La cicatriz de mi devoción
img img La cicatriz de mi devoción img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

La incredulidad en el rostro de Alejandro fue reemplazada rápidamente por la furia. Mientras caminaba hacia la salida, con la espalda recta y la cabeza en alto, las risas burlonas de los invitados se convirtieron en un murmullo de asombro. Nadie, y menos él, esperaba esa reacción.

"¡Sofía!"

Su grito resonó en el salón. Sentí su mano agarrando mi brazo con una fuerza brutal, deteniéndome en seco. Me giré para enfrentarlo, su rostro estaba a centímetros del mío, contorsionado por la ira.

"¿Qué crees que estás haciendo?", siseó, su aliento olía a champán caro y a rabia. "¿Renunciar? ¿Tú no renuncias a mí, entiendes? ¡Yo te despido! ¡Yo decido cuándo te vas!"

Su agarre se apretó, casi doloroso. En mi vida anterior, habría temblado, habría suplicado. Ahora, solo sentía un frío desprecio. La gente a nuestro alrededor se había acercado, formando un círculo morboso, ansiosos por ver el siguiente acto del drama.

"Suéltame, Alejandro," dije, mi voz baja y peligrosa.

"¿O qué?", se burló. "¿A quién le vas a llorar ahora? ¿Crees que alguien en esta ciudad te dará trabajo después de que yo acabe contigo? Eres mía, Sofía. Tu carrera, tu reputación, todo lo que eres, ¡lo construí yo!"

Era la misma arrogancia, la misma ceguera que lo había llevado a su propia destrucción. Creía que yo era una de sus propiedades, un activo que podía manejar a su antoesto.

"Tú no construiste nada, Alejandro," respondí, mi voz goteando hielo. "Tú solo firmaste los papeles. Yo construí tu imperio mientras tú estabas ocupado... con asuntos familiares."

La indirecta fue clara. El rostro de Camila, que se había acercado detrás de él, palideció. Alejandro enrojeció de furia.

"¡Insolente! ¡Después de todo lo que he hecho por ti! ¡Te saqué de la nada!" me gritó.

"Me usaste," lo corregí. "Y ya no me sirve seguir siendo utilizada. Así que, por última vez, suéltame."

Mi corazón no latía con miedo ni con amor herido, latía con una determinación de acero. Ya no era la mujer que esperaba migajas de su afecto. Sabía mi valor, un valor que él nunca fue capaz de ver.

En lugar de soltarme, me sacudió con fuerza.

"¡No irás a ninguna parte!"

En ese momento, Camila intervino, poniendo una mano delicada en el brazo de Alejandro.

"Alejandro, cariño, déjala ir," dijo con su voz melosa. "No vale la pena. Está dolida, es normal. Ya se le pasará."

Él me miró una última vez, con los ojos llenos de una posesividad enferma, y luego me soltó con un empujón que me hizo trastabillar.

"Tienes razón," dijo, volviéndose hacia Camila y rodeándola con el brazo. Luego, levantó la voz para que todos lo oyeran. "¡Atención todos! Lamento la pequeña interrupción. Como decía, la vida es para los valientes. ¡Y hoy, quiero anunciar no un compromiso, sino dos! ¡Camila y yo nos casaremos! ¡Y para celebrar, esta fiesta continúa en honor a nuestro amor!"

Un aplauso disperso y algo incómodo recorrió la sala. La mayoría de la gente estaba demasiado ocupada mirándome, esperando mi siguiente movimiento.

No les di el gusto.

Me di la vuelta, alisé mi vestido y caminé con calma hacia la salida, sintiendo sus miradas en mi nuca. Una vez fuera del salón, en la soledad del pasillo alfombrado, me permití respirar hondo. No sentí alivio, ni tristeza. Sentí el frío y agudo enfoque de la batalla que se avecinaba.

Saqué mi teléfono de nuevo y volví a marcar el número de Ricardo.

"¿Sofía?" contestó de inmediato. Su voz seguía siendo una isla de calma en mi océano de caos.

"Ricardo," dije, mi voz firme. "El trato sigue en pie."

Pude casi sentir su sonrisa a través del teléfono. "¿Tan pronto? Pensé que te tomarías la noche para pensarlo."

"Los acontecimientos se han acelerado," respondí, caminando hacia el elevador. "Alejandro acaba de anunciar su compromiso con su sobrina en nuestra fiesta de compromiso."

Hubo un silencio, luego un silbido bajo. "Eso es... audaz. Incluso para él. ¿Estás bien?"

La pregunta me tomó por sorpresa. Nadie me había preguntado si estaba bien en diez años.

"Lo estaré," respondí, y por primera vez, lo creí de verdad. "Necesito verte. Necesitamos hablar de los detalles de nuestro... acuerdo."

"Por supuesto," dijo sin dudar. "Pero no esta noche. Esta noche, él espera que estés destrozada. No le des esa satisfacción. Mañana. A las diez de la mañana, en mis oficinas. ¿Te parece?"

Su inteligencia estratégica era una de las cosas que siempre había admirado en él, incluso como rival. Sabía exactamente qué hacer.

"Perfecto. Estaré allí."

"Una cosa más, Sofía," dijo antes de colgar.

"¿Sí?"

"Buena jugada al llamarme. Demuestra que no has perdido ni un ápice de tu brillantez. Alejandro no sabe lo que acaba de perder."

Colgué el teléfono sintiendo una extraña sensación en el pecho. No era amor, no era gratitud. Era respeto. Y por ahora, eso era más que suficiente. Entré en el elevador, y mientras las puertas se cerraban, reflejando mi imagen determinada, me prometí a mí misma que Alejandro no solo perdería lo que creía tener, sino que perdería absolutamente todo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022