Matrimonio Por Contrato: Mi Decisión
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Capítulo 1

Ximena Rojas era la única heredera del imperio Textil Rojas, un nombre que en México significaba tradición, poder y una fortuna incalculable.

Pero para Ximena, ser la heredera era una jaula de oro.

Su padre, Don Rojas, un hombre de mirada dura y voluntad de acero, la había citado en su despacho, un lugar que olía a cuero viejo y a decisiones irrevocables.

"Hija, ya es tiempo", dijo él, sin levantar la vista de unos documentos.

"El futuro de la empresa depende de una alianza sólida, tienes que casarte con uno de los muchachos".

Los "muchachos" eran Alejandro, Marco y Diego, tres huérfanos que mi padre había criado como protegidos, entrenándolos para tomar las riendas del negocio.

Para mí, eran los hermanos que nunca tuve, o eso creía yo.

Mi corazón, tontamente, siempre había latido un poco más rápido por Alejandro.

Era el más carismático, el más ambicioso, el líder natural del trío.

Lo busqué con la mirada después de la tensa reunión con mi padre, esperando encontrar un poco de consuelo, una señal de que él entendía la presión que yo sentía.

Lo encontré en el jardín, de espaldas a mí, hablando por teléfono.

Su voz, usualmente tan imponente, ahora era un susurro meloso, cargado de una ternura que jamás me había dirigido.

"Sí, mi amor... ten paciencia, Sofía", decía.

"Solo un poco más, en cuanto me case con esa tonta heredera y asegure el control, tú y yo tendremos el mundo a nuestros pies".

"Ella no es nada, solo un escalón, una herramienta".

Cada palabra fue un golpe directo a mi pecho, dejándome sin aire.

La "tonta heredera".

Así me veía él, el hombre que yo amaba en secreto.

Una herramienta. Un escalón.

Las lágrimas querían salir, pero las contuve con una furia helada que nunca antes había sentido.

El dolor se transformó en una claridad cortante.

Se acabó.

Se acabaron la ingenuidad, la espera, el amor no correspondido.

Si yo era solo una herramienta, entonces iba a elegir mis propias batallas.

Entré de nuevo a la casa, ignorando la figura de Alejandro que ahora me miraba con su falsa sonrisa ensayada.

Fui directo a mi habitación y llamé a mi asistente personal.

"Laura, necesito que investigues a un hombre", dije, mi voz firme, sin un solo temblor.

"Se llama Ricardo Morales, el genio financiero que tuvo ese accidente... el que quedó en silla de ruedas".

Laura guardó silencio por un momento, sorprendida.

"Señorita Ximena, ¿está segura?".

"Completamente", respondí. "Quiero saber todo de él, y quiero que le hagas llegar una propuesta de matrimonio de mi parte".

Colgué el teléfono, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que las riendas de mi vida estaban, por fin, en mis manos.

Más tarde, enfrenté a mi padre.

"Papá, ya tomé una decisión", anuncié, parándome frente a su imponente escritorio.

Él levantó la vista, esperando que nombrara a Alejandro.

"Me casaré con Ricardo Morales".

La confusión en su rostro fue casi satisfactoria, seguida de una ira contenida.

"¿Estás loca? ¿Un lisiado? ¿Un hombre que no tiene nada que ver con nuestro mundo? ¡Te ordeno que elijas a Alejandro!".

"No", dije, mi voz resonando en el silencio del despacho.

"No voy a casarme con un hombre que me desprecia en secreto".

Mi padre me miró, desconcertado por mi repentina insubordinación.

"¿De qué hablas?".

"Hablo de que Alejandro tiene su propio 'verdadero amor', y no seré yo quien se interponga", expliqué con una calma glacial.

"Al casarme con Ricardo, lo libero. Lo libero para que sea feliz con quien él quiera, y me libero yo para no ser el premio de consolación de nadie".

Me di la vuelta y salí del despacho, dejando a mi padre sin palabras.

La guerra había comenzado.

Y yo, la "tonta heredera", acababa de hacer mi primer movimiento.

            
            

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