Un Futuro Escrito con Amor
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Capítulo 4

El lunes en la oficina fue surrealista. Las mismas pasantes que se burlaban de ella ahora la miraban con una mezcla de envidia y respeto a regañadientes. El rumor de que había pasado la noche con Ricardo Solís se había extendido como la pólvora.

Sofía mantuvo la cabeza alta. Su cuenta bancaria tenía más ceros de los que había visto en su vida. El bono de Elena le daba una seguridad que la tranquilizaba, a pesar de la culpa que la carcomía.

Ricardo no apareció en la oficina ese día. Ni el siguiente. Sofía se dedicó a su trabajo, intentando no pensar, no sentir. El miércoles, cuando ya casi había perdido la esperanza de volver a verlo, él entró en la oficina.

Se veía impecable, como siempre. Pero había algo diferente en su mirada cuando se cruzó con la de ella. No había frialdad, sino una intensidad que la hizo estremecerse.

"Sofía, a mi oficina," dijo, su voz era neutral, pero Sofía sintió un nudo en el estómago.

Entró y cerró la puerta. Él estaba de pie junto a la ventana, mirando la ciudad.

"Cierra con seguro," ordenó sin volverse.

Ella obedeció, sus manos temblaban. ¿Iba a despedirla? ¿A denunciarla?

Él se giró lentamente. Se acercó a ella hasta que solo unos centímetros los separaban. Olía a una loción cara y a café.

"Whisky," dijo en voz baja, casi un susurro.

Sofía se congeló.

"¿Disculpe?"

"Mi bebida favorita," continuó él, una sonrisa casi imperceptible jugando en sus labios. "Pero el del otro día tenía un... ingrediente secreto, ¿no crees?"

El pánico se apoderó de ella. Él lo sabía. Lo sabía todo.

"Yo... no sé de qué habla, señor."

Ricardo soltó una risa seca y baja.

"Por favor, Sofía. No me subestimes. Y no te subestimes a ti misma. Fue audaz. Imprudente, pero audaz."

Se inclinó un poco más, su aliento rozando su mejilla.

"La pregunta es," susurró, "si fue idea tuya... o de mi abuela."

Sofía no pudo responder. El miedo la paralizó. Ricardo se enderezó y volvió a su escritorio.

"No importa," dijo, cambiando de tono, volviendo a ser el abogado eficiente. "Déjalo. Necesito que archives estos informes."

Ella salió de la oficina sintiéndose completamente descolocada. No la había despedido. No estaba enojado. Parecía... divertido. Intrigado.

A partir de ese día, todo cambió. Ricardo empezó a buscarla. Le pedía que le llevara documentos personalmente solo para hacerle alguna pregunta trivial. La llamaba a su oficina para que se sentara en silencio mientras él trabajaba, diciendo que su presencia lo ayudaba a concentrarse.

Comenzaron una extraña rutina. Almuerzos en su oficina, con la puerta cerrada. Paseos por el parque cercano con la excusa de discutir un caso. Él le hablaba de su trabajo, de la presión que sentía, de sus ambiciones. Y ella, por primera vez, empezó a ver al hombre detrás del mito. Un hombre solitario, cargado de expectativas.

Sofía se dio cuenta, con un pánico creciente, de que estaba empezando a sentir algo por él. Los momentos que pasaban juntos eran lo más destacado de su día. La forma en que a veces la miraba, la manera en que su mano rozaba la suya accidentalmente. Se estaba enamorando del hombre al que había engañado.

Era una locura. Una relación construida sobre una mentira y una manipulación. Pero se sentía real. Demasiado real.

Una tarde, mientras revisaban unos contratos, él la detuvo.

"Sofía," dijo, su voz era seria. "El viernes hay una gala benéfica. Quiero que vengas conmigo."

"¿Como... su asistente?" preguntó ella, el corazón latiéndole con fuerza.

"No," respondió él, mirándola fijamente. "Como mi acompañante."

La invitación la dejó sin aliento. Era lo que Elena quería, lo que ella misma, en el fondo de su corazón, ahora deseaba. Pero sabía que era peligroso.

Mientras tanto, Elena Solís los observaba desde la distancia. La matriarca notó el cambio en su nieto. Notó las miradas, los almuerzos a puerta cerrada. El plan había funcionado, quizás demasiado bien.

Una mañana, Elena la llamó a su oficina de nuevo.

"He visto que has hecho progresos notables con Ricardo," dijo, su tono era neutro, pero sus ojos eran calculadores. "Parece que te ha tomado... cariño."

La forma en que dijo la palabra "cariño" le provocó un escalofrío a Sofía.

"Solo estoy haciendo mi trabajo, señora."

"Sí," dijo Elena. "Pero recuerda los términos de nuestro acuerdo, Sofía. El objetivo es una relación formal, no una distracción temporal. Ricardo necesita una esposa de su nivel, una que beneficie al bufete. Tú eres un medio para un fin, no el fin en sí mismo. No lo olvides."

La advertencia fue clara. Estaba en una cuerda floja. Por un lado, el afecto creciente de Ricardo. Por el otro, la fría manipulación de su abuela. Y ella estaba en medio, con un corazón cada vez más confundido y vulnerable.

                         

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