De Chica de Campo A Heredera
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Capítulo 5

De vuelta en el departamento, Sofía se movía con una calma gélida. Acaba de recibir una llamada de su padre, Don Mateo.

"Mija, ¿cuándo piensas volver? La plaza no es lo mismo sin una Rojas al frente del mariachi. Tu madre y yo te extrañamos" , dijo su padre, su voz grave y orgullosa, aunque teñida de una nostalgia que Sofía conocía bien.

"Pronto, papá. Muy pronto" , respondió ella, y por primera vez, la promesa se sintió real. "De hecho, estaba pensando en comprar unas tierras cerca del rancho, para expandir" .

"¿Tierras? ¿Con qué dinero, hija? No te preocupes por eso, con lo que da el mariachi nos alcanza" .

Sofía sonrió. Su padre no tenía idea de la fortuna que ella había amasado por su cuenta, invirtiendo sabiamente sus ganancias. "No te preocupes, papá. Tengo mis ahorros. Cientos de millones" .

Justo cuando pronunciaba esas palabras, la puerta se abrió y Ricardo entró, con el rostro desencajado. Se detuvo en seco, habiendo escuchado la última parte de la frase.

"¿Cientos de millones? ¿De qué hablas?" , preguntó, mirándola con sospecha.

Sofía se giró, su corazón latiendo un poco más rápido, pero mantuvo la compostura. "Hablaba con mi padre. De pesos, claro. Pesos de un juego de mesa que jugábamos de niños. Una broma nuestra" , mintió con una facilidad que la sorprendió a sí misma.

Ricardo frunció el ceño, pero pareció tragarse la excusa. Su mente no podía concebir que la chica "pobre" de la que se había burlado pudiera tener tal cantidad de dinero. Estaba demasiado consumido por su propia arrogancia.

Se acercó a ella, intentando de nuevo la táctica de la seducción. "Sofía, lo de esta noche... lo siento. Elena puede ser muy intensa. Pero tú sabes que a la que amo es a ti" . Le tendió una pequeña caja de terciopelo. Dentro había unos aretes de diamantes, aún más grandes que el collar. "Toma. Para que veas que eres mi reina" .

Sofía miró los aretes. Probablemente costaban más de lo que Ricardo ganaba en un mes. Eran una inversión, una forma de mantenerla atada. Sintió un profundo desprecio. Tomó la caja y la dejó sobre la cómoda sin decir una palabra. Para ella, no eran más que trozos de carbón presurizado. Ella tenía joyas familiares guardadas en una bóveda que harían que esas baratijas parecieran bisutería.

El teléfono de Ricardo sonó. Era Elena. La voz de ella era audible incluso a distancia, exigente y autoritaria.

"Ricardo, mi papá quiere verte ahora. Dice que si no vienes, el trato de la producción se cancela. ¡Muévete!"

Ricardo palideció. Miró a Sofía, desesperado. "Tengo que irme. Es importante" .

"Ve" , dijo Sofía con indiferencia.

Cuando él se fue, Elena le envió un mensaje a Sofía. "Voy en el coche con él. ¿Adivina en qué asiento vas tú? En el de atrás, donde pertenecen las segundas opciones" .

Sofía sintió una punzada, no de celos, sino de una profunda tristeza por la mujer en la que se había convertido, permitiendo tal humillación. Cuando Ricardo bajó con Elena, Sofía los siguió. Tal como Elena había dicho, se sentó en el asiento del copiloto, mirándola por el espejo retrovisor con una sonrisa burlona.

Sofía, sin decir una palabra, abrió la puerta trasera y se sentó. El silencio en el coche era denso. Ricardo intentó romperlo.

"Mi amor, en cuanto deje a Elena, vuelvo por ti y hablamos" .

Sofía no respondió. Simplemente miró por la ventana la ciudad que pronto dejaría atrás.

Esa noche, cuando Ricardo volvió al departamento, intentó acercarse a ella. Intentó besarla, tocarla.

"No me toques" , dijo ella, su voz sin emoción.

"Sofía, por favor..."

"Tengo cólicos" , mintió ella, una excusa simple y efectiva. Era un muro que él no se atrevería a cruzar.

Se dio la vuelta en la cama, dándole la espalda. Mientras fingía dormir, su teléfono, que había dejado en la mesita de noche, se iluminó con un recordatorio que había puesto semanas atrás. La alarma vibró suavemente, pero la pantalla era visible en la oscuridad: "Recordatorio: Acompañar a Ricardo a ver a sus padres para formalizar compromiso" . La fecha era la de la boda de Ricardo y Elena. Una ironía cruel y final. Ricardo, medio dormido, no lo notó. Pero Sofía lo vio. Y supo que el final estaba más cerca que nunca.

                         

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