la casa, y la escena que me esperaba fue como otra puñalada. Mis maletas, que había dejado cuidadosamente empacadas en la habitación de invitados, estaban tiradas en el césped del jardín delantero. La ropa, los libros, los recuerdos personales, todo esparcido de manera caótica, como si un tornado hubiera pasado por allí.
Tía Rosa, el ama de llaves que había trabajado para nosotros durante años, salió corriendo de la casa, con lágrimas en los ojos.
"Señorita Sofía, lo siento mucho. La señorita Valeria... ella me obligó. Dijo que si no lo hacía, me despedirían."
Puse una mano tranquilizadora en su brazo. "No te preocupes, Tía Rosa. No es tu culpa."
"¡Claro que no es su culpa!", resonó la voz de Alejandro desde la puerta. Se acercó a nosotros, con el desprecio grabado en sus facciones. "¿Por qué sigues aquí? Llévate estas porquerías de mi propiedad ahora mismo."
"Porquerías", repitió, pateando uno de mis libros. "Basura."
Cada palabra era un golpe. Esta "basura" eran los fragmentos de mi vida, los recuerdos de nuestro amor. El libro que pateó fue el primero que me regaló.
Respiré hondo, conteniendo las lágrimas y la rabia. No le daría la satisfacción de verme derrumbarme. Comencé a recoger mis cosas en silencio, metiéndolas de nuevo en las maletas de la manera más ordenada posible. El sol de la tarde pegaba fuerte, y el sudor me corría por la frente, pero no me detuve.
Esta casa, que habíamos decorado juntos, que habíamos llenado de risas y sueños, ahora se sentía como un territorio enemigo. Cada rincón me recordaba un momento feliz que ahora estaba manchado por la traición.
Cuando terminé de guardar la última prenda, me puse de pie y me enfrenté a él. Mi voz, cuando hablé, era sorprendentemente firme.
"Señor Vargas", dije, usando el apellido formalmente, creando una distancia insalvable entre nosotros. "Espero que usted y su... nueva novia, disfruten de la 'basura' que queda dentro. Después de todo, gran parte de ella la eligieron juntos."
Vi un destello de algo en sus ojos, ¿sorpresa? ¿culpa? Duró solo un segundo antes de que su máscara de indiferencia volviera a su lugar.
No esperé una respuesta. Arrastré mis maletas hasta la acera, llamé a otro taxi y me fui sin mirar atrás.
Dejaría que se ahogaran en su propia mentira. Mi silencio sería mi venganza.