La cicatriz de mi devoción
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Capítulo 1

Durante diez largos años, mi vida entera giró en torno a un solo hombre, Alejandro. Diez años en los que fui más que su asistente personal, fui su sombra, su estratega, su escudo. Como una de las mentes financieras más brillantes de Ciudad de México, dejé de lado mi propia carrera para impulsar la suya en el despiadado mundo inmobiliario. Le ayudé a cerrar tratos que todos consideraban imposibles, desvié escándalos mediáticos que habrían hundido a cualquiera y fui el pilar que lo sostuvo en cada crisis, cada noche de insomnio, cada momento de duda.

Una vez, saliendo de una reunión, dos hombres nos interceptaron en el estacionamiento, querían secuestrarlo. Sin pensarlo dos veces, me interpuse entre él y una navaja, el frío del acero me rozó el costado, dejándome una cicatriz que él nunca volvió a mencionar pero que yo sentía cada día como un recordatorio de mi devoción. Él solo me dijo que había sido valiente, y para mí, eso fue suficiente.

Todo el gremio empresarial de la ciudad sabía mi secreto, era un chisme a voces en cada cóctel y en cada junta directiva: Sofía está perdidamente enamorada de Alejandro. No me importaba, dejaba que hablaran, porque en mi ceguera, creía que mi amor y mis sacrificios eran la inversión más segura de mi vida.

Y finalmente, pareció que mi inversión daba frutos.

Un día, después de cerrar el trato más grande de su carrera, un proyecto que yo había diseñado desde cero, me miró con una intensidad que nunca antes había visto y me dijo:

"Sofía, cásate conmigo."

Mi corazón se detuvo y luego latió con una fuerza abrumadora, sentí que cada sacrificio, cada noche en vela, cada gramo de mi vida que le había entregado, había valido la pena.

La boda fue el evento del año, un despliegue de lujo y poder. Yo flotaba en mi vestido blanco, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo. Pero la noche de bodas, esa noche que debía ser el inicio de nuestro "para siempre", se convirtió en el final de todo.

Entré en nuestra suite nupcial, la cama cubierta de pétalos de rosa, y lo vi. Alejandro no estaba solo, estaba besándose apasionadamente con Camila, la joven y supuestamente inocente hija de su socio, en nuestra cama. La escena me paralizó, el aire se me escapó de los pulmones.

Entonces, escuché las palabras que destrozaron mi mundo en un millón de pedazos.

"Camila... mi amor," susurró Alejandro contra los labios de ella, sin notar mi presencia. "Con Sofía como tapadera, por fin puedo amarte sin que nadie nos juzgue... sin que tu padre se oponga a que estés con tu tío."

Tío. La palabra resonó en mi cabeza como un disparo. Mi matrimonio, mi amor, mi vida entera, era una farsa. Una elaborada mentira para encubrir una relación prohibida e incestuosa.

Antes de que pudiera encontrar mi voz para confrontarlos, el caos se desató. Unos días después, la noticia explotó: Camila había "desaparecido". Los rumores decían que se había fugado con un antiguo amor, un escándalo que sacudió a las dos familias.

Alejandro, completamente destrozado, volcó toda su furia sobre mí. Me encontró en la oficina, sus ojos inyectados en sangre, su rostro descompuesto por el dolor.

"¡Tú!" gritó, su voz rota. "¡Si no hubieras insistido en casarte conmigo, Camila no habría huido! ¡No se habría sentido tan presionada!"

Me abofeteó con una fuerza brutal. El golpe aterrizó exactamente en el mismo lugar donde años atrás me habían herido al protegerlo, en el costado. El dolor físico no fue nada comparado con el de su acusación.

"¡Todo es tu culpa!" rugió, empujándome contra la pared. "¡Te haré pagar por esto! ¡Juro que te haré pagar!"

Esa noche, lo encontré en su despacho, rodeado de botellas de tequila vacías y frascos de pastillas. En su mano temblorosa, sostenía una foto de Camila. Sus palabras eran un murmullo delirante.

"No te preocupes, Camila... tu tío Alejandro pronto estará contigo..."

Levantó la botella a sus labios, bebiendo con desesperación.

"Si hay otra vida... nunca más te soltaré, mi amor... nunca más..."

Mientras perdía el conocimiento en el suelo, mis propias fuerzas me abandonaban. La herida en mi costado sangraba, el dolor era insoportable, pero el dolor de mi alma era aún mayor. Miré su cuerpo inerte, el hombre por el que había dado todo, y un juramento nació desde lo más profundo de mi ser roto.

"Alejandro," susurré mientras la oscuridad me envolvía. "Si hay otra vida... juro que nunca más te amaré."

La luz.

Una luz cegadora y el murmullo de voces conocidas. Abrí los ojos, confundida. Estaba de pie, con un elegante vestido de cóctel, en medio de un salón lujoso. A mi lado, Alejandro sonreía, levantando una copa.

"Y por eso, amigos míos, estoy encantado de anunciar mi compromiso con la mujer más increíble que conozco, mi brillante asistente, Sofía."

Los aplausos resonaron a mi alrededor. Era la fiesta de nuestro compromiso. Había vuelto.

El shock inicial dio paso a una claridad helada. Esta era mi segunda oportunidad. No para arreglar las cosas con él, sino para salvarme a mí misma.

Sin pensarlo dos veces, mientras todos estaban distraídos, me deslicé hacia un rincón tranquilo, saqué mi celular del bolso y marqué un número que conocía de memoria, el número de su mayor rival.

Ricardo contestó al segundo tono, su voz era tranquila y profunda.

"Diga."

Mi voz no tembló.

"Ricardo, soy Sofía."

Hubo una breve pausa.

"Sofía. Qué sorpresa."

"Lo que me preguntaste la última vez que nos vimos en la conferencia," dije, mi voz firme y decidida. "Sobre casarme contigo... acepto."

            
            

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