La noche antes de la boda, estuve despierta toda la noche en el lugar, supervisando los preparativos finales. El agotamiento era tan profundo que sentía los huesos molidos.
Al amanecer, mientras ajustaba un último arreglo floral, todo se volvió negro. Mis piernas cedieron y me desplomé.
Justo antes de caer al suelo, un par de brazos fuertes me atraparon.
Por un momento, un destello de familiaridad, un eco de seguridad me envolvió. Era el abrazo de Alejandro.
Abrí los ojos y me encontré con su rostro. Por primera y fugaz vez desde el accidente, vi preocupación genuina en sus ojos.
"¿Estás bien?", preguntó, su voz teñida de una urgencia que no le había oído en semanas.
Pero tan pronto como mis ojos se enfocaron y me di cuenta de quién era, lo empujé con todas mis fuerzas.
"Estoy bien", dije bruscamente, poniéndome de pie y tambaleándome un poco. "No me toque."
La preocupación en su rostro se desvaneció, reemplazada por su habitual frialdad. Dio un paso atrás, como si yo fuera algo sucio.
"Como quieras."
En ese momento, Valeria llegó, radiante y fresca, sosteniendo una funda de vestido.
"¡Llegó! ¡Mi vestido! Sofía, ven a ayudarme a probármelo."
Me llevó a la suite nupcial que habían preparado. Abrió la funda y mi corazón se detuvo.
Era el vestido. El vestido que yo había pasado seis meses diseñando con un modisto exclusivo. Un vestido de encaje delicado, con pequeños detalles de lavanda bordados en el corpiño. Mi vestido de novia.
Me quedé sin aliento, el dolor era tan agudo que me costaba respirar. Mis uñas se clavaron en las palmas de mis manos hasta que sentí un dolor agudo.
Valeria se rió al ver mi expresión. "Hermoso, ¿verdad? Alejandro lo encontró en sus correos electrónicos. Dijo que era un diseño encargado para una 'vieja amiga'. Pero pensé que era un desperdicio, así que decidí usarlo yo. Me queda mucho mejor, ¿no crees?"
Se pavoneó frente al espejo, admirando su reflejo en mi sueño robado.
Luego se volvió hacia mí, su voz goteando veneno.
"Ahora, arrodíllate y ajústame el bajo. Parece un poco largo."
La exigencia era tan humillante, tan deliberadamente cruel, que me quedé paralizada. Pedirme que me arrodillara ante ella, vestida con mi vestido de novia, en el lugar de mi boda soñada, era la máxima degradación.
"Yo... no soy costurera", balbuceé.
La sonrisa de Valeria desapareció. Su rostro se endureció. "Tú eres la planificadora de la boda. Tu trabajo es asegurarte de que todo sea perfecto. Y si la novia necesita que le ajustes el vestido, lo haces. O tal vez", añadió, su voz bajando a un susurro amenazante, "tal vez tu pequeña empresa de planificación de bodas no tiene por qué seguir existiendo después de hoy."
La amenaza colgaba en el aire, pesada y sofocante. Sabía que no era una amenaza vacía. Con una sola llamada, Alejandro podría arruinar todo por lo que había trabajado.
Lentamente, como en una pesadilla, me mordí el interior del labio con tanta fuerza que probé el sabor metálico de la sangre. Era la única manera de anclarme, de no gritar, de no romper a llorar.
Me arrodillé en el suelo frío.
Mis manos temblaban mientras tocaban el delicado encaje del vestido. Mis dedos rozaron los bordados de lavanda, cada puntada un recuerdo doloroso.
Mientras ajustaba el dobladillo, levanté la vista y mis ojos se encontraron con los de Valeria en el espejo. Su expresión era de puro triunfo.
Cuando terminé y me puse de pie, mi voz era baja pero clara, cada palabra cargada de un hielo que no sabía que poseía.
"El vestido está perfecto, señorita Sánchez. Pero tenga cuidado. A veces, las cosas que no nos pertenecen... traen mala suerte."