Un Futuro Escrito con Amor
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Capítulo 3

La noche de la cena de negocios llegó. El salón del hotel de lujo brillaba con luces tenues y el tintineo de copas de cristal. Sofía se sentía como un pez fuera del agua con un vestido prestado que le quedaba un poco grande.

Elena Solís se le acercó, elegante en un traje de chaqueta color marfil. Le entregó una pequeña bolsita de terciopelo.

"Ricardo suele beber whisky en las rocas después de la cena," le susurró al oído, su aliento olía a perfume caro y a conspiración. "Asegúrate de que sea su segunda copa."

Sofía apretó la bolsita en su mano. Dentro, un pequeño frasco con un polvo blanquecino. Su corazón latía con violencia. Era real. Estaba sucediendo.

"Esto solo lo relajará un poco, lo hará más... receptivo," añadió Elena, con una sonrisa que no llegó a sus ojos. "El resto, querida, depende de ti."

Elena se alejó, dejándola sola con su dilema moral y el veneno en la mano. Vio a Ricardo al otro lado del salón, rodeado de socios y clientes, riendo de algo que decía un hombre mayor. Se veía tan seguro, tan poderoso. Y ella iba a violar su confianza, su cuerpo, todo por un contrato.

La cena fue una tortura. Apenas probó bocado. Cuando los postres fueron servidos, vio a Ricardo pedir su primer whisky. Era ahora o nunca.

Con las manos temblorosas, se dirigió a la barra. Pidió un whisky en las rocas para el señor Solís. Cuando el barman se giró para buscar algo, Sofía, con un movimiento rápido y torpe, vació el contenido del frasco en el vaso. El polvo se disolvió al instante.

Se acercó a la mesa de Ricardo. Su corazón amenazaba con salírsele del pecho.

"Señor Solís, su bebida."

Él la miró, una chispa de sorpresa en sus ojos al verla allí. Tomó el vaso sin decir nada y le dio un sorbo largo.

Sofía se retiró, sintiendo una náusea terrible. Volvió a un rincón oscuro del salón, observándolo.

Pasaron unos veinte minutos. Ricardo empezó a frotarse las sienes. Su risa se volvió un poco más fuerte de lo normal, sus movimientos ligeramente menos coordinados. Elena la miró desde lejos y asintió sutilmente. Era la señal.

Se acercó a él de nuevo. El hombre con el que hablaba se había ido.

"¿Se encuentra bien, señor Solís?" preguntó, su voz temblaba.

Ricardo la enfocó con dificultad. Sus pupilas estaban dilatadas.

"Sofía," dijo, su nombre sonando extraño en sus labios. "Me siento... raro. El calor."

"Quizás necesita un poco de aire fresco," sugirió ella. "Hay una terraza."

Él asintió lentamente. Se levantó, tambaleándose un poco. Sofía lo tomó del brazo para estabilizarlo. Su contacto le envió una descarga eléctrica, una mezcla de culpa y una extraña excitación.

Lo guio a través de las puertas de cristal hacia la terraza. La noche era fría, pero Ricardo parecía no notarlo. Se apoyó en la barandilla, respirando hondo.

Se giró para mirarla. Su expresión había cambiado. La fría indiferencia había sido reemplazada por una confusión vulnerable.

"Tú... hiciste algo," dijo, su voz era un murmullo ronco. Intentó apartarse, pero sus piernas flaquearon. La ira brilló en sus ojos, una ira que luchaba contra el efecto de la droga. "Tú me..."

Pero no pudo terminar la frase. El químico era más fuerte que su voluntad. Se tambaleó hacia ella, y Sofía lo sostuvo.

Lo que pasó después fue un borrón confuso y terrible. Lo ayudó a llegar a la suite que el bufete siempre reservaba para él en el hotel. Él estaba desorientado, murmurando cosas incoherentes.

La situación se salió de control. La intimidad que siguió fue una mezcla extraña de fuerza y una ternura desconcertante que la confundió. Él la llamaba por su nombre, una y otra vez, como si fuera un ancla en medio de su confusión.

En medio de todo, Sofía se justificaba a sí misma. No tenía otra opción. Era esto o la ruina. El mundo de los Solís era cruel, y ella solo estaba aprendiendo a jugar con sus reglas. La supervivencia era lo primero. La dignidad era un lujo que no podía permitirse.

A la mañana siguiente, se despertó con un dolor sordo en el cuerpo y un vacío inmenso en el alma. La luz del sol se filtraba por las cortinas. La cama a su lado estaba vacía. Ricardo se había ido.

Sobre la mesita de noche, había un fajo de billetes y una nota. No era la letra de Ricardo. Era la caligrafía elegante y controlada de Elena Solís.

"Bien hecho. Tu bono. Tu puesto está seguro hasta que encuentre a la pareja adecuada para Ricardo. E.S."

Sofía se quedó mirando los billetes. Se sentía sucia, utilizada, un peón en un juego que apenas entendía. Pero también sintió una punzada de alivio. Había sobrevivido. Por ahora.

Se vistió y salió de esa habitación de hotel, sintiendo que había dejado atrás una parte de sí misma para siempre.

            
            

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